San Agustín: La Ruta Filosófica del Escepticismo a la Certeza Existencial y la Verdad Divina

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La Búsqueda de la Verdad en San Agustín: Del Escepticismo a la Certeza de la Existencia

1. El Encuentro de San Agustín con el Escepticismo

San Agustín (SA), como buscador incansable de la verdad, transitó por diversas epistemologías para alcanzar su objetivo.

Tras abandonar el maniqueísmo, entró en contacto con el escepticismo. El origen de este escepticismo lo encontramos en Sócrates, quien afirmaba no saber nada. Este espíritu fue transmitido a Platón y se puede apreciar en su manifestación de que los sentidos no nos proporcionan un conocimiento fiable.

Años después, y tras la muerte de Platón, la fundación de la Academia derivó hacia un escepticismo menos estricto. Posteriormente, con la figura de Pirrón de Elis, este escepticismo se consolidó, afirmando que el conocimiento es imposible y que nuestra conducta ante ello debe ser la suspensión del juicio (apoché) y una actitud anímica tranquila (ataraxia).

Cuando San Agustín conoció este escepticismo, lo asumió, pero su postura no llegó a ser tan radical. Su escepticismo se fundamentaba en una vertiente epistemológica, es decir, se cuestionaba si el ser humano era capaz de alcanzar verdades eternas.

2. La Conversión al Cristianismo y la Crítica al Escepticismo

Cuando San Agustín se convirtió definitivamente al cristianismo, su postura se tornó crítica hacia el escepticismo, defendiendo, sobre todo, la posibilidad del ser humano de alcanzar la felicidad mediante el conocimiento de Dios a través de la sabiduría. Sin este conocimiento fundamentado en Dios, no hay forma de lograr la felicidad.

La razón radica en que San Agustín ahora concebía que la Verdad se encuentra en Dios y que de ella dependen nuestra felicidad y el sentido de la existencia humana. Por lo tanto, el conocimiento es posible y debe demostrar la vía para alcanzar tal objetivo.

3. La Certeza de la Propia Existencia: El Argumento del "Si Fallor Sum"

San Agustín parte de una intuición incuestionable, que consiste en una percepción directa de las ideas que excluye todo error y duda. Este argumento, la autoconciencia, se basa en una evidencia intuitiva que no necesita razonamiento para ser verificada.

Es imposible dudar de nuestra propia existencia, pues, aunque me equivoque, para elaborar tales juicios falsos debo existir («Si fallor sum»). De esto se desprende también que conozco que existo, puesto que conozco que me equivoco. Así, a la existencia se añade el conocimiento de la misma.

Y, por último, a estos dos conocimientos se añade el amor por ese existir y el conocimiento de que existo. Dichas verdades se identifican teológicamente con la Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo (Jesús) y el Espíritu Santo. Además, se correlacionan con las facultades de memoria, inteligencia y voluntad, lo que nos revela que llevamos la imagen de Dios en nuestro interior.

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