San Agustín: Ética, Libre Albedrío y la Visión Sociopolítica de la Ciudad de Dios
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El Problema de la Moral en San Agustín
El problema central de la moral en el pensamiento de San Agustín de Hipona radica en la búsqueda de una orientación para la vida humana y en la formulación de criterios de rectitud y bien fundamentados racionalmente.
La ética agustiniana, si bien se inspira directamente en los ideales morales del cristianismo, integra elementos significativos del platonismo y del estoicismo, influencias que permean también otras facetas de su filosofía. En consonancia con estas corrientes, San Agustín comparte la idea de que la felicidad es el objetivo o fin último de la conducta humana. Sin embargo, para él, este fin es inalcanzable plenamente en la vida terrenal, dada la naturaleza trascendente del ser humano, dotado de un alma inmortal.
El Problema del Mal y el Libre Albedrío
En lo que respecta a la existencia del mal en el mundo, la solución propuesta por San Agustín se distancia tanto del platonismo, que asimilaba el mal a la ignorancia, como del maniqueísmo, que lo concebía como una entidad o forma de ser opuesta al bien. Para San Agustín, el mal no es una sustancia o una forma de ser positiva, sino una privación del bien; no es algo que existe por sí mismo, sino la ausencia o deficiencia de lo que debería ser.
Dios, en su infinita bondad, no creó al hombre como un esclavo, sino que le concedió el libre albedrío, es decir, la voluntad. Es precisamente el uso que el hombre hace de este don divino la fuente del mal. Al tomar sus decisiones, el ser humano tiene la capacidad de elegir la negación del bien, lo que conduce al mal.
El Pensamiento Sociopolítico de San Agustín de Hipona
El problema sociopolítico en la filosofía de San Agustín de Hipona se centra en la consideración de la historia como una unidad de sentido, abarcando al «hombre total». Este complejo problema es desarrollado extensamente en su monumental obra La Ciudad de Dios.
La Teoría de las Dos Ciudades
En La Ciudad de Dios, San Agustín propone una explicación histórica de los acontecimientos humanos, concibiendo la historia como el resultado de la lucha constante entre dos ciudades: la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrenal. La primera representa el Bien (simbolizada por los descendientes de Abel), mientras que la segunda encarna el Mal (representada por los descendientes de Caín); es la oposición entre la luz y las tinieblas.
La Ciudad de Dios está compuesta por aquellos que siguen la palabra divina, es decir, los creyentes. La Ciudad Terrenal, por su parte, agrupa a quienes no creen. Esta lucha persistirá hasta el final de los tiempos, momento en el cual la Ciudad de Dios triunfará sobre la terrenal. San Agustín fundamenta esta postura en los textos sagrados del Apocalipsis.
Cabe destacar que esta dicotomía fue utilizada posteriormente para defender la primacía de la Iglesia sobre los poderes políticos, exigiendo su sumisión, un fenómeno que se manifestó prominentemente en la Alta Edad Media. No obstante, San Agustín acepta que la sociedad es necesaria para el individuo, aunque no la considere un bien perfecto. Sus instituciones, como la familia, se derivan de la naturaleza humana, siguiendo la teoría de la sociabilidad natural de Aristóteles, y el poder de los gobernantes emana directamente de Dios.
El Rol del Estado y la Justicia Divina
El fin principal del Estado, según San Agustín, debe ser la justicia. El Estado es concebido como un reflejo de Dios en la vida social y, por ende, como un administrador de la justicia divina en el mundo terrenal. Para alcanzar esta forma de justicia, las leyes estatales deben poseer las siguientes características:
- Deben respetar la igualdad de cada individuo en función de su valía para la sociedad.
- Los derechos y los deberes no son los mismos para todos, en consecuencia con el punto anterior.
- Las leyes del Estado deben ser estrictamente respetadas, dado su origen divino.