El Sujeto Ético en el Cristianismo: Una Exploración de la Moral y la Caridad
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La ascesis: procede del amor de sí. Si es necesario amar a Dios y a los otros como a uno mismo, es necesario también amarse a sí mismo y a su propio cuerpo. La ascesis es un ejercicio o práctica destinado a liberar al hombre del deseo, a hacerlo regresar a su potencia y su dominio de sí, porque no es el cuerpo quien ha hecho caer al espíritu, sino el espíritu quien hizo caer al cuerpo. El asceta lucha contra sí mismo.
La Unidad de las Figuras de la Ética
Estos cuatro momentos armonizan en una unidad indisoluble:
- La ley divina coincide con la ley natural racional, no es una ley religiosa, sino la proposición solemne del bien del hombre. La ley es la manera en que Dios propone la verdad a cada hombre para que pueda desearla libremente.
- Hay una identidad entre la moral natural y los diez mandamientos. El amor por Dios es perfecto cuando se observan sus mandamientos, y los mandamientos se resumen en el amor del otro y de Dios. El amor es a la vez el contenido y el criterio del mandamiento. Practicar la justicia no consiste en otra cosa sino en el amor.
El cuidado de sí, el deseo de Dios, la ley y la virtud, el amor al otro y el amor a Dios se armonizan y se integran en una sola actitud: la caridad, que es la forma de toda vida ética.
La Moral Cristiana
No hay voluntad justa sino la que desea lo que Dios desea que ella desee. El pensamiento cristiano está marcado por una meditación sobre el pecado, la insuficiencia de la moral y la incapacidad del hombre para ser moral. El ideal cristiano no es el heroísmo virtuoso, sino la santidad: el reconocimiento total de sus faltas, la conversión permanente y la humilde recepción del don divino.
El Sujeto de la Moral
El cristianismo logra innovar al considerar al hombre desde otro ángulo distinto del ético-metafísico. Para el pensamiento griego, la ética es una práctica de autoformación del sujeto. Como relación con Dios en la caridad, la ética cristiana es una de las formas prácticas de la constitución de sí mismo, y una de las fuentes teóricas de la objetivación del sujeto. Lo que el cristianismo tiene de particular es el carácter definitivamente carnal del sujeto ético. La teología cristiana se esfuerza en resistir a esta interpretación racional que, empero, atraviesa: afirmando que el hombre, cuerpo y alma, es quien espera la resurrección de la carne, y no una de sus partes, impide toda especialización de la ética sobre una parte del yo, y le otorga como finalidad la identidad de sí para sí.
El hombre no podrá ser completamente feliz sino con la completa unidad del alma y del cuerpo.
Las Morales Disonantes
Sin embargo, bajo el efecto del avance de los conceptos metafísicos, los cuatro conceptos se separan, adquiriendo su autonomía y perdiendo su sentido.
Del Deseo de Dios a lo Absoluto de la Gracia
La antropología filosófica se separa de las exigencias teológicas, la naturaleza de la voluntad, la moral natural de la moral revelada. Aquí es necesario buscar, no la doctrina filosófica moral, sino los preceptos de Dios en las Escrituras. Escoto da a los mandamientos divinos la condición de particularidad histórica, exterior y no justificada. A partir de él, la caridad divina y la voluntad humana son pensadas como dos causas parciales concomitantes del acto bueno. El enfrentamiento entre libertad humana y libertad divina se vuelve una aporía: es imposible expresar claramente cómo Dios conoce los futuros contingentes. La determinación del bien depende, pues, de una pura decisión divina: porque Dios la desea, es buena. La oposición entre libertad divina y libertad humana estalla en Lutero, quien desarrolla una crítica cristiana del orgullo de la naturaleza pagana y, a partir de entonces, el hombre está sometido a una condición contraria a la naturaleza. La autonomía moral ya no es posible.
La Felicidad Separada
La separación entre la felicidad terrena y su logro en la beatitud celestial crece después de Tomás de Aquino, quien había creído posible una continuidad entre las dos formas de beatitud. La beatitud tendrá la pura condición de recompensa en el más allá, acordada de manera extrínseca por Dios como remuneración arbitraria.
De la Virtud a la Negación de Sí Mismo
Asimismo, la ascesis se separa poco a poco del yo, hasta el punto de ser considerada finalmente su enemiga. Con Montesquieu se explica la preferencia por el interés público, en lugar del interés propio. La virtud no reside ya en la excelencia, como en los griegos, sino en el sacrificio, la inmolación de sus intereses personales en beneficio de lo universal. Rousseau: “virtud cruel y necesaria, que sirve para instaurar la ley pura y que se confunde con la libertad”.