La Romanización de Hispania: Legado y Transformación

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Introducción

Nuestra sociedad actual ha heredado, tras ocho siglos de presencia romana en la península, un vasto legado, que puede verse en la lengua, el sentido del derecho o la justicia. Este se divide en cuatro etapas: la fase de conquista, entre el 218 y 19 a.C., donde se organiza el territorio y se sientan las bases de la explotación económica; el proceso de romanización, entre el año 19 a.C. y el siglo III, donde se incorporan los esquemas políticos, sociales, económicos y culturales de Roma; una crisis de los elementos básicos de la organización romana, que irá del siglo III al V; y la Hispania visigoda, a partir del año 409, con la invasión del Imperio Romano de Occidente por los bárbaros.

La conquista de Roma y sus fases

Primera fase (218-206 a.C.): este y sur

La primera etapa, la conquista de Roma, se divide en tres fases. La primera del 218 a.C. al 206 a.C., y se trata de la conquista del este y sur peninsular. Los cartagineses, que poseían importantes territorios en la península, atacaron Roma bajo el mando de Anibal, desde los Pirineos y los Alpes. En su camino, atacó Sagunto, aliada de Roma, en el 219 a.C.. Aprovechando la salida de los cartagineses, los romanos desembarcaron en Ampurias un año después bajo el mando de Escipión, para hacer frente a estos y comenzar la conquista de Hispania. Carthago Nova, capital cartaginesa, caerá en el 202 a.C.

Segunda fase (s. II a.C.): centro y oeste

La segunda fase es la conquista del centro y el Oeste de la península, que se producirá en el siglo II a.C. Roma siguió dos tendencias: consolidar las fronteras de los territorios conquistados, y ampliar los territorios. La resistencia de pueblos en la meseta dio lugar a las guerras celtíberas y lusitanas. En el 139 a.C., Viriato fue asesinado, dando a las lusitanas. Tras varios años de asedio, Numancia cayó en el año 133 a.C.; en el 137 a.C. Décimo Bruto abrió las rutas hacia el noroeste tras una incursión en el valle del río Miño; Cecilio Metelo conquistó las Baleares en el 123 a.C.

Tercera fase (hasta el 19 a.C.): noroeste

La última fase duró hasta el 19 a.C. Cuando las guerras civiles romanas llegaron a la península, como la que enfrentó a senatoriales y populares entre los años 79-73 a.C., estos trataron de utilizar a los indígenas como soldados, ofreciéndoles privilegios y derechos. Esto aceleró la romanización, y en el año 19 a.C., durante el gobierno de Augusto (nombrado el 27 a.C.), se produjo el dominio sobre cántabros y astures.

Romanización

La romanización fue la asimilación de las formas culturales económicas, sociales, lingüísticas, religiosas, artísticas, etc. de Roma por parte de la sociedad hispana. La romanización se produjo lenta e irregularmente según los territorios. Diversos agentes intervinieron en la romanización: los legionarios romanos, que difundieron el idioma, y que se asentaban en tierras tras licenciarse; la creación de colonias romanas; la concesión del derecho de ciudadanía, tanto el latino de Vespasiano como el romano del Decreto de Caracalla; la organización administrativa y municipal; la construcción de calzadas; la unificación lingüística con el latín; el uso del derecho romano etc

Instituciones políticas y administrativas

Organización provincial

En principio, Hispania fue dividida en dos provincias, en el año 197 a.C.: la Hispania Citerior, que abarcaba el este y la Hispania Ulterior, abarcando el sur. Augusto divide la Ulterior en Bética, con capital en Córdoba, y Lusitania, con capital en Augusta Emérita. La Citerior pasa a llamarse Tarraconense. Al comienzo del siglo III, Caracalla divide la Tarraconense en Gallaecia Asturica y Tarraconensis. Con Diocleciano se añade una última provincia, la Carthaginensis. Así, Hispania tendría cinco provincias (Baética, Lusitania, Carthaginensis, Tarraconensis y Gallaecia), más la Baleárica y Mauritania. Las provincias más romanizadas, como la Bética, se llamaron senatoriales, y dependían del Senado de Roma. El resto eran imperiales y dependían de un procónsul.

