La Revolución Liberal en España y la Crisis del 98: De la Independencia a la Pérdida del Imperio Colonial

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La Revolución Liberal en España

La Guerra de la Independencia y el Origen del Liberalismo

En España, la Guerra de la Independencia (1808-1814) marcó el inicio de la revolución liberal. El vacío de poder generado por los sucesos de Bayona, con la retención de los reyes y la abdicación en favor de Napoleón, provocó gran confusión. Ante esta situación, se crearon las Juntas locales para asumir el poder en nombre de Fernando VII. Estas juntas dieron paso a la Junta Suprema Central, que centralizó el poder y organizó las operaciones militares, refugiándose en Cádiz.

En Cádiz, se decidió crear un Consejo de Regencia, que convocó las Cortes a pesar de la oposición. Los diputados, elegidos por sufragio, representaban a diversos sectores de la sociedad española y americana, incluyendo el alto clero, profesiones liberales (abogados, comerciantes) y militares, con escasa representación de la nobleza y el campesinado.

Ideológicamente, los diputados se dividían en tres grupos: los realistas, que buscaban mantener el absolutismo; los liberales moderados (jovellanistas), partidarios de reformas moderadas; y los liberales, que defendían un modelo similar al de la Revolución Francesa. A pesar de sus diferencias, coincidían en la legitimidad de Fernando VII como rey.

Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812

Las Cortes de Cádiz implementaron reformas para establecer un sistema liberal:

  • Reconocimiento de Fernando VII como rey legítimo, pero con poderes limitados por la soberanía nacional.
  • División de poderes, otorgando el poder legislativo a las Cortes.
  • Abolición de las instituciones feudales y del régimen señorial.
  • Establecimiento de la igualdad jurídica, supresión de los gremios y eliminación de la Mesta.
  • Reconocimiento de la libertad económica.
  • Supresión del Tribunal de la Inquisición.
  • Elaboración de una Constitución para plasmar los cambios.

La Constitución de 1812, conocida como "La Pepa", fue la primera constitución española y sentó las bases de un nuevo Estado. Sus principios incluían la soberanía nacional, la monarquía limitada con división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), Cortes unicamerales, igualdad jurídica, derechos individuales (libertad de expresión y de prensa) y la religión católica como oficial.

Aunque la Constitución de 1812 y las Cortes de Cádiz tuvieron escasa aplicación inicial debido a su derogación por Fernando VII en 1814, se convirtieron en un referente para el liberalismo y las constituciones posteriores en España.

El Reinado de Isabel II y las Guerras Carlistas

El Problema Sucesorio y el Estallido del Conflicto

El reinado de Isabel II (1833-1868) se caracterizó por el enfrentamiento entre absolutistas y liberales, derivado del problema sucesorio de Fernando VII. La derogación de la Ley Sálica para permitir el reinado de su hija Isabel provocó la oposición de Carlos María Isidro, quien se proclamó rey como Carlos V, iniciando las Guerras Carlistas.

El carlismo defendía el Antiguo Régimen, la monarquía absoluta, el régimen señorial, el integrismo religioso y los fueros. Contaba con el apoyo de la baja nobleza, pequeños propietarios rurales y parte del clero. El bando isabelino, apoyado por la burocracia estatal, la alta nobleza, el ejército, la alta jerarquía eclesiástica, la burguesía, las clases medias y potencias europeas como Francia, Reino Unido y Portugal, defendía el liberalismo.

Desarrollo de las Guerras Carlistas

Las Guerras Carlistas se desarrollaron a lo largo del siglo XIX. La Primera Guerra Carlista (1833-1839) fue la más importante y se dividió en tres etapas. La primera etapa (1833-1835) estuvo marcada por la actuación de generales como Zumalacárregui, Maroto y Cabrera. La segunda (1835-1838) vio la victoria del general Espartero en la batalla de Luchana. La tercera (1838-1840) culminó con el Convenio de Vergara (1839) entre Espartero y Maroto, que buscaba la integración de los carlistas en el régimen isabelino.

