Realismo, Naturalismo, Modernismo y Generación del 98: Características y Autores

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El Realismo y el Naturalismo

El Realismo es un movimiento artístico y literario que se impone en la Europa del siglo XIX (y más allá de sus fronteras). Nace en Francia en 1830, con la publicación de Rojo y negro de Stendhal. El término es acuñado en 1850 por Coubert para referirse a un estilo pictórico. Se trata de una reacción al Romanticismo influida por la ciencia y el positivismo, que supone el triunfo del pensamiento pragmático de la burguesía.

El acelerado avance científico que se vive durante estos años hace que haya una fe ciega en la ciencia (el hombre deja de creer en Dios para creer en la ciencia); por lo que se intenta aplicar el método científico, que tan buenos resultados ha dado, a la literatura. Nace así la denominada novela de tesis y su aparente objetividad.

Esto supone que la novela, género predilecto del movimiento realista, tenga unas características que devienen de la investigación y los hechos observables:

  • Cuaderno de campo: donde se toman notas de todo lo observado durante un gran periodo de tiempo.
  • Narración ambientada en lo cotidiano y contemporáneo: debido a que escriben sobre hechos observables; cuando escriben novela histórica está muy bien documentada.
  • Descripción prolija: que supone que se alargue el párrafo y se diluya la acción. De esta manera, toman especial importancia la adjetivación y las enumeraciones.
  • Polifonía: los personajes reproducen a la perfección el habla de las gentes que representan, calando así en los diálogos de las narraciones, giros, coloquialismos y modismos.
  • Narrador omnisciente en tercera persona: sobre el que se sostiene la objetividad de la novela realista. Un narrador omnisciente y omnipotente.
  • Estructura lineal.
  • Sobriedad: no hay pretensión estética.
  • Frente a los postulados románticos que se centran en el individuo y su mundo interior, la novela realista se preocupa por hacer un retrato fidedigno del colectivo; la sociedad.

El fracaso de las distintas revoluciones del XIX y el encrudecimiento de la lucha de clases hacen que desaparezca el optimismo inicial y cale profundamente el determinismo geográfico y social. Esto hace que el Realismo evolucione hacia el Naturalismo, que se centra en el estudio de la conducta humana focalizando la visión del narrador en los aspectos más negativos y sórdidos de la sociedad y el hombre, convirtiéndose en un estilo muy polémico. No es suficiente describir; hay que experimentar. Igual que sucede con el realismo, el naturalismo nace en Francia en torno al grupo de la Tertulia de Médan, con nombres como Zola, Maupassant o Henrique. De este modo, podemos indicar las siguientes características que el Naturalismo añade:

  • Pone su mirada en las clases sociales más desfavorecidas a modo de denuncia. Aparecen así proletarios, mendigos, campesinos… De este modo, retrata los aspectos más crudos y desagradables de la sociedad.
  • Se basa en el determinismo que defiende que el individuo y su comportamiento están determinados por la herencia genética y el medio en el que se vive.
  • Los protagonistas, por lo tanto, son complejos y están sometidos a situaciones límite que hacen aflorar la naturaleza de los personajes.

El Realismo y Naturalismo en España

En España el realismo llega de forma tardía y se desarrolla evolucionando desde el costumbrismo, tomando La Gaviota de Cecilia Böhl de Faber como referente. Hacia 1850 lo subjetivo y pintoresco se va sustituyendo por lo objetivo y cotidiano, hasta que, en 1870, Galdós inaugura el estilo realista en España, aunque todavía con influencias románticas, con La fontana de oro. Este modo de escribir se alarga durante las primeras décadas del siglo XX; conviviendo así con aquellos autores que pretenden la renovación, como el 98 o el novecentismo.

El estilo es desarrollado mediante la denominada generación del 68, fecha en la que es destronada Isabel II y que abre un periodo progresista. Finalmente, es el estilo de la Restauración, pudiendo hablar de un Realismo conservador (Pereda –Escenas montañesas– y Juan Valera –Pepita Jiménez–) y otro progresista (Galdós –Fortunata y Jacinta– y Clarín –La Regenta–), que sigue los derroteros franceses, evolucionando también hacia el naturalismo con voces como Emilia Pardo Bazán (Los pazos de Ulloa) o Blasco Ibáñez (La barraca).

Benito Pérez Galdós: Vida y Obra

Benito Pérez Galdós nace en Las Palmas en 1843 y muere en Madrid en 1920. Los primeros años de su vida están marcados por una educación muy conservadora. Estudia en un colegio religioso muy estricto, su abuelo es un antiguo secretario de la Santa Inquisición y su padre un coronel del ejército que desde niño le aficiona a los relatos históricos, especialmente de la Guerra de la Independencia.

