Transformación Social y Condiciones Obreras: El Surgimiento de la Sociedad de Clases en el Siglo XIX
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La Nueva Sociedad: De la Estamental a la Clasista
Con el triunfo del liberalismo y de la industrialización se fue imponiendo una nueva división social, denominada sociedad de clases, en la que las diferencias entre las clases se derivaban de la desigualdad económica y no de los privilegios heredados o estamentales. Así, la antigua división estamental desapareció, consolidándose, en cambio, una sociedad clasista. Por tanto, desaparecidas las trabas legales para el ascenso o la movilidad social de los individuos, se abrió paso a una sociedad abierta donde las posibilidades de promoción estaban abiertas a todos, al menos en teoría. La realidad, sin embargo, fue otra.
Las transformaciones políticas y económicas del siglo XIX posibilitaron, inicialmente, la formación de una sociedad compuesta por dos clases antagónicas que, con la difusión del marxismo, tomaron las denominaciones de burguesía y proletariado. La primera era la clase dominante, la clase alta, la que había impulsado las nuevas formas económicas del sistema capitalista (empresarios de la industria o del sector servicios). La segunda, la clase baja o clase obrera, estaba formada por los obreros industriales que vivían exclusivamente de un salario.
La conciencia de pertenecer a esta clase —la conciencia obrera— se estableció sobre una identidad de intereses que se oponían a los de la clase burguesa o propietaria de los medios de producción. Poco a poco, los obreros fueron tomando conciencia de los abusos de la burguesía (empresarios) y decidieron protagonizar movimientos de protesta contra esta situación: aparecieron las primeras asociaciones de obreros o sindicatos, las primeras huelgas, la quema de máquinas, consideradas responsables de la falta de trabajo.
Las Duras Condiciones de Vida y Trabajo de la Clase Obrera
La Revolución Industrial significó el aumento de poder de la burguesía y la consolidación del capitalismo, que tenía como doctrina el liberalismo económico y social. Esta doctrina defendía que el Estado no debía intervenir en las cuestiones económicas y sociales y debía permitir que la empresa privada funcionara sin trabas ni impedimentos.
La nueva clase obrera comenzó su andadura en una situación de explotación extrema: la jornada laboral era de 12 a 14 horas diarias y los salarios eran insuficientes para mantener una familia, lo que obligaba a mujeres y niños a trabajar por un salario inferior al de los hombres.
Las condiciones de vida eran, asimismo, muy duras: cuando el trabajador llegaba a casa vivía hacinado en un espacio reducido y en precarias condiciones higiénicas.