San Agustín: Pensamiento y Contexto Histórico-Filosófico en la Transición del Imperio Romano
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San Agustín: Pensamiento y Contexto Histórico-Filosófico
San Agustín de Hipona, una figura cumbre de la Edad Media, vivió la etapa final del Imperio Romano. Como cristiano, contribuyó a sentar las bases de una religión cuyo designio era estructurar el nuevo orden medieval, caracterizado por la coexistencia de dos poderes: el Emperador y el Papado.
Marco Histórico y Sociocultural
El siglo III estuvo marcado por guerras civiles que generaron una profunda crisis. Con Diocleciano, se produjo la última gran persecución contra los cristianos. Sin embargo, la situación cambió drásticamente con Constantino, quien promulgó el Edicto de Milán, permitiendo la libertad religiosa. Posteriormente, Teodosio impulsó el cristianismo como religión única del Imperio.
Este periodo también fue testigo de las invasiones bárbaras que desmembraron el Imperio: los francos invadieron la Galia; los sajones, Bretaña; los suevos, vándalos y alanos, España; y Alarico con los visigodos, Roma. En este contexto de colapso, los cristianos fueron acusados de la debilidad de Roma, ante lo cual San Agustín salió en su defensa, articulando una visión teológica que trascendía la caída de los imperios terrenales.
Marco Filosófico
El ambiente cultural y filosófico de la época de San Agustín estaba teñido de un marcado eclecticismo. Coexistían diversas escuelas de pensamiento:
- Estoicos
- Epicúreos
- Aristotélicos
- Pitagóricos
- Platónicos
- Adeptos a cultos mistéricos
En este panorama, el cristianismo emergió como una religión joven y vigorosa, ofreciendo salvación y una comunidad solidaria. Inició un diálogo profundo con la filosofía griega, afianzándose por la necesidad de dar un contenido teórico a su fe y una fundamentación racional a su doctrina. Las corrientes más destacadas que influyeron o fueron contemporáneas a San Agustín incluyen:
- El Maniqueísmo
- El Neoplatonismo
- La Patrística
- El Pelagianismo
- El Donatismo
Corrientes Filosóficas y Teológicas Clave
El Maniqueísmo
Los maniqueos eran una secta religiosa fundada por Mani, nacido en Babilonia en el 216 d.C. Era una doctrina de salvación, mitad religiosa y mitad filosófica, que integraba elementos hebreos, cristianos, zoroástricos y búdicos (un claro ejemplo de sincretismo). Defendían la existencia de dos sustancias eternas e igualmente poderosas: la luz, equiparada al bien, y la oscuridad, al mal. La purificación era el punto central de la ética maniquea, buscando liberar el espíritu de la materia.
El Neoplatonismo
Esta corriente retomó con un nuevo ímpetu, y un afán casi místico, el idealismo platónico. Hizo gala del eclecticismo de la época, incorporando también tesis aristotélicas y estoicas. Para el Neoplatonismo, el cristianismo era visto como un sistema exacerbadamente idealista, donde todo lo material y corpóreo significaba degradación y miseria. Su principal representante fue Plotino.
La Patrística
La Patrística reúne todas las obras y escritos de los Padres de la Iglesia que se convertirían en doctrinas aprobadas por la Iglesia. Incluye:
- Las actas de los mártires.
- Padres apologistas que escribieron en defensa de la fe.
- Escritores griegos y latinos que se abrieron a la filosofía griega, aunque rechazaron aquellos aspectos que chocaban con su fe.
Entre las influencias filosóficas más notables en la Patrística se encuentran Platón y Aristóteles.
El Pelagianismo
El Pelagianismo fue una secta cristiana herética creada por Pelagio (360-425), un monje británico que estudió en Roma y predicó en África y Palestina. Para Pelagio, el pecado de Adán afectó solamente a este y no se transmitió a la humanidad, por lo que el hombre nació sin pecado original. Esta doctrina fue vehementemente refutada por San Agustín, quien defendió la necesidad de la gracia divina para la salvación.