Transformación Económica de España en el Siglo XIX: Un Enfoque en la Industrialización

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La Revolución Industrial en España: Un Proceso Desigual

La economía española experimentó cambios significativos durante el siglo XIX, aunque sin alcanzar los niveles de otros países europeos. España se mantuvo como un país predominantemente agrario, con un marcado desequilibrio entre zonas de agricultura tradicional de bajos rendimientos, zonas industriales y áreas de agricultura intensiva. La Revolución Industrial en España se concentró principalmente en Cataluña y el País Vasco, con repercusiones menores en Andalucía, Valencia y el interior.

El Fracaso Relativo de la Industrialización Española

A finales del siglo XIX, España aún presentaba un escaso desarrollo industrial, con más del 60% de la población activa dedicada al sector primario. Se considera que la Revolución Industrial fracasó en gran parte de España, a excepción del País Vasco y Cataluña. Las razones de este fracaso fueron:

  • Un débil mercado interior.
  • Escaso poder adquisitivo de la población.
  • Un proteccionismo excesivo.
  • Falta de inversión.
  • Malas comunicaciones terrestres.
  • Ausencia de redes comerciales eficientes para la distribución de bienes.

Un ejemplo de estas deficiencias era la situación del trigo castellano, que en ocasiones se pudría en los graneros, mientras que en la Comunidad Valenciana se importaba del exterior. De manera similar, las minas asturianas no encontraban comprador para el carbón, mientras que en Bilbao se importaba del Reino Unido.

Infraestructuras y Transporte: Un Reto Clave

Hasta 1850, España contaba con una red de caminos y carreteras de corta extensión. El transporte de mercancías solo era efectivo en las ciudades costeras con puerto marítimo. La creación de redes comerciales requería facilidades para trasladar mercancías en grandes cantidades y con cierta rapidez.

Algunos de estos problemas se resolvieron a lo largo del siglo, generando una moderada expansión del sector industrial, aunque a un ritmo más lento que en la mayoría de los países europeos. En 1850, Madrid era la única capital europea que solo disponía de caminos para carros.

Durante el Bienio Progresista (1854-1856) se dio un impulso decisivo a la construcción del ferrocarril. En el siglo XVIII, los Borbones realizaron grandes esfuerzos para mejorar la red de carreteras. Hacia 1850, España disponía de una red de caminos y carreteras cuya extensión no llegaba a una décima parte de la de Francia. A mediados del siglo XIX, la situación mejoró. Sin embargo, el principal reto seguía siendo el transporte de mercancías. Solo con la capacidad de trasladar mercancías en grandes cantidades y con rapidez se podían unificar los precios de los productos.

El Ferrocarril: Motor y Limitaciones

En el Bienio Progresista se impulsó la construcción del ferrocarril, con una legislación que permitió la entrada de capital extranjero para financiarlo. Una nueva ley de ferrocarriles favoreció la formación de nuevas empresas, que duplicaron el tendido existente. Se incrementó la presencia de capital español y las subvenciones del Estado. El ferrocarril comenzó a ejercer cierto arrastre de la industria siderúrgica y metalúrgica nacional. Los ferrocarriles mineros y los de vía estrecha, que completaban la red principal, se realizaron básicamente a finales del siglo XIX. Se produjo una revolución en el sistema de transportes al permitir el traslado y la comercialización de los productos entre las zonas agrícolas e industriales. Sin embargo, el diferente ancho de las vías con respecto a las europeas fomentó el aislamiento. El trazado radial ignoraba la localización periférica de la industria. Además, la limitada demanda existente hizo del ferrocarril un negocio poco lucrativo.

El último cuarto de siglo se caracterizó por una recuperación lenta y constante.

Cataluña: El Motor Textil

Para que prosperase una industria textil en el siglo XIX, eran necesarias tres condiciones: existencia de capital, suficiente mano de obra e innovación tecnológica. Además, se debía disponer de materias primas o fuentes energéticas abundantes y baratas, y tenía que existir una demanda de tejidos suficiente. En España no se daban estas condiciones de forma generalizada.

El mercado español tenía poca capacidad de compra para importar algodón y carbón. Sin embargo, en Cataluña se creó una importante industria textil, sobre todo algodonera, gracias al avance de la economía catalana respecto del resto de España y al proteccionismo. Un elemento decisivo en el desarrollo de la industria textil fue el espíritu de iniciativa y de riesgo de la sociedad catalana. Un ejemplo fueron los hermanos Bonaplata, que construyeron la primera fábrica que funcionaba con energía procedente del vapor. La innovación, el espíritu de iniciativa, el capital y la mano de obra abundante, así como la búsqueda de un mercado para la exportación, hicieron que la Revolución Industrial llegara a Cataluña.

