Lo Sagrado y el Misterio: Una Introducción a la Fenomenología de la Religión
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Elementos comunes a toda religión
Lo sagrado como orden y ámbito de realidad
Una imagen románica de la Virgen y el niño es un objeto susceptible de ser abordado desde muy diversas perspectivas o intenciones. Unos pueden ver en ella una simple mercancía valiosa, otros una notable manifestación artística y algunos pueden adoptar una actitud de respeto ante esa imagen que representa a la madre de Dios y a su Hijo; sólo estos últimos la introducen en el ámbito de lo sagrado. Físicamente es la misma talla, la diferencia se encuentra en el significado que adquiere cuando se vincula a lo religioso, en la intención (religiosa) con la que el hombre religioso se refiere a ella.
Ahora bien, lo que subyace a esa persona religiosa es la experiencia de encuentro con la divinidad, de forma que, reconociéndola como tal, busca ella la plena realización de su existencia y el auténtico sentido de su vida: la salvación. Estas dos claves, reconocimiento y búsqueda de la salvación en el Misterio, son las dos características de la actitud religiosa y se corresponden perfectamente con la definición de religión que dábamos hace un momento. La religión sólo aparece, por tanto, cuando el hombre acepta ese Misterio y se religa a él. De lo contrario, aunque el hombre fuese consciente de la existencia de Dios, el fenómeno religioso no existiría.
A raíz de este encuentro y de este reconocimiento explícito, el creyente experimenta necesariamente una transformación interior, un cambio en su forma de ser y en su estilo de vida que en las religiones de nuestro entorno se ha venido a llamar conversión.
Desde el momento en que lo religioso aparece en su horizonte vital, el creyente tiene la sensación - difícil de explicar- de haber entrado en el ámbito de lo “sagrado”, de “cruzar ese umbral” (invisible, pero cierto) que separa lo sagrado de lo profano y de percibir esa otra dimensión (sagrada) de lo existente. Es importante remarcar que la realidad en sí misma no cambia, sino que es el hombre religioso quien enfoca su intención sobre ella de una forma nueva, quien la vive de una manera distinta desde el instante de su conversión.
El profesor Martín Velasco define lo “sagrado” como “el ámbito en el que se inscriben todos los elementos que componen el hecho religioso”, es decir, el ámbito de realidad que surge en la vida humana cuando el hombre vive su referencia al Misterio. Al definirlo como orden o ámbito de la realidad se entiende:
- Que no constituye en su aparecer una realidad distinta ni existe separado de los hechos religiosos particulares, sino que existe como una “propiedad trascendental” de todo lo religioso.
- Que el carácter religioso de una realidad se constituye por relación a este ámbito.
- Que las realidades “profanas” o mundanas no experimentan un cambio en su esencia físico-empírica al inscribirse en este orden de lo sagrado.
Los mitos, ritos, oraciones, sacrificios, actitudes, lugares, fiestas, comunidades, el arte, los sacerdotes, los objetos y hasta la misma divinidad sólo pasan a ser verdaderamente religiosos desde el momento en que se les inscribe dentro de ese contexto especial, de esa atmósfera, clima o ámbito que denominamos genéricamente como “lo sagrado”. Sólo habitando este clima es posible distinguir los objetos religiosos de los que no lo son y vivir la existencia desde una renovada escala de valores (“hay otros mundos, pero están en éste”).
Características delimitadoras de lo sagrado
Hay unas características generales que manifiestan lo sagrado y lo ponen de relieve, haciendo notar su presencia al hombre religioso.
- La ruptura de nivel. Este es un término utilizado por M. Eliade en varios lugares de su extensa obra. Designa el salto o ruptura de la homogeneidad que se da entre la realidad en cuanto profana y la misma en cuanto sagrada. En cuanto sagrada, la realidad se constituye como un “mundo aparte” ante el cual el hombre religioso observa conductas diversas de las que observa en el ámbito de lo profano, es decir, ante la realidad como puramente empírica.
- La referencia a la transcendencia. La entrada en contacto con el mundo de lo sagrado remite al sujeto religioso a un orden de realidad transcendente, que se define como absolutamente superior ontológica y axiológicamente, que recibe el nombre de “transcendencia”.
- La experiencia de definitividad, ultimidad, totalidad, orden y firmeza. La entrada en contacto con el mundo de lo sagrado supone esta experiencia ante la cual todo lo demás, la existencia “profana”, aparece como transitorio, penúltimo, parcial, contingente. Sólo lo sagrado manifiesta para el hombre religioso un carácter de afección a la totalidad, que lo constituye como viviendo en un mundo ordenado y firme en el que se encuentra “orientado” y con sentido.
