Transformaciones Económicas España Siglo XIX: Desamortización, Industria y Ferrocarril

Enviado por Chuletator online y clasificado en Historia

Escrito el en español con un tamaño de 19,17 KB

Transformaciones Clave en la España del Siglo XIX: Desamortización, Industria y Comunicaciones

Las Desamortizaciones: Reforma Agraria y Liberalismo

A lo largo del siglo XIX, como parte del progreso hacia la sociedad liberal-burguesa y capitalista, se produjo la desvinculación de bienes de la nobleza y la desamortización de bienes eclesiásticos y municipales. Se eliminaron señoríos, gremios, etc., y se reconoció el derecho de propiedad. La desamortización constituye la medida práctica de mayor trascendencia tomada por los gobiernos liberales, desarrollándose a lo largo del siglo XIX. Se calcula que este proceso afectó alrededor del 40% de la tierra cultivable. Las medidas desamortizadoras más importantes son:

La Desamortización de Mendizábal (Regencia de María Cristina)

Juan Álvarez Mendizábal, durante la regencia de María Cristina, aprobó en 1836 un decreto desamortizador en medio de la Primera Guerra Carlista. Este supuso la expropiación y venta de los bienes del clero regular (frailes y monjas). Al año siguiente, otra ley sacó a subasta los bienes del clero secular (catedrales, parroquias, etc.), aunque su ejecución se llevó a cabo principalmente durante la regencia de Espartero (a partir de 1841).

Con esta desamortización se pretendía:

  • Ganar la guerra carlista.
  • Eliminar la deuda pública (posibilitaba el pago de estos bienes mediante títulos de deuda emitidos por el Estado).
  • Mejorar la Hacienda pública.
  • Incrementar la propiedad privada y crear una base de propietarios afectos al régimen liberal.
  • Disminuir la influencia económica y social de la Iglesia, pasando esta a depender económicamente del Estado para su sostenimiento (presupuesto de culto y clero).

La Desamortización General de Madoz (Bienio Progresista)

Pascual Madoz, ministro de Hacienda durante el Bienio Progresista, llevó a cabo una nueva y más amplia desamortización en 1855, conocida como la Ley de Desamortización General. Esta ponía en venta todos los bienes de propiedad colectiva, incluyendo:

  • Todos los bienes eclesiásticos que no habían sido vendidos en la etapa anterior.
  • Los bienes de los municipios (llamados de propios y comunes). Las poblaciones tenían dos tipos de bienes municipales:
    • Bienes de propios: aquellos que, por estar arrendados (casas, tierras, etc.), aportaban rentas a los municipios para sus gastos.
    • Bienes comunes: aquellos utilizados directamente y gratuitamente por los vecinos del lugar (pastos, leñas, montes, etc.), que eran fundamentales para la economía de subsistencia de muchas familias campesinas.
  • También afectó a bienes del Estado y de otras instituciones.

Esta desamortización era parecida en sus objetivos recaudatorios a la de Mendizábal, pero había diferencias significativas, especialmente en el destino del dinero obtenido. Este se dirigió fundamentalmente a la amortización de la deuda pública y, de manera destacada, a financiar la expansión de la red de ferrocarriles, considerada clave para el desarrollo industrial del país. La propiedad del dinero obtenido por la venta de bienes municipales sería del Ayuntamiento correspondiente, pero se transformaba en títulos de deuda del Estado, por lo que este se convertía en custodio y administrador de sus fondos, lo que en la práctica supuso una merma de la autonomía financiera municipal.

Resultados y Consecuencias del Proceso Desamortizador

Los resultados de este largo proceso desamortizador, que se prolongó hasta finales del siglo XIX, son complejos y objeto de debate historiográfico, presentando luces y sombras:

  • No se logró una redistribución equitativa de la tierra: No sirvió para que las tierras se repartieran entre los campesinos más desfavorecidos, ya que las subastas favorecieron a quienes tenían liquidez (burguesía adinerada, nobles, especuladores). El objetivo principal no fue una reforma agraria social, sino conseguir dinero para sanear la Hacienda y financiar proyectos estatales.
  • Aumento de la producción agrícola y de la superficie cultivada: Muchas tierras que antes no se labraban o estaban infrautilizadas (especialmente bienes de la Iglesia y baldíos) fueron puestas en cultivo o explotadas de forma más intensiva por sus nuevos propietarios, lo que incrementó la producción agraria total.
  • Consolidación de la burguesía terrateniente: Los principales beneficiarios de las compras de tierras fueron nobles y, sobre todo, burgueses con capacidad económica, que conformaron una nueva burguesía terrateniente. Esta clase, en muchos casos, adoptó una mentalidad rentista, similar a la de la vieja aristocracia, más que una actitud inversora y modernizadora.
  • Aparición y crecimiento del proletariado agrícola: Muchos campesinos perdieron el acceso a las tierras comunales o no pudieron comprar tierras, viéndose obligados a convertirse en jornaleros. Este proletariado agrícola estaba sometido a duras condiciones de vida, bajos salarios y trabajo estacional, especialmente en las zonas de latifundio.
  • Mantenimiento e incluso agudización de desequilibrios estructurales: La estructura de la propiedad de la tierra apenas cambió en sus desequilibrios territoriales: persistió e incluso se consolidó el latifundio en el centro y sur del país, y el minifundio en el norte y noroeste.
  • Empeoramiento de las condiciones de vida de muchos campesinos: La pérdida de las tierras comunes de los ayuntamientos, que suponían un complemento vital para la economía de subsistencia de muchas familias campesinas (leña, pastos, etc.), empeoró sus condiciones de vida y aumentó su dependencia del mercado.
  • Cambios en el paisaje y deforestación: La puesta en cultivo de nuevas tierras, a menudo montes y baldíos, tuvo consecuencias medioambientales.

A pesar de las transformaciones, las actividades agrarias seguían siendo el principal sector productivo de la economía española, empleando a cerca del 65% de la población ocupada a finales del siglo XIX. La inversión en el campo era, en general, escasa, lo que redundaba en una baja productividad en comparación con otros países europeos. Persistían los grandes propietarios y aumentó considerablemente el número de jornaleros agrícolas. Las malas condiciones de vida en el campo, junto con el incipiente inicio de la industrialización en algunas áreas, darían paso a un progresivo éxodo rural hacia las ciudades y también a la emigración exterior.

La Industrialización en España: Un Proceso Tardío y Desequilibrado

La industrialización española durante el siglo XIX fue, en general, tardía, incompleta y desequilibrada geográficamente en comparación con los países pioneros de la Revolución Industrial como Gran Bretaña, Bélgica o Francia.

Causas del Retraso Industrial

Diversos factores interrelacionados explican estas dificultades y el ritmo más lento de la industrialización española:

  • Inestabilidad política crónica: Continuos cambios de gobierno, pronunciamientos militares, las guerras carlistas y la fragilidad de las instituciones liberales generaban un clima de incertidumbre poco propicio para la inversión a largo plazo y la planificación económica.
  • Escasez de materias primas clave y fuentes de energía de calidad y baratas: Aunque España poseía importantes recursos mineros (hierro, cobre, plomo), el carbón mineral asturiano, principal fuente de energía de la primera revolución industrial, era de menor calidad y más caro de extraer que el británico. Muchas materias primas (como el algodón en rama) y fuentes de energía tenían que importarse, encareciendo los costes de producción.
  • Deficiente red de comunicaciones y transportes: Hasta la expansión del ferrocarril en la segunda mitad del siglo, las malas carreteras y la difícil orografía dificultaban la articulación de un mercado nacional integrado y el movimiento eficiente de mercancías y personas.
  • Atraso tecnológico y baja inversión en capital fijo: La adopción de nuevas tecnologías fue lenta y la inversión en maquinaria e infraestructuras industriales fue limitada.
  • Falta de capitales nacionales y debilidad del sistema financiero: La burguesía española a menudo prefería invertir en tierras desamortizadas, en deuda pública o en la especulación, antes que en actividades industriales de mayor riesgo. El sistema bancario era poco desarrollado. Esto llevó a una fuerte dependencia técnica y financiera del exterior (capitales franceses, belgas, británicos).
  • Producción industrial escasa y de baja calidad en muchos sectores: La industria nacional, a menudo acostumbrada al proteccionismo estatal que la resguardaba de la competencia exterior, no siempre era competitiva en calidad y precio en los mercados internacionales, e incluso en el mercado interno frente al contrabando.
  • Lento crecimiento demográfico y bajo nivel de renta per cápita: Aunque la población creció, no lo hizo al ritmo de otros países europeos. Además, el bajo nivel de renta de la mayoría de la población limitaba la capacidad de demanda interna de productos industriales.
  • Predominio de una agricultura tradicional y de baja productividad: Una agricultura estancada y de baja productividad no suministraba suficientes excedentes (capital, mano de obra barata, alimentos a bajo coste) a la industria ni generaba un mercado interno rural robusto para los productos industriales.

