San Agustín: La Búsqueda de la Verdad, la Existencia y la Imagen Divina

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La Imagen de Dios en el Hombre según San Agustín

San Agustín nos plantea que en el hombre hay una imagen de Dios; no es de la misma sustancia, pero sí la más cercana por naturaleza y perfeccionable por reforma. No hay error en que existimos, conocemos que existimos y amamos este ser y este conocer. Esto no es percibido por los sentidos corporales, como, a su vez, de las cosas sensibles tenemos imágenes no corpóreas. Sin imaginaciones engañosas sabemos que existimos, amamos y conocemos.

El argumento empleado en el texto trata de justificar el aserto bíblico de la imagen de Dios en el hombre por medio de la interiorización y el descubrimiento de las tres facultades anímicas: memoria, conocimiento y amor.

San Agustín y la Refutación del Escepticismo

La Certeza de la Autoconciencia: "Si enim fallor, sum"

En su obra Contra Academicos, San Agustín ataca el escepticismo y la pretensión de que el hombre no puede conseguir la verdad de los académicos. Por eso, da la talla como filósofo: usa la razón sin recurrir a la fe. Aunque simpatizó con ellos, se percata de que su rechazo es primordial para conseguir la verdad de la fe. Para él, conseguimos certeza con hechos: somos, conocemos, amamos. A través del conocimiento interior, logra la certeza y la verdad.

Su argumento clave es: "Si enim fallor, sum", que se traduce como "así pues, si me equivoco, existo". Los escépticos se creen sabios, pero niegan la verdad. Afirmando que no existe la verdad, pretenden que esa afirmación sea verdadera. San Agustín se funda en la autoconciencia: "Si me engaño, existo; si conozco que existo, conozco que conozco".

La Verdad en el Interior del Hombre

Estas verdades no pueden ser rebatidas por los escépticos, ya que toman la sensación como criterio de verdad. Para San Agustín, la verdad reside en el interior del hombre: todo hombre está seguro de su existencia, aunque dude de la existencia de Dios o de los objetos creados. El hecho de dudar demuestra que el hombre existe; si no existiera, no podría dudar.

Aunque los escépticos digan que los objetos sensibles nos engañan y no hay certeza alguna, no invalidan el conocimiento que la mente tiene de sí misma por conocimiento interior. En estas verdades (existencia, conocimiento de la misma y amor de una y otro) no hay temor a los argumentos de los académicos. San Agustín proclama, por tanto, la certeza de lo que conoces por experiencia interna, por autoconciencia.

El Amor a la Existencia y la Singularidad Humana

El Instinto de Conservación y la Participación en el Ser

Tras evidenciar la certeza de la imagen de Dios por medio de las tres realidades (existencia, conocimiento y amor), San Agustín se centra en la importancia del amor al ser/existir, resaltando la fuerza del instinto de conservación en el hombre. El instinto de conservación está presente en todos los seres vivos. Todo ser, de modo consciente o no, tiende a su conservación.

En Dios, su esencia es ser. Por la creación de Dios, a partir de la nada, todos los seres participan del hecho de ser. Todos tienden al vivir; por eso, rehúyen el no-ser, la muerte. Es lo primordial en toda criatura. Ser/existir son categorías que posibilitan un acercamiento a Dios Creador.

La Superioridad del Conocimiento Humano

El amor al conocimiento es una singularidad humana por ser el único ser consciente. Los animales nos superan en algunas agudezas sensoriales, pero no disponen de la luz que ilumina nuestra mente y nos posibilita juzgar. El resto de seres lo compensa con su variedad de formas y colores con los que se nos dan a conocer.

San Agustín se interesa en destacar lo que distingue al hombre de los animales y de su pobre capacidad de conocimiento. Los seres humanos, aparte de los sentidos corporales, tenemos un sentido interior: percibimos lo justo y lo injusto.

El Sentido Interior y el Conocimiento de Dios

La gran diferencia entre el hombre y el resto de seres es el conocimiento. El hombre tiene un conocimiento superior que le acerca más a Dios. La finalidad del sentido interior del hombre es el conocimiento de Dios en nosotros y es alcanzable solo por la fe. Con este argumento, San Agustín cierra la idea central del texto: “existimos, conocemos que existimos y amamos esta existencia y el conocer”.

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