Tópicos literarios

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Carpe diem («aprovecha el día»). Se trata de un tópico que incita a vivir el momento. Procede de Horacio (Oda 11 del libro I de sus Odae) y lo podemos hallar en poetas muy posteriores como, por ejemplo, Garcilaso de la Vega (Soneto XXIII), e incluso actuales. Equivale al tempus fugit. Tempus irreparabile fugit («el tiempo pasa irremediablemente»). Se trata de un tópico duro y dramático que nos advierte de que el tiempo es fugaz e irrecuperable. Quevedo lo recogió con absoluta maestría en muchos de sus sonetos. Collige, virgo, rosas dum flos novas et nova pubes et memor esto aevumsic properare tuum («coge, doncella, las rosas mientras existe la flor fresca y la nueva juventud y recuerda que así corre tu tiempo»). Es una derivación del tema anterior que parte de un verso atribuido a Ausonio, poeta latino del siglo IV, y que es también una incitación a gozar del día, pero aplicado a una mujer. Góngora lo trató con maestría. Ubi sunt? («¿dónde están?», «¿qué se hicieron?»). Carácter desconocido del más allá, de la otra orilla de la muerte, materializado en interrogaciones retóricas acerca del destino o paradero de grandes hombres que han muerto. Es un tópico sobre todo medieval, lamenta la desaparición de las grandes glorias pasadas a través de la ruina de sus monumentos o el olvido de sus grandes hombres y hazañas. Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre formula una serie de preguntas retóricas sobre el destino de caballeros, damas, galas, amores, músicas, bailes: todo desaparece. El motivo conecta con el tema bíblico del paraíso perdido, formulación fijada por John Milton. Los versos de Manrique a los que aludimos son: ¿Qué se ficieron las damas, / sus tocados, sus vestidos, / sus olores? / ¿Qué se ficieron las llamas / de los fuegos encendidos / de amadores? Locus amoenus («lugar agradable»). Deriva de Teócrito y de Virgilio y tuvo un gran desarrollo en nuestra poesía bucólica de la Edad de Oro. La descripción del paisaje tiene las mismas características: prados verdes, riachuelos cristalinos, pájaros cantando, árboles con deleitosa sombra. Según Ernst Robert Curtius es un lugar natural provisto de tres elementos: agua, prado y sombra de árboles, que invita a la conversación o al descanso. Es el escenario de los diálogos ciceronianos y de las conversaciones de la literatura pastoril. Si falta cualquiera de esos tres elementos, no se trata de un lugar delicioso. No importa la precisión geográfica, sólo que sea el marco ideal para el amor. Garcilaso y Jorge de Montemayor son buenos exponentes en el uso magistral de este tópico. Beatus ille («dichoso aquel»). Elogio de la vida campesina, rural, frente al ajetreo urbano y cortesano. Recoge las palabras iniciales del Epodo II de Horacio (Beatus ille qui procul negotiis, ut prisca gens mortalium, paterna rura bubus exercet suis solutus omni faenore neque excitatur classico miles truci neque horret iratum mare forumque vitat et superba civium potentiorum limina. Dichoso aquel que lejos de los negocios, como la antigua raza de los hombres, dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con los bueyes, libre de toda deuda, y no se despierta como los soldados con el toque de diana amenazador, ni tiene miedo a los ataques del mar, que evita el foro y los soberbios palacios de los ciudadanos poderosos) y es Fray Luis de León quien le dio mayor fuerza en su «Oda a la vida retirada». Consiste en enumerar el ideal de felicidad basado en la ausencia de pasiones ?vanidad, avaricia, cargos...? y en vivir de acuerdo con la propia conciencia, retirado. Este motivo está muy emparentado con el del «Menosprecio de la corte y alabanza de la aldea», título de un libro del humanista del Renacimiento Antonio de Guevara. Aurea aetas («Edad de Oro»). Se refiere al punto culminante de las distintas eras que los griegos consideraron que existieron: de hierro, de bronce, de plata y, finalmente, de oro, o a un tiempo en los comienzos de la Humanidad que era percibida como un estado ideal o utopía, cuando la humanidad era pura e inmortal. En las obras literarias, la