Desde joven colabora en periódicos locales con relatos breves y letrillas satíricas. Con diecinueve años acaba el Bachiller y una relación escandalosa con una joven prima suya venida de Cuba hace que lo manden a estudiar a Madrid. Allí se matricula en Derecho y conoce a Giner de los Ríos, que le introduce en el regeneracionismo, el krausismo y el pensamiento liberal del que se hace militante hasta el fin de sus días y le lleva a ser diputado por Las Palmas, Madrid y Puerto Rico.

En Madrid lleva una vida cómoda: colabora con periódicos como La Nación y El Debate y es asiduo a la Tertulia Canaria del café El Universal junto a Fernando León y Vicente Pastor.

En 1867 viaja a París para cubrir la Exposición Universal y allí conoce de primera mano a los realistas franceses. A su vuelta en 1868 abandona definitivamente Derecho para dedicarse por completo a las letras; en 1870 publica La fontana de oro, obra que consideramos inaugural del periodo realista, y en 1873 inicia sus famosos Episodios Nacionales. Algunos aspectos de su vida influyen de forma definitiva en su obra. Su azarosa y desordenada vida amorosa, con afición a botellas y lupanares, le fuerzan a escribir de forma apresurada acuciado por las deudas y los acreedores. Del mismo modo, su militancia política le hace recibir las críticas de los regionalistas y su carácter le hace enfrentarse al 98, con especial inquina con Valle-Inclán, hasta el punto de poder costarle el Nobel de 1904, finalmente en manos de Echegaray.

Los personajes de Galdós no se circunscriben a una sola obra, creando un universo propio de relaciones y ficción suficiente. Esto lo toma de Balzac y de Zola. El giro inesperado con el final feliz frecuente, así como el retrato dulce de algunos ambientes, lo hereda de Charles Dickens. Y, por último, el desarrollo del monólogo en sus últimas novelas, así como la descripción de los personajes a través de sus actos y las conversaciones de otros personajes, lo toma de Dostoievski.

Etapas de la Obra de Galdós

La obra de Galdós se inicia con las denominadas novelas históricas (1870-1875). Estas novelas están ambientadas a inicios del siglo XIX y tienen como objetivo, como el propio autor indica en el prólogo de La fontana de oro, no realizar un retrato fidedigno de hechos y ambientes, sino dar claves para que el texto ayude a comprender la situación del momento en que se escribe. Escritas, todavía, con influencia romántica, conforman esta etapa obras como La fontana de oro, La sombra y El audaz.

El segundo periodo va aproximadamente entre 1875 y 1880 y es el conocido como novelas de la intolerancia. En estas novelas se presentan una serie de personajes de valores conservadores que conciben todo avance como algo nocivo y reaccionan ante un elemento externo que perturbe la armonía de su mundo. Aquí podemos hablar de Gloria, Marianela, Doña Perfecta o La familia de León Roch. Doña Perfecta nos presenta un matrimonio de conveniencia entre primos que acaba siendo combatido por la propia Doña Perfecta con ayuda y connivencia del párroco. Gloria cuenta la reacción de una comunidad ante el amor de la protagonista, que llevaba una vida tranquila y tenía un compromiso matrimonial, con un náufrago extranjero y judío. Finalmente, La familia de León Roch presenta un triángulo amoroso y es donde comienzan a aparecer personajes de otras novelas.

Entre 1880 y 1885, Galdós traslada sus novelas del medio rural a la ciudad, creando el Madrid galdosiano en sus novelas de tesis. Estas novelas plantean una tesis que el autor defiende a partir de los hechos que en ellas se exponen. Es posiblemente la etapa más prolija y fecunda del autor y podemos hablar de núcleos temáticos. Del mismo modo, comienza a introducir el determinismo. El tema de la prostitución, influencia de Zola, aparece en La desheredada y La de Bringas. El triángulo amoroso se trata en Fortunata y Jacinta, Tormento y Lo prohibido. Por último, en El amigo manso se tratan las relaciones familiares y en El doctor Centeno la bohemia madrileña.

Hacia 1885 Galdós comienza a introducirse en el Naturalismo. Primero bajo el modelo francés en obras como Ángel Guerra, Miau o Tristana; y luego, a partir de 1890, hacia el espiritualismo ruso de Dostoievski con Nazarín, Halma y Misericordia.

Mención aparte merecen los Episodios nacionales. Cuarenta y seis relatos ambientados en la historia española del siglo XIX, desde la batalla de Trafalgar a la Restauración borbónica. Los protagonistas son Gabriel Araceli y Salvador Monsalud, personajes de nombres simbólicos, que actúan como testigos de los hechos en primera y tercera persona.

El Modernismo

Félix Rubén García Sarmiento, Rubén Darío, fue diplomático y periodista, por lo que visitó numerosas ciudades de Europa y América. En París conoció a parnasianos y simbolistas y se introdujo en el mundo de la literatura francesa.