La industria textil catalana siguió en sus inicios el modelo británico, basado en el uso del carbón para conseguir la presión del vapor necesaria en el movimiento de poleas, rocas y telares. Los empresarios catalanes compraron o imitaron la maquinaria y la tecnología inglesas, reprodujeron el modelo de fábricas y estudiaron sus estrategias comerciales. Pero, a partir de 1860, ante el elevado costo del carbón, se buscó el aprovechamiento de los saltos de agua en las corrientes de los ríos. Así se crearon muchas colonias industriales en las cuencas medias de los ríos Ter y Llobregat.

Entre 1875 y 1886, los textiles vivieron su período de esplendor. La supervivencia y la expansión de esta industria fueron posibles gracias al proteccionismo comercial. Este proteccionismo, que permitió la existencia de la industria textil, perjudicó la expansión de su mercado, ya que, fuera del ámbito nacional, los precios elevados le impedían competir con los tejidos británicos en otros países.

País Vasco: Siderurgia y Comercio

Los primeros altos hornos en el País Vasco se instalaron en 1841. Los comerciantes vascos aprovecharon la política proteccionista de los gobiernos liberales y la supresión parcial de los fueros, que permitía el libre comercio con el resto de España. Gracias a este cambio legislativo, Bilbao y Donostia-San Sebastián pudieron convertirse en puertos por los que pasaban productos de Castilla y del valle del Ebro.

La actividad comercial desarrollada en los puertos facilitó que un sector de los comerciantes orientara su negocio hacia la explotación de mineral de hierro. Este sector de la burguesía se enriqueció exportando el mineral al Reino Unido. Esta circunstancia propició la aparición de importantes astilleros en la ría de Bilbao para construir barcos que transportaran el mineral. Una de las ventajas que propiciaba esta inversión era la importación de carbón británico. Los industriales vascos aprovechaban el viaje de vuelta a Bilbao de los barcos que llevaban el mineral de hierro para la industria siderúrgica británica para traer carbón.

Entre 1880 y 1900 se produjo un gran avance en la industria siderúrgica con la creación, sobre todo en Gipuzkoa, de numerosas empresas metalúrgicas de transformados de acero.

Además de este factor tecnológico, el auge de la siderurgia vasca también se explica por el proteccionismo del último tercio del siglo XIX.

Por último, se crearon industrias subsidiarias, como la industria química y la de maquinaria industrial y de transporte, sobre todo con la potenciación de los astilleros.

Hacia un Mercado Único: Unificación Económica

Entre 1837 y 1892 se produjo en España un proceso de unificación del sistema económico. La creación de un mercado único fue posible gracias a la organización de redes comerciales y de transporte, a una nueva legislación mercantil y a la unificación del sistema financiero y del sistema fiscal.

A inicios del siglo XIX, España tenía numerosas normas comerciales, a las que había que añadir una gran diversidad de sistemas de pesos, medidas y cuentas monetarias. Para la creación de un mercado único, era imprescindible regular la legislación comercial y suprimir las aduanas interiores. Los gobiernos del siglo XIX promulgaron leyes que tendían a conseguir la uniformidad.

En cuanto a las leyes de exportación e importación, se pueden diferenciar dos períodos. El primero tuvo cierto carácter librecambista, ya que, aunque protegía determinados productos españoles, dejaba la puerta abierta a las importaciones. El segundo, que coincidió con la primera fase de la Restauración (1875), se caracterizó por un gran proteccionismo.

Durante la primera mitad del siglo XIX en España existía un auténtico caos monetario: convivían diferentes moedas y sistemas de cuenta. Se trató de establecer un sistema sencillo y uniforme para todo el Estado.

En 1874, José de Echegaray estableció la emisión en exclusiva por el Banco de España de billetes de papel moneda con la nueva unidad de cuenta, la peseta.

El sistema impositivo vigente en España estaba atrasado y fuera del control del Estado. Había zonas, como Castilla, que tenían más de cien tipos de impuestos. Desde el año 1845, se comenzó a crear un nuevo tipo de sistema fiscal. Lo más destacado del nuevo modelo era la inclusión de todos los impuestos que había en cinco grandes grupos.

Aunque el sistema de recaudación nunca funcionó correctamente y el fraude fiscal fue muy elevado, al menos se modernizó la fiscalización y se mantuvo relativamente estable a lo largo de todo el siglo XIX.

Conclusión

Algunos de estos problemas se resolvieron a lo largo del siglo, generándose una moderada expansión del sector industrial. En cuanto a la evolución económica, hubo una clara expansión sostenida desde 1820 hasta finales de 1850, seguida de un período de crisis. Las causas de esta crisis hay que buscarlas en las nuevas posibilidades de inversión y también en el encarecimiento del algodón por causa de la guerra de Secesión estadounidense. El último cuarto de siglo, en cambio, se caracterizó por una recuperación lenta y constante.

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