Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández
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Influencias literarias
Miguel Hernández, desde su adolescencia, absorbió la influencia de los clásicos y de la generación del 27. Aprendió su poética, homenajeándola en su obra, a la vez tan personal y original. La fusión entre tradición y vanguardia es una característica esencial de su poesía.
Vectores de influencia
Se pueden identificar diferentes vectores de influencia:
- Tradición literaria:
- Clásicos del Siglo de Oro (San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Garcilaso de la Vega, y poetas barrocos).
- Poesía de Bécquer (romanticismo depurado, pureza, desnudez).
- Neopolarismo (versión culta de las formas populares).
- Generación anterior:
- Poesía simbolista-modernista de Rubén Darío.
- Poética de Juan Ramón Jiménez (maestro de la generación del 27).
- Vanguardias literarias:
- Deshumanización del arte: búsqueda de una poesía pura, asentimental y hermética, depurada de anécdota humana y confesionalismo romántico. Las vanguardias buscaron un lenguaje propio basado en la audacia de la metáfora.
- Surrealismo (irrupción en los años 30).
Estética del primer poemario
La estética del primer poemario hernandiano se concreta en tres ejes que fusionan tradición y vanguardia:
- Gongorismo: esquema métrico cerrado de la octava real, fórmulas sintéticas.
- Vanguardismo tardío (cubismo): enriquece el hermetismo y la imaginería de sus poemas.
- Hermetismo intenso y lúdico: convierte el poema en un acertijo poético.
Este poemario de amor trágico fusiona la poesía impura y la metáfora surrealista con la tradición:
- Trabaja la métrica clásica.
- Estructura y componentes temáticos que remiten al modelo del cancionero tradicional del amor cortés.
- Herida de amor que tiñe el poemario de un tragicismo que emana de la vivencia amorosa como una tortura.
Hernández busca una poesía directa que recree su carácter oral, de ahí el empleo abundante del romance y del octosílabo.
Compromiso social y político en la poesía de Miguel Hernández
Madurez poética y compromiso social
En 1934, Miguel Hernández comienza una nueva etapa en Madrid, alejándose del ambiente oriolano. Esto provoca una crisis personal y poética de la que surge su voz definitiva.
En 1935 escribe El rayo que no cesa, un poemario muy fructífero y crítico, dejando atrás la influencia de Juan Ramón Jiménez. Su compromiso social comienza con el encargo de difundir la cultura general, ante los altos índices de analfabetismo.
Guerra Civil y compromiso político
El estallido de la Guerra Civil Española obliga a Hernández a dar el paso al compromiso político. Se incorpora como voluntario al ejército republicano, primero al Quinto Regimiento y luego a las órdenes del comisario político Pablo de la Torriente. Tras la muerte de Pablo, se reorganiza en la Primera Brigada Móvil de Choque.
Compone Viento del pueblo. El sentido de este poemario queda reflejado en su dedicatoria a Vicente Aleixandre.
Hernández comprende el poder transformador de la palabra, su función social y política. Modula su tono, focalizándose en un yo lírico o fundido con un nosotros.
Frente a la exaltación del heroísmo y la lamentación por las víctimas, el tono de imprecación insulta a los cobardes que tiranizan al pueblo.
El hombre acecha y la madurez poética
Pese al nacimiento de su primer hijo, Hernández está cansado e interioriza el espantoso espectáculo bélico, tambaleando su fe en el hombre. Comienza a escribir El hombre acecha.
Este poemario está organizado con una esmerada razón compositiva en la que el poeta se repliega hacia la introspección. Su tono combativo se atempera ante la realidad del curso de la guerra. En el tratamiento de sus temas esenciales, los poemas suelen vehicular una oposición entre lo positivo y lo negativo.
El poeta asiste al desmoronamiento del bando republicano y a su hundimiento en el dolor con la muerte de su hijo. El nacimiento de su segundo hijo será una alegría aislada tras la tragedia de la pérdida de la guerra. Será conducido a la guerra, pero luego liberado; sin embargo, al ir a Orihuela es delatado y encarcelado de nuevo.
Cancionero y romancero de ausencias
En septiembre de 1939, Miguel Hernández entrega a su esposa un cuaderno con poemas que había titulado Cancionero y romancero de ausencias, donde alcanza la madurez poética.