Revoluciones de Terciopelo: El derrumbamiento del comunismo en el bloque del Este
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Las revoluciones de terciopelo (revoluciones de 1989 en el bloque del Este)
El derrumbamiento de los regímenes comunistas del bloque oriental fue un fenómeno inesperado, rápido y radical. Entre el verano de 1989 y finales del mismo año (es decir, en apenas 6 meses) se disolvieron los gobiernos comunistas de Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria y la República Democrática Alemana (RDA). Con la excepción de Rumanía, su caída se produjo prácticamente sin violencia mediante procesos de negociación y de compromisos políticos. Por eso, son conocidas como revoluciones de terciopelo. Su resultado fue el inicio de una doble transición hacia la democracia y hacia la economía de mercado. A pesar de los avances realizados en estas últimas décadas, las diferencias con las potencias de la Europa Occidental son todavía visibles en muchos aspectos, hecho que ha supuesto un reto para la integración europea.
Los factores que explican las revoluciones de 1989 fueron de carácter externo e interno. Entre los factores externos, el fundamental fue el progresivo desmoronamiento de la Unión Soviética. La URSS dejó de constituir una amenaza para quienes querían cambios y de amparar a los gobiernos comunistas (controlados de facto desde Moscú). El nuevo rumbo fijado por Gorbachov cambiaba radicalmente el panorama político del bloque. Entre los factores internos destaca la crisis económica de dichos países, cuya productividad no había dejado de caer desde los años 70 mientras su nivel de vida se deterioraba. Ambos factores agudizaron el deseo de apertura y reforma de las poblaciones del Este.
Sumadas a estas características generales, las revoluciones de los países del Este tuvieron en cada país sus particularidades propias.
En Polonia, la revolución fue propiciada por un movimiento de carácter nacional y con una tradición importante de lucha contra el régimen comunista: el sindicato Solidaridad, dirigido por Lech Walesa y apoyado por la Iglesia Católica, de fuerte raigambre en el país, a lo que se sumaba la presencia en el Vaticano de un papa polaco Karol Wojtyla (Juan Pablo II). Desde mediados de los 80 la dictadura de Jaruzelski comenzó a contemplar la posibilidad de un pacto que permitiese una transición pacífica. Las amplias movilizaciones ciudadanas, el apoyo occidental y las conversaciones diplomáticas condujeron a la celebración de elecciones en junio de 1989. La victoria de Solidaridad fue aplastante: obtuvieron 99 de los 100 escaños en disputa. Con esta victoria se abrió el camino para la ruptura definitiva con el comunismo y, entre 1990 y 1991, se inició la transición hacia un sistema plenamente democrático y una economía capitalista.
Hungría era el otro país del Este que contaba con una larga tradición de lucha e iniciativas reformistas reprimidas. El ejemplo de los polacos agudizó la presión sobre el gobierno y el propio partido comunista tomó la iniciativa autodisolviéndose en octubre de 1989. En junio de 1990 se celebraron las primeras elecciones libres e iniciaron el tránsito hacia el nuevo modelo.
El golpe de gracia al derrumbamiento del comunismo en la Europa oriental se produjo en la República Democrática Alemana (RDA), el país símbolo de la división europea desde los inicios de la Guerra Fría y quizá el ejemplo más claro de la injerencia soviética en sus países satélites. La huida masiva de población a Alemania Occidental durante el verano de 1989 (como ya había sucedido en los 60, con el ejemplo paradigmático de Berlín y la construcción del muro) y la proliferación de huelgas y protestas por todo el país, con especial papel de la ciudad de Leipzig y sus oraciones por la paz, hicieron que el presidente Erich Honecker (falto ya del apoyo decisivo de Moscú) dimitiera alegando motivos de salud. Las consignas “¡No a la violencia!”, “¡Nosotros somos el pueblo!” dirigieron desde entonces un movimiento reformista que poco a poco comenzó a demandar también la reunificación de Alemania. En octubre, la RDA se vio obligada a abrir fronteras y a permitir la salida de sus ciudadanos hacia Austria y Hungría, que acudían allí buscando asilo en las embajadas de la República Federal Alemana (RFA). El 9 de noviembre de 1989, a las siete de la tarde y en un desarrollo de acontecimientos algo confuso, el gobierno de la RDA decretó que los pasos directos a la RFA quedaban abiertos. La gente comenzó a agolparse en los puntos de control, especialmente en Berlín, en los checkpoints del muro, y a cruzar al lado oeste de la ciudad sin que los soldados lo impidiesen. Esa misma noche, pero sobre todo durante los días siguientes, los berlineses acudieron masivamente al muro a celebrar la noticia participando colectivamente en la destrucción del mismo, ofreciendo una de las imágenes más simbólicas del fin de la Guerra Fría.
A partir de ese momento los acontecimientos se aceleraron. La RDA convocó sus primeras elecciones libres. La victoria de la coalición “Alianza por Alemania” dejaba clara la postura de los ciudadanos. Así, se produjo la reunificación plena el 12 de septiembre de 1990.
