Temas y Conflictos en La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca
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Temas Principales y Secundarios en La casa de Bernarda Alba
El teatro de García Lorca se organiza en torno a un conflicto fundamental: el enfrentamiento entre el mundo íntimo y el social, lo que da lugar al choque entre dos principios fundamentales, la libertad y la autoridad. En su teatro es la mujer la que lucha por su derecho a la afectividad y a la sexualidad. Se convierte así en el tema nuclear de su teatro, el amor imposible, la frustración erótica. El tema central de la obra es el enfrentamiento entre una moral autoritaria, rígida y convencional (representada por Bernarda) y el deseo de libertad (encarnado por María Josefa y Adela). El resto de personajes se encuentra resignado por su autoridad o con tal temor que no actúa.
Además de este tema principal encontramos una serie de temas secundarios importantes en la obra. Entre los temas secundarios sobresalen: 1) la hipocresía (el mundo de las falsas apariencias); 2) la injusticia social; 3) la marginación de la mujer; 4) la honra; 5) los sentimientos de odio y envidia; y 6) el amor sensual y la búsqueda del varón.
La obra nos retrata una sociedad rural caracterizada fundamentalmente por:
1. La hipocresía (el mundo de las falsas apariencias)
La preocupación por la opinión ajena, el temor a la murmuración, el deseo de aparentar lo que no se es y, en definitiva, la hipocresía que enmascara y oculta la realidad constituye uno de los motivos recurrentes en la obra.
El mundo de las falsas apariencias y de la hipocresía como forma social afecta, básicamente, a Bernarda y, en menor medida, a Martirio.
Simbólicamente, esta preocupación por las apariencias se refleja en la obsesión por la limpieza (la blancura de las habitaciones) que caracteriza a Bernarda. La Criada y la Poncia limpian la casa mientras se celebra el funeral. La Criada llega, incluso, a quejarse de “tener sangre en las manos” de tanto fregar. Sin embargo, Bernarda le recriminará por no haber limpiado bien: “debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir el duelo” (Acto I).
El miedo a la murmuración es una constante en la vida del pueblo y marca la conducta de Bernarda, que teme lo que puedan decir las mujeres que asisten al pésame. Por miedo a los comentarios de sus vecinas oculta a su madre: se avergüenza de su locura. Las hijas son conscientes del daño que causan las malas lenguas y se quejan amargamente de que sus vidas estén condicionadas por la opinión ajena: “De todo tiene la culpa esta crítica que no nos deja vivir” (Amelia, Acto I).
La hipocresía es un rasgo característico de Martirio a lo largo de toda la obra. En especial, cuando tiene lugar el episodio del retrato. Su disculpa, además de resultar inverosímil, revela su constante falsedad.
Por su parte, Bernarda, extremadamente preocupada por la buena fachada y la armonía familiar de su casa, tras el suicidio de Adela quiere ocultar la realidad y aparentar que nada extraño ha sucedido: "¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestida como si fuera doncella ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen!"
Recuérdese además que al comienzo de la obra ya aparecen ciertas prácticas religiosas que pueden ser consideradas igualmente hipócritas, pues no responden al verdadero espíritu cristiano, sino que se llevan a cabo por el rito de la costumbre, o bien son utilizadas como instrumento de dominación. Esto se pone de manifiesto cuando Bernarda, en el duelo, impone el rezo del responso inmediatamente después de haber estado hiriendo con malignidad a las vecinas y se sirve de él para que las mujeres dejen de criticar su malevolencia.
2. La injusticia social
En toda la obra, pero sobre todo en el primer acto, Lorca pone de manifiesto las tensiones de la sociedad de su época. Denuncia la injusticia social y las diferencias sociales, la conciencia y orgullo de clase y la crueldad que preside las relaciones de la sociedad. Plantea una jerarquía social bien definida. En el estrato más elevado Bernarda y su familia (primero Angustias, que tiene dinero, y luego las demás hijas), a continuación la Poncia, después la Criada, y finalmente, en una posición ínfima, la miseria absoluta, la degradación social y la injusticia humana, representadas por la Mendiga.