Las Guerras Carlistas tuvieron consecuencias devastadoras, como la fractura social, pérdidas humanas y materiales, y el recurso a la desamortización de bienes eclesiásticos por parte del gobierno isabelino.

La Regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840)

Durante la minoría de edad de Isabel II, su madre, María Cristina de Borbón, asumió la regencia. Inicialmente, intentó mantener un régimen absolutista moderado, pero las Guerras Carlistas la obligaron a buscar el apoyo de los liberales. El Estatuto Real de 1834, una carta otorgada que mantenía el poder en manos de la reina, no satisfizo a los liberales. El pronunciamiento de los sargentos de la Granja en 1836 forzó la reinstauración de la Constitución de 1812 y el nombramiento de José María Calatrava como presidente del gobierno. Durante este periodo, Mendizábal, ministro de Hacienda, llevó a cabo la desamortización de los bienes del clero regular.

En 1837 se aprobó una nueva constitución que establecía la soberanía nacional, la división de poderes, limitaba el poder del rey y reconocía derechos individuales. La impopularidad de María Cristina llevó a su dimisión y exilio en 1840.

La Regencia de Espartero (1840-1843)

El general Espartero asumió la regencia en 1840, consolidando el régimen liberal. Sus medidas incluyeron la desamortización de los bienes del clero secular, la limitación de los fueros vasco-navarros y una ley librecambista que provocó protestas. Su política autoritaria llevó a la pérdida de apoyo de los liberales y al pronunciamiento de Torrejón de Ardoz en 1843, que lo obligó a exiliarse.

La Crisis del 98 y la Pérdida del Imperio Colonial

Antecedentes y Conflictos en Cuba y Filipinas

A finales del siglo XIX, España conservaba territorios en América y Asia, incluyendo Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otros archipiélagos en el Pacífico. Durante la regencia de María Cristina de Habsburgo, surgieron movimientos independentistas en Cuba y Filipinas, que culminaron con la intervención de Estados Unidos y la Guerra Hispano-Estadounidense (1898).

En Cuba, la Guerra de los Diez Años (1868-1878) finalizó con la Paz de Zanjón, que prometía reformas incumplidas, lo que desencadenó la Guerra Chiquita (1879-1880). En 1895, una nueva sublevación, el Grito de Baire, liderada por José Martí, inició la guerra de independencia cubana. La intervención de Estados Unidos, con intereses económicos en la isla, y el hundimiento del Maine, atribuido a España, llevaron a la derrota española en la batalla de Santiago de Cuba (1898).

En Filipinas, la insurrección de 1896, liderada por José Rizal, coincidió con la intervención estadounidense. La derrota española en la batalla de Cavite (1898) y la posterior rendición de Puerto Rico marcaron el fin del imperio colonial español.

La Paz de París y sus Consecuencias

La Paz de París (1898) impuso la liquidación del imperio colonial español. España reconoció la independencia de Cuba y cedió a Estados Unidos Puerto Rico, Guam y Filipinas. La pérdida del imperio colonial provocó la Crisis del 98, que tuvo profundas repercusiones ideológicas, económicas y políticas en España. Surgieron movimientos como el Regeneracionismo y la Generación del 98, que reflejaban el pesimismo y la necesidad de cambio en el país.

Económicamente, la crisis supuso la pérdida de mercados coloniales y materias primas, aunque también la repatriación de capitales. Políticamente, el desastre colonial generó un gran desprestigio del ejército y un cambio en el estatus internacional de España. El sistema de la Restauración, sin embargo, sobrevivió, con figuras como Antonio Maura y José Canalejas intentando implementar reformas regeneracionistas.

Socialmente, la guerra causó miles de muertes, especialmente entre las clases bajas, que no podían evitar el servicio militar mediante la redención en metálico, un privilegio de las clases acomodadas.

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