En Checoslovaquia, los diversos grupos de oposición se unieron en noviembre de 1989 en el Foro Cívico dirigido por el escritor Václav Havel. Conscientes de que los cambios que se producían a su alrededor favorecían una transición rápida, los manifestantes de noviembre de 1989 coreaban una consigna que acabó siendo real: “Polonia, diez años; Hungría, diez meses; Alemania del Este, diez semanas; Checoslovaquia, diez días”. En efecto, la dimisión en masa del Politburó permitió que Havel fuese elegido presidente en diciembre. Checoslovaquia se convirtió en el paradigma de revolución de terciopelo, una suavidad que se extendió a la resolución de las tensiones nacionalistas mediante su pacífica división, en 1993, en dos países: la República Checa y Eslovaquia.
En Bulgaria, tras la oleada de manifestaciones de 1989, fue el mismo gobierno el que inició la ruptura con el comunismo y la negociación de medidas reformistas radicales con la oposición. En menos de seis meses se celebraron elecciones libres, se inició la privatización de la economía y el antiguo partido comunista se autodisolvió y refundó en un nuevo Partido Socialista que ganó las primeras elecciones. La victoria, en octubre de 1991, del Partido de la Unión de las Fuerzas Democráticas, consolidó la transición reflejando un cambio de gobierno pacífico.
Rumanía vivió el proceso más violento de todos. La chispa revolucionaria prendió en una población que sufría, quizás, las peores condiciones de toda la Europa del Este y que vivía atemorizada por la policía del dictador Nicolae Ceaucescu, la Securitate. La brutal represión de las protestas de Timisoara, en diciembre de 1989, y los enfrentamientos subsiguientes precipitaron la caída del régimen de una forma absolutamente inesperada y dramática. El asalto a la sede central del Partido Comunista concluyó con la precipitada huida de Ceaucescu y su mujer, que fueron capturados y ejecutados el 25 de diciembre de 1989. La rapidez de los acontecimientos, las dudosas circunstancias de la ejecución y la aparición inmediata de un Frente de Salvación Nacional integrado por antiguos comunistas lleva a muchos investigadores a sostener la tesis de que la revolución rumana fue sobre todo un Golpe de Estado llevado a cabo por agentes internos. A finales de 1991 se promulgó una nueva Constitución y se inició la difícil reconversión de la empobrecida Rumanía en un régimen democrático capaz de superar su atraso económico.
En Checoslovaquia, los diversos grupos de oposición se unieron en noviembre de 1989 en el Foro Cívico dirigido por el escritor Václav Havel. Conscientes de que los cambios que se producían a su alrededor favorecían una transición rápida, los manifestantes de noviembre de 1989 coreaban una consigna que acabó siendo real: “Polonia, diez años; Hungría, diez meses; Alemania del Este, diez semanas; Checoslovaquia, diez días”. En efecto, la dimisión en masa del Politburó permitió que Havel fuese elegido presidente en diciembre. Checoslovaquia se convirtió en el paradigma de revolución de terciopelo, una suavidad que se extendió a la resolución de las tensiones nacionalistas mediante su pacífica división, en 1993, en dos países: la República Checa y Eslovaquia.
En Bulgaria, tras la oleada de manifestaciones de 1989, fue el mismo gobierno el que inició la ruptura con el comunismo y la negociación de medidas reformistas radicales con la oposición. En menos de seis meses se celebraron elecciones libres, se inició la privatización de la economía y el antiguo partido comunista se autodisolvió y refundó en un nuevo Partido Socialista que ganó las primeras elecciones. La victoria, en octubre de 1991, del Partido de la Unión de las Fuerzas Democráticas, consolidó la transición reflejando un cambio de gobierno pacífico.
Rumanía vivió el proceso más violento de todos. La chispa revolucionaria prendió en una población que sufría, quizás, las peores condiciones de toda la Europa del Este y que vivía atemorizada por la policía del dictador Nicolae Ceaucescu, la Securitate. La brutal represión de las protestas de Timisoara, en diciembre de 1989, y los enfrentamientos subsiguientes precipitaron la caída del régimen de una forma absolutamente inesperada y dramática. El asalto a la sede central del Partido Comunista concluyó con la precipitada huida de Ceaucescu y su mujer, que fueron capturados y ejecutados el 25 de diciembre de 1989. La rapidez de los acontecimientos, las dudosas circunstancias de la ejecución y la aparición inmediata de un Frente de Salvación Nacional integrado por antiguos comunistas lleva a muchos investigadores a sostener la tesis de que la revolución rumana fue sobre todo un Golpe de Estado llevado a cabo por agentes internos. A finales de 1991 se promulgó una nueva Constitución y se inició la difícil reconversión de la empobrecida Rumanía en un régimen democrático capaz de superar su atraso económico.