Cada personaje tiende a humillar al que se sitúa en el estrato inferior de la jerarquía social. La Criada humilla a la Mendiga que viene pidiendo las sobras. Bernarda animaliza a la Criada, de forma paralela al trato dado previamente por ella misma a la Mendiga. La Poncia también será humillada por Bernarda, quien, en un pasaje del segundo acto, le recordará sus orígenes (“El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta…”) y sus obligaciones (“Obrar y callar a todo es la obligación de los que viven a sueldo”).
El contraste entre riqueza y miseria aparece desde la primera escena y vemos que la desigualdad económica afecta, incluso, a las hijas de Bernarda. Esta diferencia provocará, en cierta medida, el drama, puesto que Pepe el Romano elegirá a Angustias precisamente por su fortuna.
Bernarda es incapaz de cualquier impulso generoso y tanto las criadas como María Josefa se quejan de su ruindad. Hasta se niega a repartir la ropa de su difunto marido: “Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con el que le hemos tapado la cara!” (Acto I). Pero la mezquindad no afecta exclusivamente a Bernarda. También la Criada se mostrará ruin con la Mendiga. Los personajes de condición social más baja, aceptan con resignación, aunque con odio, las relaciones establecidas.
3. La marginación de la mujer
También ha querido Lorca denunciar la marginación de la mujer en la sociedad de su época. Para ello, enfrenta dos modelos de comportamiento femenino:
- a) El modelo basado en una moral relajada: Paca la Roseta; la prostituta que contratan los segadores; la madre de la Poncia, que ejerció la prostitución; y la hija de la Librada, que tiene un hijo estando soltera.
- b) El modelo basado en una determinada concepción de la decencia, a la que Bernarda somete a sus hijas.
Las mujeres del primer grupo llevan una vida de aparente libertad. En realidad, viven al margen de la sociedad y son condenadas moral e incluso físicamente por la opinión del pueblo.
Por su parte, el comportamiento femenino basado en la honra y en la decencia aparentes implica una sumisión a las normas sociales y convencionales, que discriminan a la mujer en beneficio del hombre. Desde el principio, Bernarda impone a sus hijas un determinado comportamiento que corresponde, de una parte, a su condición de mujeres, y, de otra, a su nivel económico acomodado: “Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.” (Acto I). Se distingue claramente el trabajo de hombres y mujeres (trabajo en el campo / cuidado de la casa).
También se alude a la desigualdad de hombres y mujeres ante la ley, en el pasaje en que Martirio cuenta la historia del padre de Adelaida: “Porque los hombres se tapan unos a otros las cosas de esta índole y nadie es capaz de delatar” (Acto I). Además, mientras a la mujer le está vedada cualquier inclinación o impulso amoroso, al hombre le está permitido mantener relaciones extramatrimoniales. Poncia justifica este hecho (“yo misma le di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan estas cosas” (Acto II). Ante este estado de cosas, Amelia concluye que “Nacer mujer es el mayor castigo” (Acto II). Asimismo, se pone de relieve la sumisión familiar de la mujer al varón. Según Martirio, “a los hombres sólo les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa que les dé de comer” (Acto I).
A partir del linchamiento de la hija de la Librada, Adela va identificándose con las mujeres del primer grupo: "Todo el pueblo en contra mía (...) Perseguida (...)" (Acto III).
En conclusión, la obra pone de relieve la injusticia de una educación basada en unos valores tradicionales que condenan a las mujeres a la pasividad y a la obsesión por la virginidad y por mantener las apariencias.
4. La honra
Ligado al tema de las apariencias y vinculado al tema del amor, aparece en esta obra la problemática de la honra. Bernarda se mueve guiada por unos principios convencionales y rígidos -apoyados en la tradición-, que exigen un comportamiento público inmaculado, es decir, una imagen social limpia e intachable.