Sectores Industriales Destacados

A pesar de las dificultades generales, el desarrollo industrial fue significativo en dos sectores principales y en áreas geográficas muy concretas, lo que acentuó los desequilibrios regionales:

La Industria Textil del Algodón

Se concentró fundamentalmente en Cataluña, especialmente en Barcelona y sus comarcas circundantes (el llamado «Manchester catalán»). Utilizó capitales mayoritariamente autóctonos y una mano de obra abundante, en parte procedente de la emigración de otras regiones españolas. Importó maquinaria textil británica (como las selfactinas y los telares mecánicos) y algodón en rama (principalmente de Estados Unidos y, tras la Guerra de Secesión, de otras fuentes). Su desarrollo se vio favorecido por una política proteccionista durante la mayor parte del siglo XIX, que reservaba el mercado nacional y los restos del mercado colonial (Cuba, Puerto Rico, Filipinas) para sus productos.

La Industria Siderúrgica

Tuvo una localización más dispersa inicialmente (Málaga, Asturias), pero acabó concentrándose principalmente en dos focos a lo largo del siglo:

  • Asturias: En una primera fase, aprovechando la abundancia de carbón mineral y la facilidad de transporte por mar. Sin embargo, la calidad del carbón (con impurezas) y los mayores costes de extracción en comparación con el carbón galés limitaron su competitividad a largo plazo para la producción de hierro de alta calidad.
  • País Vasco (Vizcaya): Adquirió un papel preponderante a partir del último tercio del siglo XIX. Se estableció un importante eje comercial Bilbao-Cardiff (Gales), por el cual se importaba carbón galés de alta calidad y bajo coste (coque metalúrgico), y se exportaba mineral de hierro vasco (muy apreciado por su bajo contenido en fósforo, ideal para el convertidor Bessemer). En 1885, los Altos Hornos de Vizcaya instalaron su primer convertidor Bessemer en España, lo que permitió la producción masiva de acero de calidad a precios competitivos, impulsando la industrialización de la región.

El crecimiento de la siderurgia fue, en general, menor y más tardío que el de la industria textil. Esto se debió a factores como la baja demanda interna por la escasa mecanización de la agricultura y otras industrias, la mala calidad y alto coste del carbón nacional en comparación con el británico, y políticas gubernamentales a veces desafortunadas. Por ejemplo, la Ley de Ferrocarriles de 1855 permitía la libre importación, sin aranceles, de material ferroviario extranjero (raíles, locomotoras), mucho más barato que el que pudiera producir la incipiente siderurgia española, perdiéndose así un importante efecto de arrastre. Similarmente, la Ley de Bases sobre Minas de 1868 liberalizó el sector y facilitó la entrada de capital y compañías extranjeras que adquirieron la propiedad o concesión de importantes yacimientos mineros, orientando en muchos casos su producción a la exportación de mineral en bruto más que al abastecimiento de la industria nacional.

Comercio y Comunicaciones: El Impulso del Ferrocarril

Durante el siglo XIX, se intentó mejorar el sistema de transporte y comunicaciones para impulsar el desarrollo económico del país y la creación de un mercado nacional integrado. Destacan los cambios experimentados por algunos puertos (como Barcelona y Bilbao, que modernizaron sus instalaciones) y, sobre todo, el desarrollo tardío pero relativamente rápido de la red de ferrocarril en la segunda mitad del siglo.

Primeros Pasos y la Ley General de Caminos de Hierro de 1855

Hasta mediados de siglo, la red ferroviaria española era prácticamente inexistente. Solo existían tres tramos cortos y aislados, pioneros en su momento:

  1. Barcelona-Mataró (1848): Considerada la primera línea ferroviaria de la España peninsular (anteriormente se había construido una en Cuba en 1837).
  2. Madrid-Aranjuez (1851): Conocida popularmente como el «Tren de la Fresa», impulsada por el Marqués de Salamanca.
  3. Gijón-Langreo (1853): De carácter eminentemente minero, para transportar el carbón asturiano.

