Las Revoluciones Liberales Europeas: 1820, 1830 y 1848

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Revoluciones Liberales: 1820, 1830 y 1848

Características comunes:

  • Ideología liberal: Las tres revoluciones comparten un carácter liberal fundamental. Lucharon contra la monarquía absoluta y el sistema de la Restauración, reclamando constituciones que limitaran el poder real y garantizaran derechos y libertades, así como diferentes formas de sufragio.
  • Nacionalismo: Fue un componente clave, manifestándose principalmente de dos formas:
    • Unionista: Buscaba la unificación de pueblos con rasgos culturales e históricos comunes que se encontraban divididos en distintos estados, aspirando a crear una sola nación (ej., Alemania, Italia).
    • Separatista: Aspiraba a la independencia y autogobierno de pueblos sometidos al dominio de autoridades consideradas extranjeras (ej., Grecia, Bélgica, Hungría, Polonia).
  • Países con protagonismo recurrente: España y, sobre todo, Francia destacaron como escenarios importantes y puntos de partida en estas oleadas revolucionarias.

Diferencias y Desarrollo:

Revolución de 1820

Afectó principalmente a la Europa mediterránea (España, Portugal, Reino de Dos Sicilias, Piamonte y Grecia) y tuvo un episodio tardío en Rusia.

Aunque pueden identificarse intentos revolucionarios previos, el detonante principal de las revoluciones de 1820 fue el pronunciamiento de militares liberales en España, que dio inicio al llamado Trienio Liberal (1820-1823). Le siguieron revoluciones en Portugal, Piamonte y Nápoles, la mayoría sofocadas por la intervención de las potencias absolutistas (Santa Alianza). Con más lejanía temporal y geográfica, se produjo la Revuelta Decembrista en el Imperio Ruso (1825). El caso de Grecia fue particular: el movimiento por su independencia comenzó en 1821 (proclamada en 1822) y fue la única revolución de este ciclo que triunfó a largo plazo, en gran medida debido al apoyo de potencias europeas (Gran Bretaña, Francia, Rusia) contra el Imperio Otomano.

Revolución de 1830

Tuvo su epicentro en Francia y se extendió a Bélgica, Polonia, Italia y Alemania.

Comenzó en París con la denominada Revolución de Julio o las Tres Gloriosas (27, 28 y 29 de julio), jornadas revolucionarias que derrocaron al rey Carlos X (último Borbón reinante en Francia), llevaron al trono a Luis Felipe I de Orleans y dieron inicio al periodo conocido como la Monarquía de Julio en Francia, un régimen liberal de carácter moderado. La chispa revolucionaria se extendió por Europa. Destaca el caso de Bélgica (católica, predominantemente francófona/valona, con una burguesía industrial proteccionista), que logró su independencia de los Países Bajos (protestante, neerlandófona, con una burguesía comercial librecambista). En Alemania e Italia, la revolución se vinculó a movimientos nacionalistas de carácter unificador, aunque fueron reprimidos. En Polonia, el levantamiento nacionalista contra el dominio ruso fue duramente sofocado. También hubo agitación en el Imperio Austríaco.

Revolución de 1848 (La Primavera de los Pueblos)

Fue la oleada más extensa y radical, afectando a Francia, Alemania, el Imperio Austríaco (incluyendo Hungría), e Italia.

Constituyeron la tercera oleada del ciclo revolucionario iniciado en 1820. Conocida también como la Primavera de los Pueblos, esta revolución, además de sus componentes liberales y nacionalistas (que se intensificaron), se caracterizó por la emergente participación del movimiento obrero organizado y la introducción de demandas sociales y democráticas (como el sufragio universal masculino en Francia). Iniciada nuevamente en Francia (con la caída de Luis Felipe I y la proclamación de la Segunda República), la revolución se expandió con gran rapidez por gran parte de Europa central (Alemania, Austria, Hungría) y la península itálica durante el primer semestre de 1848. La velocidad de su propagación fue posible, en parte, gracias al desarrollo de las comunicaciones (como el telégrafo y el ferrocarril) impulsado por la Revolución Industrial.

A pesar de que su éxito inicial fue efímero y la mayoría de los movimientos fueron reprimidos o reconducidos hacia regímenes conservadores (como el Segundo Imperio de Napoleón III en Francia), su impacto histórico resultó decisivo. Demostraron la inviabilidad de mantener intacto el sistema de la Restauración y marcaron el declive definitivo del Antiguo Régimen en gran parte de Europa, abriendo paso a nuevas transformaciones políticas y sociales en las décadas siguientes (como la unificación de Italia y Alemania).

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