El Sujeto en la Transición de la Modernidad a la Hipermodernidad

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Concepción Psico-Socio-Simbólica

El ser humano, a lo largo de la historia, ha transitado por diversas concepciones, buscando responder a la pregunta ¿Quiénes somos? Esta interrogante, que alude a la compleja articulación entre lo psíquico, lo social, lo simbólico y lo cultural, es el objeto de estudio de la Sociología Clínica.

Diversos autores han abordado la crisis de identidad del sujeto. Goffman, por ejemplo, establece que:

“El mundo es un teatro donde los actores deben respetar sus ritos y ceremonias. Y la vida social es la vasta escena donde nosotros, actores personajes, cumplimos con las líneas de conducta instituidas para preservar nuestros rostros y quizá ¿nuestras máscaras?” (Goffman, 1973)

Así, la concepción psico-socio-simbólica se refiere a los procesos identitarios como movimientos psico-sociales dinámicos, más que a una identidad social única. Asumimos diferentes roles, cada uno con parámetros de conducta establecidos socialmente. Esta concepción también se relaciona con la forma en que construimos nuestras vidas, nuestra forma de ser y pensar en el mundo, lo que se denomina Habitus.

Como menciona Araujo en su libro Montevideo, distancias visibles e invisibles:

“Bordieu propone la visión de individuos que están movidos inconscientemente por las maneras de ser y pensar estructuradas por “estructuras estructurantes” al cual denomina habitus.” (Araujo, 1997)

Estos habitus se constituyen a partir de la historia del individuo, sus intereses y la pertenencia a distintos grupos y clases sociales. Su análisis permite comprender las estrategias identitarias y, por lo tanto, acercarnos a la respuesta de nuestra crisis identitaria.

La Interdisciplinariedad según Edgard Morin

Para comprender la interdisciplinariedad según Morin, es importante definir primero qué es una disciplina. Para el autor, una disciplina organiza el conocimiento científico y posee un objeto de estudio particular, un lenguaje y un método específicos, lo que promueve la división y especialización del trabajo.

Morin propone un pensamiento complejo que busque los vínculos entre las disciplinas, considerando la incompletitud del conocimiento y la necesidad de un saber no segmentado:

“Nunca pude, a lo largo de toda mi vida, resignarme al saber parcelarizado, nunca pude aislar un objeto del estudio de su contexto, de sus antecedentes, de su devenir. He aspirado siempre a un pensamiento multidimensional. Nunca he podido eliminar la contradicción interior. Siempre he sentido que las verdades profundas, antagonistas las unas de las otras, eran para mí complementarias, sin dejar de ser antagonistas. Nunca he querido reducir a la fuerza la incertidumbre y la ambigüedad.” (Morin, 1998)

Morin plantea diferentes formas de articular las disciplinas para abordar la compleja realidad. La interdisciplinariedad consiste en la interacción entre disciplinas sin que pierdan sus rasgos particulares, enriqueciéndose a través del intercambio. Su finalidad es compartir conocimientos y cooperar, pudiendo surgir nuevos campos que combinen métodos de diferentes disciplinas. La interdisciplinariedad, como otras formas de articular las disciplinas, surge de la necesidad de un pensamiento complejo que permita ver la realidad como un todo integrado, dejando de lado la hiperespecialización y favoreciendo el intercambio.

Ejemplo de Multirreferencialidad

La multirreferencialidad o transdisciplinariedad, según Morin, se refiere a la unidad del conocimiento más allá de las disciplinas, trascendiéndolas y considerando el contexto. Busca comprender el mundo actual, que exige la unidad del conocimiento.

Un ejemplo de multirreferencialidad es el abordaje de las dificultades de aprendizaje o necesidades educativas especiales de un estudiante. Se requiere la unidad de conocimientos de diferentes disciplinas, como fonoaudiología, psicomotricidad, trabajo social, psicología y educación. Además, es fundamental considerar el contexto del estudiante, su familia y el apoyo que recibe. Este abordaje integral, desde diferentes disciplinas y considerando el contexto familiar y social, ejemplifica la multirreferencialidad.

El "Cuidado de Sí" en la Antigüedad y la Edad Media

Michel Foucault retoma de los griegos el concepto de Épiméleia, que se divide en dos partes: Épiméleia cura sui (“cuidado de uno mismo”) y Épiméleia heautou (“preocupación por uno mismo”). Existe una relación de subordinación entre ambos:

“Entre estos dos preceptos existe una relación de subordinación, ya que el conocimiento de uno mismo es únicamente un caso particular de la preocupación por uno mismo, una de sus aplicaciones concretas.” (Foucault, 1982)

Épiméleia es una forma de vida que implica una actitud hacia uno mismo y hacia los demás. Su significado ha variado a lo largo del tiempo.

Mundo Antiguo y Greco-Latino

En el Mundo Antiguo y Greco-Latino, la Épiméleia tenía un sentido positivo, como una regla moral estricta. Se consideraba fundamental la preocupación por uno mismo, los pensamientos y la actitud, a través de la transformación y construcción del ser (ascesis). La ética se entendía como el comportamiento y las acciones de los sujetos (ethos), la práctica de la libertad a través del cuidado y la superación de sí mismos. El “cuidado de sí” implicaba el “conocimiento de sí” y el respeto a las normas de conducta. El Cristianismo también adoptó este concepto, enfatizando el amor por sí mismo.

Edad Media

En la Edad Media, la Épiméleia se trasladó a un contexto de no-egocentrismo. Preocuparse por sí mismo se consideraba egocéntrico. El Cristianismo mantuvo el “conócete a ti mismo”, pero enfocado en encontrar la verdad y la salvación a través de la renuncia a sí mismo, generando una contradicción. Foucault plantea que el hombre está sujeto a su conciencia, al sistema político y a su voluntad. El “cuidado de sí mismo” permite la soberanía del individuo, liberándolo de los poderes, las verdades impuestas y de sí mismo.

El Sujeto en la Posmodernidad y la Hipermodernidad

A principios de los 70, el sujeto como unidad cobra importancia y las sociedades desarrolladas experimentan una sensación de libertad. La posmodernidad marca el paso de lo moderno a lo hipermoderno. En esta época, el sujeto es individualista y consumista, vive en el “aquí y ahora”, rinde culto a la tecnología y pierde confianza en la razón y las ciencias. Surge la cultura hedonista, centrada en el placer, y lo social se reorganiza en torno al consumo.

En la hipermodernidad, la cultura hedonista desaparece y el sujeto pierde la sensación de libertad, preocupado por las crisis, el desempleo, el terrorismo y la violencia. Es la “época del desencanto”, una modernidad complejizada con efectos paradójicos (Lipovestky, 2004). El cibermundo reemplaza al ser humano con máquinas, transformando la sociedad y sus costumbres. Aparecen las familias monoparentales y se transforma el rol de la mujer, que ingresa al mundo laboral. Lipovestky (2004) y Araujo (2011) difieren en su visión del amor: el primero lo ve fortalecido, mientras que la segunda plantea el “touch and go”.

La hipermodernidad se caracteriza por la velocidad, la urgencia y lo instantáneo. El hombre pierde la libertad de los años 60, se centra en el dinero, sobrevalora el instante y teme al paso del tiempo y la vejez, perdiendo la relación con sus pares.

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