Transformación Espiritual: Penitencia, Eucaristía y Oración para el Crecimiento en la Fe
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La Segunda Conversión
Para lograrlo, hay que apartar aquello que nos impide llegar a él. Uno de ellos es la superficialidad: estar con un amigo y prestar atención al móvil; el encuentro pierde intensidad y sustituyes la relación que deseas por algo menos importante. El cristianismo debe cuidar el silencio interior, un recogimiento que lo lleve a la intimidad con Dios. Desde el ruido no se puede rezar.
La conversión a Cristo, el nuevo nacimiento por el Bautismo, no suprimió nuestra fragilidad. Jesús no deja de llamarnos, así lo expresa en la parábola de las bodas.
Nos desgarra el pecado, por el cual perdemos el mayor de los dones que recibimos de Dios. Perdemos ese don cuando ponemos a Dios en segundo lugar, si no vamos a Misa, egoístas... nos dejamos llevar por la envidia, la lujuria.
Podemos reparar el vestido gracias al Sacramento de la Penitencia. Es aconsejable recibirlo con frecuencia porque nos ayuda en nuestro esfuerzo de ser mejores; lo necesitamos si hemos cometido un pecado mortal.
La Penitencia es una segunda conversión (encuentro de la mujer samaritana con Jesús en el pozo de Sicar). Es el abrir el corazón ante un sacerdote que en ese momento no es él mismo, sino que actúa en persona de Cristo.
Este esfuerzo de conversión no es solo obra humana. Es el movimiento del corazón contrito, atraído por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios.
La Eucaristía
La religión posee una realidad maravillosa en la Eucaristía. El encuentro con Jesús alcanza en este sacramento una eficacia completa; en Él está el Señor con su cuerpo, con su alma...
Los católicos creen en la Presencia Real. La Eucaristía no es un recuerdo o una imagen, sino que en ella está verdaderamente Jesús resucitado. Sus mayores encuentros son en el Tabernáculo y en la Comunión.
Esa condición de sagrada se debe a que está presente el mismo Dios, lo que obliga a recibirla con las condiciones adecuadas.
Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos. Precisamente ahí solo hacemos una cosa con Él. La adoración fuera de la Misa intensifica lo acontecido en la Misa; solo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera que quiere romper barreras no solo entre el Señor y nosotros, sino también las que nos separan a unos de los otros.
Las iglesias están abiertas para todas aquellas personas de buena voluntad que quieran encontrarse con Jesús en el Sagrario. Seguro que encontrarán paz en sus corazones y un camino para acercarse a la conversión.
La Oración
Mediante la oración entablamos un diálogo personal con Dios. Él nos habla desde el silencio del corazón, a través de las Sagradas Escrituras y mediante la vida y palabra de Jesús. Es la acción del Espíritu Santo la que inspira al cristiano que ora y lo ayuda.
Si el centro del cristianismo es Jesús de Nazaret, es lógico que para el cristianismo la clave de su vida se halle en la búsqueda y encuentro con Jesucristo. El medio para alcanzarlo es la oración.
Los Evangelios cuentan que a veces Jesús se retiraba a orar; eran momentos íntimos en los que estaba con su Padre. Los discípulos se asombraron y le pidieron que les enseñase a orar. Jesús les enseñó el Padre Nuestro.
El Padre Nuestro es la oración cristiana por excelencia; contiene todo lo que debemos pedir a Dios. Con ella, Jesús quiso que tomáramos especial conciencia en ser hijos amados del Señor y que pudiéramos dirigirnos a Él con confianza.