La Restauración borbónica en España: Del auge a la decadencia (1874-1931)

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La Restauración borbónica en España (1874-1931)

El inicio de la Restauración

Con el reinado de Alfonso XII en 1874, se inicia en España el período de la Restauración. Este período se caracteriza por el regreso de los Borbones al trono y el retorno del poder político e ideológico a la oligarquía, que había sido desplazada durante el Sexenio Democrático. Este nuevo sistema político se originó con la abdicación de Isabel II en favor de su hijo Alfonso, buscando restaurar el prestigio de la dinastía. Cánovas del Castillo jugó un papel crucial en este proceso, dando a conocer la figura de Alfonso XII a través del Manifiesto de Sandhurst. Finalmente, el pronunciamiento de Martínez Campos propició la proclamación de Alfonso XII como rey.

Bases del sistema canovista

Cánovas del Castillo estableció las bases de un nuevo sistema con una apariencia liberal, pero diseñado para asegurar la estabilidad política y el dominio de la oligarquía. Sus principios teóricos incluían la idea de una Constitución interna, un conjunto de normas y tradiciones no escritas que establecían al rey y a las Cortes como la base del sistema. Se creó una Comisión de Notables para elaborar la Constitución de 1876, un texto flexible que combinaba elementos de las constituciones de 1845 y 1869. Esta constitución establecía la soberanía compartida entre las Cortes y el rey, una ambigua declaración de derechos y libertades, y el catolicismo como religión oficial del Estado, permitiendo la libertad de cultos en el ámbito privado. Las Cortes eran bicamerales, con un Senado reservado a las élites y personas designadas por el rey, y un Congreso de Diputados elegido por la nación. El rey mantenía amplios poderes, incluyendo el derecho de veto.

Inspirándose en el modelo británico, Cánovas diseñó un sistema bipartidista con la alternancia pacífica en el poder del Partido Conservador, creado por él mismo, y el Partido Liberal, fundado por Sagasta. Estos partidos dinásticos, los únicos autorizados para gobernar al aceptar la Monarquía, representaban los intereses de la oligarquía, con diferencias más aparentes que reales. Su alternancia garantizaba la estabilidad política.

El turnismo y el caciquismo

En teoría, el presidente del gobierno debía contar con la doble confianza del rey y de las Cortes. Sin embargo, en la práctica, el sistema se basaba en la manipulación. La alternancia, conocida como turnismo, se pactaba entre los partidos dinásticos. El rey convocaba elecciones y el Ministro de Gobernación realizaba el encasillado, determinando qué diputados debían ser elegidos. Los gobernadores civiles, siguiendo las instrucciones del ministro, se contactaban con los caciques, personas influyentes con poder económico que controlaban los resultados electorales en sus distritos mediante la coacción, el chantaje y la manipulación. Este sistema aseguraba la estabilidad en una España mayoritariamente rural.

La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930)

En 1923, el general Primo de Rivera dio un golpe de Estado en Barcelona. El rey Alfonso XIII, en contra de la opinión del gobierno, invitó al general a formar gobierno, iniciando una dictadura. Este régimen contó con el apoyo de la oligarquía, que buscaba un poder fuerte para reprimir la agitación obrera; del Ejército, preocupado por las conclusiones del informe Picasso sobre el Desastre de Annual; y del propio rey, también implicado en dicho desastre. La pasividad de la población, que no veía motivos para defender el sistema canovista, y el ejemplo de Italia con el ascenso de Mussolini, también contribuyeron al éxito del golpe.

Hasta 1925, Primo de Rivera lideró un directorio militar, instaurando un sistema autoritario que suspendió la Constitución, militarizó la administración, suprimió la Mancomunidad de Cataluña y anuló la investigación sobre Annual. El directorio se centró en el restablecimiento del orden público, reprimiendo las protestas obreras, con especial dureza hacia el anarquismo y mayor tolerancia hacia el socialismo. Con el desembarco de Alhucemas y una ofensiva conjunta hispano-francesa, se puso fin a la Guerra de Marruecos.

En 1925, el dictador reemplazó el Directorio Militar por un Directorio Civil, mostrando su intención de perpetuar el régimen. Se fundó la Unión Patriótica, un partido único que buscaba el apoyo popular sin llegar a ser un partido de masas. Se creó una Asamblea Nacional Consultiva, no electiva y con escaso poder, encargada de redactar una nueva constitución. En este contexto, creció el descontento y la oposición, especialmente entre intelectuales y universitarios. En 1930, con los primeros efectos de la crisis de 1929, Primo de Rivera dimitió.

La Dictablanda y la llegada de la Segunda República

Tras la dimisión de Primo de Rivera, se inició la Dictablanda, un período de incertidumbre. La restauración del sistema canovista se veía dificultada por su desprestigio y la complicidad de la Monarquía con la dictadura. La oposición exigía un proceso constituyente. El general Berenguer formó gobierno y restauró gradualmente las libertades. Republicanos, nacionalistas y socialistas firmaron el Pacto de San Sebastián para instaurar la República mediante un pronunciamiento militar. La sublevación de Jaca fracasó, pero la represión gubernamental movilizó a los intelectuales, que crearon la Agrupación al Servicio de la República.

En 1931, el almirante Aznar convocó elecciones municipales como paso previo a la restauración constitucional. La oposición las planteó como un plebiscito sobre la Monarquía. El 14 de abril, los resultados dieron la victoria a los republicanos en las ciudades. Las manifestaciones a favor de la República llevaron al rey y al gobierno a traspasar los poderes al Gobierno Provisional de la Segunda República.

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