Transformación de la Poesía Española: Del Intimismo a la Generación del 68

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La Poesía Española Post-Social: Intimismo y Experimentación

La reflexión sobre la creación poética marcó un retorno a lo íntimo, dando lugar a una poesía de la experiencia personal. Esta corriente manifiesta una gran preocupación por el hombre, enlazando con la poesía existencial. Del mismo modo, sus autores muestran inconformismo frente al mundo en que viven, aunque un cierto escepticismo les aleja de la poesía social. No es raro el tono escéptico o irónico al tratar estos temas. En cuanto al estilo, se alejan de las tendencias anteriores y buscan un lenguaje personal. La forma predomina sobre el contenido. El lector se convierte en coautor del poema: la poesía es conocimiento que se desvela al escribir, pero también al leer. La lectura es un acto creativo, porque el lector vierte en el poema sus experiencias, conocimiento y circunstancias, por lo que el sentido no será siempre el mismo.

Autores Destacados de la Poesía de la Experiencia

  • Ángel González (1925-2008)

    Es el ejemplo más claro de la transición de la poesía social al nuevo estilo poético. Perdura en él el compromiso social, pero la crítica y la denuncia se expresan preferentemente a través de la ironía y del humor ácido. Los juegos de palabras, la andadura narrativa y el tono coloquial caracterizan muchos de sus poemarios, como Tratado de urbanismo o Áspero mundo. Desde 1968, recoge su obra bajo el título de Palabra sobre palabra.

  • Claudio Rodríguez (1934-1999)

    Dos rasgos definen su personalidad: le gusta observar y recrear los juegos infantiles, y los paseos por su ciudad (Zamora) influyen en sus temas y ritmo poético. Le une a los místicos la actitud contemplativa; a Rimbaud, la precocidad y la imagen visionaria. A través del campo, el poeta se enlaza con la naturaleza, sirviendo esta de expresión de la pureza. A los 19 años, gana el Premio Adonais de Poesía con Don de la ebriedad, magnífico libro lleno de referentes rurales, desde los que llega a una reflexión sobre la vida y el quehacer poético; sus versos equilibran lo racional y lo irracional, lo narrativo y lo lírico.

    Se trata de una poesía tierna, honda y reflexiva, con un tono íntimo y sencillo, que expresa alegría y tragedia por habitar el mundo. En Conjuros (1958), convierte en metáforas el paisaje castellano y la vida de sus pueblos en trascendental; reflexiona sobre la vida y el comportamiento del hombre, haciendo surgir la responsabilidad ética y la posibilidad del remordimiento. En Alianza y condena (1965), el tema del conocimiento se plantea explícitamente como problema: los textos interrogan la condición esencial de la realidad y de la verdad, en una indagación sobre la congruencia –o su contrario: el desfase que se da a veces– entre los sentidos y las cosas, entre la realidad y la apariencia. Más de una década después aparece El vuelo de la celebración (1976), donde el conocimiento aparece, esta vez, como comunión contemplativa, un vínculo amoroso con las cosas y con los otros, en una superación dialéctica de la visión del libro anterior. Claudio Rodríguez puede ser un claro exponente de la generación a la que pertenece; una generación que se ha sentido distante del resto; que ha sufrido la pérdida de todos los ideales de infancia y adolescencia; que ha contemplado la deshumanización sistemática de la nueva sociedad; una generación que se ha sentido sola y que por ello ansía amor y comunicación.

Los “Novísimos” (Generación del 68)

En 1970, José María Castellet publicó una antología titulada Nueve novísimos poetas españoles, donde aparecían: Pere Gimferrer (Arde el mar), José María Álvarez, Manuel Vázquez Montalbán, Ana María Moix, Antonio Martínez Sarrión, Félix de Azúa, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero y Leopoldo María Panero. Se trata de poetas que se han dejado influenciar por autores muy diversos: Vallejo y Paz, Cernuda y Aleixandre, Gil de Biedma o Valente, Cavafis, Byron, Eliot...

De los nueve, destacan Manuel Vázquez Montalbán (Una educación sentimental), Félix de Azúa (El velo en el rostro de Agamenón) y Pere Gimferrer (Arde el mar). La nota común a todos es que constituyen un nuevo vanguardismo y dan el último paso para la ruptura con la poesía social.

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