Transformación Económica de España: Del Siglo XIX a la Restauración
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Contexto Inicial (Siglo XIX)
A principios del siglo XIX, España enfrentó dificultades para la acumulación de capital e inversión. El mercado interno era pobre e irregular debido al escaso crecimiento demográfico, el bajo poder adquisitivo y las deficiencias en el transporte terrestre. La independencia de las colonias americanas agravó la situación al suprimir un mercado crucial.
El Sector Textil Catalán
El surgimiento de un sector textil en Cataluña, basado en la industria algodonera artesanal, marcó el inicio de la industrialización española. La calidad de las telas y el proteccionismo borbónico habían consolidado esta industria en el siglo XVIII. Sin embargo, la introducción de maquinaria moderna se retrasó debido a la Guerra de la Independencia y la emancipación de las colonias americanas.
A partir de 1830, la iniciativa empresarial, la maquinaria inglesa y las políticas proteccionistas de los gobiernos liberales impulsaron el sector textil, otorgándole el control del mercado nacional. No obstante, las medidas librecambistas de gobiernos progresistas y la Guerra de Secesión estadounidense, que dificultó la importación de algodón, interrumpieron este crecimiento. A pesar de estos desafíos, la industria textil catalana propició la diversificación industrial.
Desafíos de la Siderurgia
La siderurgia española tuvo un desarrollo más complejo. Entre 1825 y 1850, el foco andaluz, liderado por Manuel Heredia en Marbella, fracasó debido al uso de carbón vegetal, menos eficiente y más costoso. Entre 1850 y 1875, Asturias, con sus reservas de carbón mineral, se convirtió en el nuevo centro siderúrgico. La calidad media del carbón asturiano no fue un obstáculo mientras se mantuvo el proteccionismo. Sin embargo, la liberalización del sector provocó el declive de la siderurgia asturiana.
A partir de 1875, el foco vizcaíno emergió gracias al hierro sin fósforo, el convertidor Bessemer y el carbón galés de alta calidad.
Minería y Capital Extranjero
España poseía importantes recursos minerales, pero su extracción se mantuvo estancada en la primera mitad del siglo XIX debido al desinterés del mercado español. A partir de 1850, el capital extranjero comenzó a invertir en minas españolas, como las de cobre en Huelva, plomo en Jaén y mercurio en Almadén. La Ley de Bases sobre Minas de 1869, promulgada durante el Sexenio Democrático, permitió la libre explotación, lo que impulsó el crecimiento de la producción mineral. Sin embargo, la mayoría de las minas quedaron bajo control de empresas extranjeras, limitando su efecto de arrastre sobre la economía española, con la excepción del hierro vizcaíno.
Avances de la Industrialización (1875-1930)
Durante la Restauración, coincidiendo con la Segunda Revolución Industrial, la estabilidad política en España favoreció el crecimiento económico. El proteccionismo y la finalización del trazado ferroviario, que articuló el mercado nacional, impulsaron la industrialización.
Tres Focos Industriales
- Cataluña: Continuó el desarrollo de la industria textil, protegida por aranceles, y de otras industrias impulsadas por su efecto de arrastre.
- Vizcaya: Reemplazó a Asturias como centro siderúrgico. La disponibilidad de hierro sin fósforo de alta calidad y la iniciativa burguesa, que importaba carbón inglés, impulsaron la instalación de altos hornos modernos. La siderurgia vizcaína fomentó el desarrollo de la industria de transformación y de la banca.
- Madrid: Se convirtió en el tercer eje industrial, con una industria diversificada gracias a su capitalidad, la red ferroviaria y el crecimiento demográfico.
Limitaciones y Desequilibrios
A pesar de estos avances, España no se podía considerar un país plenamente industrializado. La economía era poco competitiva, con sectores básicos protegidos y un fuerte desequilibrio entre las regiones industriales y la España agraria, donde coexistía una agricultura cerealista tradicional con una agricultura de exportación moderna, como la producción de cítricos en Valencia y la vid.
Crecimiento Demográfico
Entre 1875 y 1930, la población española aumentó de 16 a 23 millones de personas, con un descenso tanto de la mortalidad como de la natalidad. La epidemia de gripe de 1917 marcó un punto de inflexión en este proceso.