El gran impulso a la construcción ferroviaria llegó con los gobiernos progresistas del Bienio (1854-1856). Decidieron fomentar su crecimiento aprobando la «Ley General de Caminos de Hierro» en junio de 1855. Esta ley fue fundamental y establecía un marco regulatorio que:

  • Ofrecía amplias subvenciones y ventajas fiscales a las compañías constructoras.
  • Eximía de aranceles la importación de todos los materiales necesarios para la construcción y explotación ferroviaria durante un periodo determinado.
  • Permitía y atraía la entrada masiva de capitales extranjeros, especialmente franceses (como los Rothschild o los Pereire), que dominaron la construcción y explotación de la mayoría de las líneas principales.

Si bien esta ley fue crucial para la rápida expansión de la red en las décadas siguientes, la exención de aranceles para el material importado perjudicó gravemente el desarrollo de la industria siderúrgica y metalúrgica española, que no podía competir con los productos extranjeros más baratos y tecnológicamente avanzados.

Características y Consecuencias de la Red Ferroviaria Española

La red ferroviaria española se construyó con algunas particularidades que tuvieron importantes consecuencias a largo plazo:

  • Estructura radial: Se diseñó y construyó una red con un claro centro en Madrid, conectando la capital con los principales puertos de la periferia y los pasos fronterizos con Francia. Sin embargo, las conexiones transversales entre regiones periféricas fueron escasas y tardías, lo que dificultó la plena integración de algunos mercados regionales.
  • Ancho de vía diferente (ancho ibérico): Se adoptó un ancho de vía de 1,672 mm (seis pies castellanos), mayor que el estándar europeo (1,435 mm). Esta decisión, justificada en su momento por razones técnicas (se argumentó que un ancho mayor permitiría locomotoras más potentes y estables, necesarias para la compleja orografía española) y, posiblemente, estratégicas (dificultar una potencial invasión militar por ferrocarril desde Francia), ha dificultado históricamente la interoperabilidad y la integración ferroviaria de España con el resto de Europa, obligando a transbordos de mercancías y pasajeros en la frontera.
  • Costosa construcción y explotación: La compleja orografía española (montañas, ríos) encareció significativamente la construcción de las líneas (túneles, puentes, viaductos) y su posterior mantenimiento y explotación.
  • Fuerte inversión de capital: La construcción ferroviaria absorbió enormes cantidades de capital, tanto nacional como extranjero.

A pesar de los problemas y críticas, la expansión del ferrocarril tuvo efectos positivos innegables:

  • Contribución a la consolidación del mercado nacional: Permitió el traslado mucho más rápido, seguro y económico de personas, alimentos, materias primas y productos industriales entre diferentes regiones, facilitando la especialización regional y la unificación económica del país.
  • Movilización de capitales y desarrollo del sistema financiero: Aunque muchos capitales fueron extranjeros, la construcción ferroviaria impulsó la creación de sociedades anónimas, bancos y la bolsa.
  • Fomento de la movilidad de la población: Facilitó las migraciones internas y el contacto entre diferentes zonas del país.

Sin embargo, también hubo fracasos, efectos negativos y críticas fundadas:

  • Escaso efecto de arrastre sobre la industria nacional: Como se mencionó, debido a la importación masiva de material ferroviario, la siderurgia y la metalurgia españolas no se beneficiaron tanto como podrían haberlo hecho.
  • Especulación financiera y corrupción: La construcción ferroviaria fue objeto de burbujas especulativas, escándalos financieros y corrupción política, con concesiones otorgadas en condiciones muy favorables a determinadas compañías.
  • Rentabilidad desigual y quiebras: Muchas líneas resultaron poco rentables debido al bajo volumen de tráfico en un país con una economía todavía predominantemente agraria y una demanda débil, lo que llevó a la quiebra de algunas compañías o a la necesidad de rescates estatales.
  • Desvío de capitales de otros sectores: Se argumenta que la enorme cantidad de capital que el Estado y los inversores privados destinaron al ferrocarril podría haberse invertido de forma más productiva en otros sectores industriales o en la modernización de la agricultura, lo que hubiera permitido un desarrollo económico más equilibrado y sólido.

El desarrollo del comercio interior se vio indudablemente favorecido por el ferrocarril, aunque la debilidad estructural de la demanda interna y la pervivencia de una agricultura de subsistencia en muchas zonas rurales limitaron su pleno potencial como motor de crecimiento económico generalizado durante el siglo XIX.

Entradas relacionadas: