La Síntesis Agustiniana: Fe, Razón y la Búsqueda Interior de Dios
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Agustín de Hipona hizo un amplio uso de la filosofía platónica y neoplatónica para exponer, fundar y desarrollar los dogmas cristianos en un sistema teórico-religioso que pudiera orientar la acción y la vida de sus fieles hacia la salvación. En el pensamiento agustiniano se produjo el entrelazamiento del platonismo con el cristianismo. Esta síntesis fue uno de los cauces por los que la cristiandad recibió la herencia de la Antigüedad. No obstante, este uso del pensamiento platónico y neoplatónico no impidió que Agustín de Hipona introdujese novedades. Para él, el punto de partida es el alma como realidad íntima, el ser humano interior. Por esta razón, el camino para buscar a Dios es la confesión (obras Confesiones), o sea, la comprensión de los sentimientos y de las pasiones a la luz de la razón, y de esta a la luz sobrenatural que la ilumina, que es Dios mismo. Así, a Dios se llega desde la realidad creada, desde la intimidad del ser humano, que es imagen de Dios.
El ser humano, que es a la vez espiritual, como los ángeles, y mortal, como los animales, tiene un puesto intermedio y, mediante la iluminación, puede elevarse al conocimiento de las realidades eternas. Así pues, entrar en uno mismo es el camino para descubrir lo divino, aunque solo mediante la iluminación divina se puede conocer lo suprasensible.
De Agustín de Hipona procede la idea de la fides quaerens intellectum, «la fe que busca la comprensión», y el principio credo ut intelligam, «creo para entender», que habrán de tener muy hondas repercusiones en la filosofía escolástica posterior, sobre todo en Tomás de Aquino. Agustín de Hipona inicia su pensamiento con la síntesis de fe y razón, aunque, no obstante, distingue dos modos de conocimiento, que se refieren a dos niveles distintos de realidad:
- La ciencia, que consiste en el conocimiento racional de las cosas temporales y cambiantes del mundo sensible.
- La sabiduría, que es el conocimiento intelectual de las verdades y de las realidades eternas e inmutables del mundo inteligible.
Ahora bien, la ciencia siempre ha de estar subordinada a la sabiduría, y esta, a la contemplación y al amor a Dios. De modo que, en cuanto búsqueda y amor a la verdad, Agustín de Hipona entiende la filosofía como el proceso espiritual de nuestra elevación hasta Dios, proceso que se traduce en la conquista de una interioridad siempre más profunda, donde habita la verdad.
Para Agustín de Hipona, el ser humano es como una «materia» informe que, iluminada por Dios, conoce la verdad. La verdad no es algo que se adquiere de fuera, sino que se saca de dentro. Al igual que el sol ilumina las cosas haciéndolas visibles, así Dios, con su luz, hace inteligibles las verdades en nuestra mente. No es que se conozcan las verdades porque Dios las pone en nuestra mente, sino que las verdades encontradas por el espíritu son inteligibles a causa de la luz divina. Por tanto, el entendimiento no produce la verdad, sino que la descubre, por lo que la verdad existe antes de que el pensamiento la descubra. En efecto, las verdades que descubre el alma son verdades eternas, por lo que no pueden ser su propio producto, y, además, son universales, mientras que si cada mente produjese sus propias ideas, entonces estas serían particulares y no universales. Solo queda, por tanto, una solución: la verdad está en nuestro interior.