El Misterio: Dios
El eje central y la realidad que determina la aparición del ámbito de lo sagrado es la divinidad. La fenomenología de la religión ha englobado bajo la denominación común de el Misterio a las múltiples y variadas concepciones de lo divino presentes en el mundo de lo religioso (monoteísmo, panteísmo, politeísmo, animismo...), con ello -al tiempo que se respeta la sensibilidad de cada religión- se pretende conceptualizar bajo un término común, para su mejor estudio, el heterogéneo y rico panteón de divinidades que podemos encontrar en las diversas manifestaciones religiosas. Con el término Misterio el sujeto religioso se refiere a "una realidad totalmente otra en su relación con todo lo mundano, absolutamente superior al hombre en su ser, su valor y su dignidad, que le concierne incondicionalmente y exige de él una respuesta activa y personal” (J. Martín Velasco). A partir de esta definición destacamos los siguientes rasgos:
- No es meramente convertible con lo sagrado. Esto es un ámbito de la realidad en el que se distinguen el sujeto religioso con su actitud e intención y el objeto-término de esa actitud, que es, propiamente, lo que denominamos “Misterio”.
- Lo sagrado lo es por su contacto con el Misterio, de tal modo que puede decirse que el Misterio constituye, configura y da significación al ámbito de lo sagrado.
- El Misterio no es una forma primitiva o “amorfa” de dios del que evolucionarían posteriormente los diversos “dioses”, sino lo que de común tienen todas las formas posibles que reviste el objeto-término de la actitud religiosa en las diferentes religiones históricas.
Ahora bien, ¿cuál es el contenido significativo de esta palabra clave del ámbito de lo sagrado? La descripción de los rasgos siguientes constituye el primer aspecto del Misterio, es decir, de esa realidad cuya presencia determina el orden de lo sagrado y que es configurado posteriormente en las distintas formas de representación de lo divino, en las distintas divinidades, en el Dios de las diferentes religiones.
1. Trascendente
Sólo existe una vía de investigación que nos permita estudiar qué es el Misterio: la descripción que los creyentes nos dan sobre él. R. Otto decía que ante “lo numinoso”, que no debemos “confundir” con el Misterio, el hombre tiene la sensación de hallarse ante “lo misterioso”, lo “tremendo” y lo “fascinante”. Vamos analizar estos tres adjetivos, que podrían describir también los sentimientos que experimenta el hombre frente a la divinidad, con la esperanza de profundizar más en el estudio del Misterio y de sus principales características.
- Lo misterioso. Cuando el hombre se encuentra con la divinidad tiene la sensación de hallarse frente a una realidad que le supera infinitamente en todos los campos, que se halla por encima de todo lo que puede abarcar, que se escapa a todos los recursos de su pensamiento y a todas sus capacidades cognitivas, una realidad indescriptible, incomparable, inconmensurable, inaprehensible, misteriosa. Esta superioridad absoluta y desconcertante del Misterio realza y pone en evidencia la primera de sus características: su trascendencia. Con este término no hay una referencia a algo lejano, sino que se pretende hacer hincapié en la diferencia radical que existe entre el Misterio (“lo totalmente otro”) y el resto de los seres.
- Lo tremendo. Lo trascendente se presenta también a la conciencia del hombre revestido de un gran poder, de una majestad “tremenda”. No es que el Misterio aterre al hombre, aunque en ocasiones ocurra, sino que la magnitud de su poder le estremece, le conmueve, le anonada, le hace sentir inseguro, pequeño y débil, provocándole un estupor y un desconcierto.
- Lo fascinante. Pero esta realidad, misteriosa y tremenda, genera también en el hombre un irresistible sentimiento de atracción, de asombro, de admiración y de maravillamiento. El creyente quiere sentirla cerca y saber más de ella, es atraído hacia el vértigo de un vacío de fondo infinito que imanta por su belleza y repele por su abismo.
“Lo misterioso” ha sido siempre objeto del anhelo desvelador de la humanidad y la “augusta majestad” con la que se presenta el Misterio subyuga, atrae y “fascina” al ser humano y le hace entregarse plenamente a esa realidad que invade su afectividad al tiempo que le inunda de una profunda paz.
2. Inmanente
Si el Misterio fuese únicamente trascendente poco se podría decir sobre él. Los investigadores y los creyentes -si hubiere- deberían limitar su reflexión a: “De lo que no se puede hablar es mejor callar”. A pesar de su absoluta trascendencia, los creyentes son capaces de conectar con el Misterio, aunque el hombre no puede “viajar” al mundo de lo divino, sólo una realidad superior podría salvar esa distancia. Para el sujeto religioso, ciertamente, es el Misterio quien se hace el encontradizo y le sale al paso en lo más íntimo de su propio ser.
El sujeto religioso reconoce la absoluta transcendencia del Misterio y su presencia real mediante su conciencia y en su corazón. El reconocimiento de la absoluta Trascendencia, lejos de oponerse a su presencia en la intimidad de la persona, la supone.
El hombre descubre entonces que es el Misterio quien libre y gratuitamente suscita en su interior el anhelo de comunión con El (“Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” S. Agustín) y que la realidad que busca fuera habita ya en su interior y en el fondo de todo lo que existe; que lo totalmente otro puede ser, precisamente por ello, la raíz y el ser de todas las cosas. Que lo trascendente, en definitiva, puede ser también profundamente inmanente, que el Misterio se constituye en una trascendencia activa que llama, atrae y termina entregándose al hombre.
Trascendencia e inmanencia son el contenido significativo de una serie de imágenes para expresar las modalidades de una Presencia con la que se ha encontrado o, mejor, por la que se siente habitado y embargado, y a la que intenta responder con toda su actividad religiosa, que es toda su vida humana vivida de una forma peculiar.