Edad de Oro usualmente acaba con un acontecimiento devastador, que trae consigo la caída del hombre. La Edad de Oro tiene que ver con la búsqueda de paraísos perdidos y la añoranza del pasado. Et in Arcadia ego (y yo en la Arcadia). La felicidad es efímera y su pérdida provoca nostalgia. Aurea mediocritas o «dorada medianía» (Horacio): ideal de vida en que no se prefiere lo mucho ni lo poco, sino tener estrictamente lo necesario, porque así no hay preocupación por las pasiones de guardar lo que se tiene de más o desear indefinidamente. Es el equilibrio clásico, y también se formula como in medio stat virtus, quando extrema sunt vitiosa, «la virtud está en el medio cuando los extremos son viciosos». Descriptio puellae («descripción de la muchacha»). La descripción de la amada como si fuera un objeto precioso compuesto de materias hermosas o lujosas. Responde a una fórmula muy conocida de la poesía de la Edad de Oro. El rostro es el centro de esta belleza, se habla de su cabello ?rubio?, de su tez, de color blanco, de su frente, de sus cejas, de sus ojos, de su boca, de su cuello, de sus dientes... Petrarca lo desarrolló en sus poemas dedicados a Laura. Generalmente la descripción es gradativo-enumerativa en orden descendente. Odi profanum vulgus [et arceo] («Odio al vulgo ignorante [y me alejo de él»]): original de Horacio (Carmina, 3,1,1) muestra el desprecio elitista al hombre ignorante y a quien no aprecia la belleza de la poesía. Es equivalente a "no está hecha la miel para la boca del asno". Vita flumen (derivado del Panta rei ?p??ta ?e?, «todo fluye»? de Heráclito), la vida como río. Es la idea de entender la vida como un río que desemboca en el mar, que es la muerte. Las resonancias son manriqueñas y es un tópico que el propio Machado ha empleado alguna vez. Una variación es el Quotidie morimur («a diario vamos muriendo»), proveniente, sobre todo, de Séneca (Epístolas a Lucilio), este tópico adquiere una gran relevancia en la poesía de Quevedo.

Homo viator («hombre viajero, caminante») donde se entiende la vida como un camino sin posibilidad de retorno, un viaje que nos va cambiando y purificando transformándonos en otras personas más sabias y maduras conforme atravesamos por diversas experiencias y desengaños. Es «El todo pasa y todo queda» de Antonio Machado, o la referencia de Berceo en la introducción a los Milagros de Nuestra Señora, en que compara al hombre con un romero o peregrino. Es el tópico del Peregrinatio vitae. Memento mori («recuerda que has de morir»): carácter cierto de la muerte como fin de la vida. Es una advertencia aleccionadora. La frase tiene su origen en una peculiar costumbre de la Roma antigua. Cuando un general desfilaba victorioso por las calles de Roma, tras él un siervo se encargaba de recordarle las limitaciones de la naturaleza humana, con el fin de impedir que incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre. Lo hacía pronunciando esta frase. También podría proceder del memento, homo, quia pulvis es et in pulvere reverteris, del libro del Génesis, 3, 19. Nihil novum sub sole («nada nuevo bajo el sol»). Tiene origen bíblico (Eclesiastés, 1,10) y alude a la repetición constante, a que en realidad todo es siempre lo mismo. Vanitas vanitatum et omnia vanitas o «vanidad de vanidades, y todo es vanidad» (Eclesiastés 1,2). Nada merece la pena o el esfuerzo por conseguirlo, porque no es posible alcanzar satisfacción, todo se reduce a polvo. Se intenta ser más de lo que se puede ser, y eso es hincharse de dolor y angustia, y tanto más cuanto más se desea, pues todo está vacío de contenido y no merece la pena que se toma por conseguirlo. Nuestro insaciable orgullo nunca se satisface, así que nuestro orgullo es un tormento y está vacío de toda satisfacción. Sic transit gloria mundi («así pasa la gloria del mundo»). Se utiliza para señalar lo efímero de los triunfos y el carácter pasajero de la fortuna o reputación humana, condenada a verse arrastrada por la muerte. El origen de la expresión parece provenir de un pasaje de la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis (1380-1471) en la que aparece la frase «O quam cito transit