Organización municipal

El populus era una demarcación situada en las áreas menos romanizadas. Las zonas más romanizadas tenían civitas, regido por un ayuntamiento, con territorio y recursos propios. Augusto concedió títulos de coloniae a ciudades de nueva creación pobladas por romanos, y de municipia a las poblaciones indígenas que recibían la consideración de ciudad. EN la época imperial, muchos populus pasaron a ser civitates.

Estructura social

En el escalón más alto de la sociedad romana en Hispania encontramos a las tres órdenes: los senatoriales, altos cargos de la administración; los caballeros, recaudadores del fisco; y los decuriones, cargos administrativos en los municipios. Después estaban los ciudadanos, con derechos políticos, civiles, sociales y militares. Más abajo, los libres no ciudadanos, que tenían derechos civiles pero no políticos. Los libertos, esclavos que habían accedido a la manumisión, aunque no eran libres hasta la tercera generación. Y por último, los esclavos, que servían en casas y, sobre todo, de mano de obra para latifundios, minas, factorías de salazones, etc. Podían acceder a la esclavitud por prisioneros de guerra, por haber nacido de esclavos o por su propia autoventa para saldar deudas.

Organización económica

El sector agropecuario era fundamental, con el trigo en la meseta, la vid en la Tarraconensis y la Bética y el olivo en el Guadalquivir. También había regadíos de productos hortícolas, y esparto y lino. Existían criaderos de caballos y rebaños ovinos. La minería tenía gran importancia, con la plata de Cartagena. En artesanía destacaban las alfarerías, los vidrios, el vestido y el calzado, y la industria del “garum”. El comercio interior se desarrolló gracias a la red viaria y al tráfico marítimo. Hispania exportaba aceite, trigo y garum, cerámica y esclavos. Las importaciones trataban de estatuas, tapices, cerámica sigillata, vidrios, etc.

Religión

Roma admitió la variedad de cultos siempre que se venerasen los dioses oficiales romanos, la Tríada Capitolina, Júpiter, Juno y Minerva, así como el culto al emperador. Los flamines eran los sacerdotes que dirigían este culto. En el siglo I se introdujo el cristianismo, que en un principio fue perseguido, hasta que en el 313, Constantino decreta libertad religiosa y reconoce el cristianismo. En el 380 pasa a ser la religión oficial del imperio.

Legado cultural

Durante la República, el latín fue lengua oficial, y con él se redactaban los escritos oficiales. A partir del Imperio, se introdujo más entre la población indígena. Florecieron grandes nombres de literatos, ensayistas, geógrafos y filósofos hispanos de procedencia, como el poeta Lucano, el geógrafo Séneca. El derecho romano simbolizaba las relaciones entre habitantes y Estado.

Arquitectura y obras públicas

El arte romano fue heredero de la tradición griega, aunque introdujo novedades, como el ladrillo, el arco y la bóveda. Perseguía tres objetivos: la utilidad, la perfección técnica y la propaganda del patrocinador. El edificio religioso era el templo. El teatro era semicircular, como el griego, y en Hispania destacan el de Mérida y el de Cartagena. El anfiteatro era la unión de dos teatros, y era dedicado a espectáculos de lucha. Los romanos hicieron importantes obras de ingeniería, como la increíble red de vías militares, los puentes y los acueductos.

Conclusión

Aunque la romanización fue larga y desigual en toda la península, en mayor o menor medida alcanzó todos los territorios, y dejó una gran influencia en Hispania, con elementos tan importantes como la lengua o el derecho, la religión, o construcciones que hoy día siguen en pie, como teatros, puentes o acueductos. Ni siquiera con la llegada de los visigodos en el 409, motivados por la crisis del Imperio, desapareció la huella que los romanos habían dejado, pues Hispania la había asimilado como suya, hasta tal punto que ha pervivido hasta nuestros días.

Bibliografía

BARCELÓ, Pedro y FERRER, Juan J.: Historia de la Hispania Romana, Madrid, Alianza Editorial, 2008.

BRAVO, Gonzalo: Hispania y el Imperio, Madrid, Síntesis, 2001.

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