Transformaciones y evolución histórica de la Península Ibérica: de la Antigüedad a la Baja Edad Media

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Época Antigua en la Península Ibérica

Durante el primer milenio a.C., la Península Ibérica experimentó profundas transformaciones culturales. Las colonizaciones de fenicios, griegos y cartagineses, junto con la influencia de los pueblos celtas, marcaron este periodo.

Colonizaciones y Pueblos Autóctonos

Los fenicios fundaron factorías en la costa mediterránea, como Gadir (Cádiz), donde intercambiaban metales por productos como cerámicas y tejidos. Los griegos, que llegaron en el siglo VIII a.C., fundaron colonias como Emporion (Ampurias) e introdujeron innovaciones como la moneda y el cultivo del olivo. Los cartagineses, provenientes de Cartago, continuaron la expansión fenicia y conquistaron territorios en el sureste de la Península.

En el sur, en la región del Guadalquivir, floreció el reino de Tartessos, una entidad política destacada por su riqueza en metales y su contacto con fenicios y griegos. La cultura ibérica, surgida en la franja mediterránea, se caracterizó por su economía agrícola, ganadera y metalúrgica, y su estructura social jerarquizada. Los íberos, como los turdetanos y los edetanos, vivían en poblados fortificados y tenían una religión politeísta.

En la segunda mitad del primer milenio a.C., los pueblos celtas, originarios de Europa Central, migraron hacia la Península a través de los Pirineos, estableciéndose en el centro y norte. Los celtíberos, resultado de la fusión entre celtas e íberos, dominaron la Meseta y se organizaron en tribus. Su sociedad era guerrera y su economía, centrada en la ganadería, se complementaba con el dominio del hierro.

Hispania Romana y Visigoda

La conquista romana de Hispania comenzó en 218 a.C., en el contexto de las Guerras Púnicas. Tras vencer a Cartago, Roma ocupó el litoral mediterráneo, el valle del Guadalquivir, el Ebro y, posteriormente, la Meseta, donde encontró una feroz resistencia de pueblos como los lusitanos, liderados por Viriato, y los celtíberos. La pacificación culminó en 19 a.C. con Augusto. La romanización transformó Hispania, integrándola en la economía y administración del Imperio, y difundiendo el latín y el derecho romano. Ciudades como Hispalis (Sevilla), Barcino (Barcelona) y Emérita Augusta (Mérida) fueron centros de cultura romana.

En el siglo III d.C., la crisis del Imperio Romano afectó a Hispania, provocando una profunda crisis económica, política y social, con una creciente ruralización y el colapso de las ciudades. Las invasiones germánicas, como las de suevos, vándalos y alanos, marcaron el fin del dominio romano en Occidente en 476 d.C. Los visigodos se asentaron en Hispania en 418 d.C., estableciendo su reino en Toledo tras derrotar a vándalos y suevos.

El reino visigodo avanzó hacia la unificación, especialmente bajo los reyes Leovigildo y Recaredo. La conversión de Recaredo al catolicismo en 589 favoreció la integración religiosa. Sin embargo, las luchas internas entre la nobleza debilitaron al Estado. La división y debilidad del reino visigodo culminaron con la derrota de Don Rodrigo en la batalla de Guadalete (711), que dio paso a la invasión musulmana.

Al-Ándalus y la Reconquista

La conquista musulmana de la península ibérica en el 711 fue impulsada por la expansión del islam y las luchas internas visigodas. La llegada de Rodrigo al trono generó descontento, y los partidarios de Witiza buscaron ayuda musulmana. Musa, gobernador del norte de África, envió a Tariq, quien derrotó a Rodrigo en Guadalete. La rápida conquista se facilitó por la falta de resistencia de la población local. Al-Ándalus pasó por varias etapas políticas:

  • Emirato dependiente de Damasco (714-756): Al-Ándalus fue una provincia del califato de Damasco.
  • Emirato independiente (756-929): Abderramán I proclamó la independencia política, fortaleciendo la identidad andalusí.
  • Califato de Córdoba (929-1031): Abderramán III se proclamó califa, consolidando la independencia religiosa y política. Este periodo fue un apogeo cultural, económico y militar, pero tras la muerte de Almanzor (1002), el califato se fragmentó en taifas.

La llegada de almorávides y almohades intentó unificar Al-Ándalus y frenar el avance cristiano, pero la derrota almohade en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) marcó el declive musulmán. El reino nazarí de Granada (1238-1492) sobrevivió hasta ser conquistado por los Reyes Católicos.

Durante los siglos VIII al X, los primeros núcleos cristianos de resistencia surgieron en el norte, especialmente en la cordillera Cantábrica y los Pirineos. La victoria de Pelayo en Covadonga (722) marcó el inicio de la Reconquista y la consolidación del reino de Asturias. A partir del siglo X, se formaron nuevos territorios, como el condado de Castilla, y el reino de León dio paso al reino de León-Castilla. En los Pirineos, tras la caída del Imperio Carolingio, surgieron los reinos de Pamplona, Aragón y los condados catalanes.

Expansión Cristiana y Baja Edad Media

En los siglos XI y XII, la expansión cristiana continuó. Sancho III el Mayor de Navarra unificó varios reinos, pero tras su muerte, León, Castilla y Aragón se fragmentaron. El siglo XII vio la consolidación de la Corona de Aragón y la independencia de Portugal. Los reyes cristianos impulsaron la repoblación de los territorios ganados a los musulmanes, utilizando modelos como la presura y el repartimiento.

En el siglo XIII, la economía de Castilla se basó en la ganadería ovina, mientras que en Aragón prosperó el comercio marítimo y la artesanía. La peste negra (1348) y las malas cosechas del siglo XIV causaron una grave crisis demográfica y económica, generando escasez de mano de obra y revueltas campesinas, como la de los payeses de remensa en Cataluña.

La inestabilidad política en la Baja Edad Media, con conflictos dinásticos en Castilla y Aragón, derivó en guerras civiles y debilitó el poder real frente a la nobleza.

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