gloria mundi» (Imitación de Cristo 1, 3, 6) («Oh, qué rápido pasa la gloria del mundo»). Es una frase que se utiliza durante la ceremonia de coronación de nuevos papas, en donde en cierto momento un monje interrumpe el acto, muestra unas ramas de lino ardiendo y cuando se han consumido dice «Sancte Pater, sic transit gloria mundi» (Santo Padre, así pasa la gloria del mundo), recordando al Papa que a pesar de la tradición y la grandilocuencia de la ceremonia, no deja de ser un mortal. También se puede encontrar la expresión en muchos cementerios, inscrita en las tumbas de personajes famosos o populares en su época. Vita-somnium («la vida como sueño»): carácter inconsistente e ilusorio de la vida humana, entendida como un sueño irreal, una ficción extraña y pasajera. Recuérdese La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Theatrum mundi («el mundo como teatro»): relacionado con el tópico de la vita-somnium, presenta la existencia humana como una representación que concluye con la muerte. Recuérdese, también, El gran teatro del mundo, de Calderón. Contemptus mundi («desprecio del mundo»). Menosprecio del mundo y de la vida terrena, que no son otra cosa que un valle de lágrimas y de dolor. El concepto fue acuñado por Bernard de Cluny, un monje benedictino de la primera mitad del siglo XII autor del largo poema titulado De contemptu mundi. Omnia mors aequat «la muerte lo iguala todo»).Carácter igualitario de la muerte que, en su poder, no discrimina a sus víctimas ni respeta jerarquías. Esta visión democrática de la muerte está presente en las Danzas de la muerte (siglo XV), y en las coplas manriqueñas. Puer senex o «niño viejo». Un joven pide consejo a un sabio anciano y experimentado y lo sigue con gran beneficio. El Conde Lucanor, de don Juan Manuel, por ejemplo. Fortuna imperatrix mundi (Fortuna, la emperadora del mundo) o rueda de la fortuna. La fortuna todo lo trastoca: eleva al malvado y arroja a la miseria al virtuoso; este tópico nace del De cosolatione Philosohiae de Boecio. Es muy propio de la Edad Media y del Renacimiento. También se conoce como fortuna mutabile. Donna angelicata, o mujer angelical en italiano: la amada del poeta representa, sobre todo después de la muerte de la misma, un mediador entre Dios y el poeta que intenta depurar el amor de éste de componentes sensuales y materiales pecaminosos y transformarlo en un amor a la filosofía, a la virtud y a Dios. La amada estimula la disposición innata del amante para el bien absoluto y lo pone en comunicación con el amor divino. Es un tópico de origen petrarquista. Religio Amoris («culto de amor»). La mujer es un ser superior de raíz divina ?celestial y angelical? y el hombre debe profesar la fe e iniciar una vía de perfeccionamiento a su servicio. Su belleza y su perfección son propios de un ser divino. Por ello, se la iguala con los ángeles o el propio Dios; el amante acaba convirtiéndose a su particular religión de amor basada en su amante: recordemos el «Melibeo soy» de Calisto en La Celestina. Fue un tópico duramente perseguido por los moralistas medievales y provocó ?por parte de estos? el auge de la literatura de corte misógino de la época. Venatus amoris («caza de amor»): la relación amorosa es presentada como cacería del ser amado. Amor post mortem («amor más allá de la muerte»). Carácter eterno del amor, sentimiento que perdura después de la muerte física. El tópico del amor más poderoso que la muerte fue excelsamente tratado por Francisco de Quevedo. Sapere aude («atrévete a saber»): originalmente de Horacio, y popularizada por Immanuel Kant en su artículo «¿Qué es la Ilustración?». Sapere aude es una expresión del latín, que indica «Atrévete a saber»; también suele interpretarse como «Ten el valor de usar tu propia razón». Su divulgación se debe a Immanuel Kant, en su ensayo «¿Qué es la Ilustración?», aunque parece que su uso original se da en la Epístola II de Horacio del Epistularum, liber primus: «Dimidium facti qui coepit habet: sapere aude» («Quien ha comenzado, sólo ha hecho la mitad: atrévete a saber»). Epistularum, liber primus II, 40.

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