Por eso Bernarda recrimina el comportamiento de Angustias, que mira a los hombres durante el funeral: “¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre?” (Acto I). Será igualmente la preocupación por la honra, por no mancharse, la que lleve a la Poncia a aconsejar a Adela que deje al Romano: “Para que las gentes no os escupan al pasar… quiero vivir en una casa decente…” (Acto III).
Este sentido de la honra que guía a Bernarda y a Poncia es el mismo que impera en el pueblo: el que hace posible el linchamiento de la hija de la Librada.
5. Los sentimientos de odio y envidia
Las relaciones de los personajes de la obra están dominadas por los sentimientos de odio y de envidia.
Bernarda se convierte en el objeto del odio de sus criadas y de los vecinos del pueblo (este sentimiento está provocado por la desigualdad y la injusticia social, además de por la rigidez y el orgullo clasista de Bernarda). Siempre dispuesta a herir a los demás, es el ejemplo más evidente de aborrecimiento por parte de todos los personajes de la obra; recordemos que mantiene encerrada también a su madre, María Josefa. Es destacable el momento final, cuando es incapaz de sentir el mínimo dolor por la muerte de Adela, su hija menor. Alimenta en sí misma el odio hasta tal punto que se convierte en un personaje detestable.
Ni siquiera las hermanas, pese a ser objeto de la tiranía materna, reaccionan solidariamente, sino que, por el contrario, aprovechan cualquier ocasión para criticarse con malignidad, vigilarse implacablemente e intentar hacerse daño unas a otras. Angustias es odiada y envidiada por el resto de sus hermanas. Y ella también las odia. El odio, la envidia y los celos mueven a Martirio a acusar a su hermana Adela.
A lo largo de toda la obra se encuentran muestras de mutuo resentimiento y de complacencia en la desgracia ajena. Todos los personajes se zahieren, a veces sarcásticamente. Las criadas manifiestan su odio de clase, tanto entre ellas como con los amos:"Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de paño..".
6. El amor sensual. La búsqueda de varón
El drama de estas mujeres encerradas se concreta en la ausencia de amor en sus vidas y en el temor a permanecer solteras. El dominio tiránico de Bernarda, que ha impuesto un riguroso luto de ocho años y que controla cada uno de los movimientos de sus hijas, impide cualquier posibilidad de que éstas entablen una relación amorosa.
En consecuencia, sus hijas han perdido toda esperanza de encontrar marido. En su locura, será María Josefa, la madre de Bernarda, quien denuncie el sufrimiento de las muchachas y las causas de su mal : “No quiero ver a estas mujeres solteras rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón”.
La irrupción en su mundo cerrado de Pepe el Romano desencadenará las pasiones de estas mujeres: Angustias sueña feliz con su boda; Martirio se enamora de El Romano y sufre por no poder atraer su atención; y Adela, también enamorada, llega a mantener relaciones con él.
La presencia del hombre y la pasión amorosa se concretan por caminos diferentes: a) por medio de referencias y alusiones acaecidas fuera de escena, y b) por medio de vivencias auténticas de los personajes.
Las referencias al amor y a los hombres son constantes: cuando Poncia le cuenta a Bernarda lo ocurrido con Paca la Roseta y rememora la declaración amorosa de su marido Evaristo el Colorín; el monólogo de la Criada acerca de los requiebros eróticos del difunto marido de Bernarda; la Poncia, al escuchar el canto de los segadores, exalta las cualidades de los hombres, de manera que turba el sosiego de las mujeres.
Por otro lado, el amor aparece a través de vivencias reales de los personajes. Es Adela quien, desde el principio de la obra (abanico de flores rojas y verdes) encarna un amor sensual que ella misma define como un fuego que le quema y arde en su interior.
El amor aparece desprovisto de envoltura sentimental, reducido a la fuerza elemental del sexo como energía irrefrenable que, al chocar contra obstáculos insalvables, conduce necesariamente a la catástrofe. La rebelión de Adela en el terreno sexual pasa por encima de la honra y el decoro y la lleva a una muerte que ella asume antes que someterse a la opresión del encierro familiar o desembocar, como su abuela, en la locura.
abuela, en la locura.