Su carrera lírica se inicia bajo la influencia romántica con Epístolas y poemas (1885) y Abrojos (1887). En 1888 publica Azul, obra que inaugura oficialmente el Modernismo. Aquí se exalta la Grecia clásica y el siglo XVIII; se prefieren ambientes exóticos y se advierte una acentuada preocupación por el ritmo y la musicalidad del verso. La palabra «azul» es una adaptación de la francesa «azur» que se refiere a la costa de Azur del Mediterráneo entre Menton y Toulon. En el ámbito literario, es el color del cielo, de las olas y el arte. En resumidas cuentas, «Azul» simboliza el infinito, la perfección, el ideal y el mundo espiritual. El tema central del libro es la lucha y anhelos del arte frente a una sociedad insensible y positivista; lo cual se expresa a veces con tonos patéticos mediante sueños y alucinaciones, aunque de manera general predomina el tono idealizante. En Prosas profanas (1896), su modernismo llega al cenit: aparece un mundo rutilante de belleza y colorido encarnado en nuevas combinaciones métricas y en versos desconocidos en la tradición métrica hispánica: eneasílabos, dodecasílabos, alejandrinos... Una presentación del arte como dogma hecho de cosmopolitismo, armonía verbal (musicalidad), lo impreciso y la ensoñación.

En 1905, con la publicación de Cantos de vida y esperanza se inicia una nueva etapa vinculada al Modernismo mundovisionista o humano. El libro es, en otros términos, una aventura estilística centrada en la renovación de la métrica, el ritmo junto con las exaltaciones de la raza hispánica y la unión de los pueblos latinoamericanos ante el peligro constante del intervencionismo de todo tipo de los Estados Unidos de América; dando un giro, de esta manera, hacia la humanización. Publica en 1907 Canto errante y Poema del otoño y Otros poemas tres años después.

En definitiva, el movimiento modernista se afianza, se consolida y logra mayor difusión con la obra de Rubén Darío. Sin él no se entenderían ni el Modernismo ni la Generación del 27, porque fue el precursor de la renovación lírica de final de siglo. Aunque se tiene una imagen frívola de él (el poeta de los cisnes, de las princesas...) su obra es un alegato a favor del arte por el arte; es decir, que para él el arte no tiene necesidad de ser útil, sino que tiene valor por sí mismo como creación, ahondando en su concepto del poeta-demiurgo. Aunque el Modernismo nace en Hispanoamérica (y sin entrar en este tema en las relaciones entre Modernismo y 98), llega a España de la mano de Rubén Darío en su segundo viaje a España en 1898 cuando viene como corresponsal para cubrir el Desastre del 98.

Ricardo Gullón habla de dos modernismos separados por Cantos de vida y esperanza (1905): el Modernismo canónico o preciosista y el Modernismo asimilado o mundovisionista.

El Modernismo en España

De este modo, el Modernismo canónico, inaugurado en 1888, llega a España de forma tardía, hacia 1902 cuando se publican Alma (Manuel Machado) Soledades (1904-Antonio Machado), La musa enferma (Francisco Villaespesa) y Arias tristes o Jardines lejanos (Juan Ramón Jiménez).

De entre estos hay que destacar a Manuel Machado, autor devaluado durante algunos años por su posicionamiento político, que practica un modernismo con notas personales de colorido andalucista al modo de Salvador Rueda, temática ligera, mezcla de culto y popular, y fuerte simbolismo.

Manuel Machado (1874-1947) se inicia todavía en el romanticismo con Tristes y alegres (1894) y Etcétera (1895) para abrir su periodo modernista bajo la influencia del decadentismo con Alma (1902). En Caprichos (1905) se aprecia ya el predominio de la influencia simbolista y con Apolo (1911) se llega al máximo exponente del Modernismo canónico en España.

El otro gran referente de este Modernismo canónico en España es Francisco Villaespesa (1877-1936). Se trata del más brillante y popular de los modernistas españoles, con un verso muy apegado al estilo latinoamericano y muy influido por D’Annunzio. De entre sus obras cabe destacar La musa enferma (1901) y Tristitiae Rerum (1906).

Dentro del Modernismo canónico aparecen otros nombres que cabe destacar como Domenchina, Manuel Reina, Antonio Zayas o Juan Ramón Jiménez en su etapa de juventud. Juan Ramón Jiménez trabaja el verso modernista de forma brillante en algunos de sus primeros poemarios como Arias tristes (1903), Elejías (1908) o La soledad sonora (1908).

En Soledades galerías y otros poemas, Antonio Machado practica también un estilo modernista aunque con fuertes influencias del Romanticismo tardío. Si en Soledades aparece especialmente la influencia parnasiana, en Galerías y otros poemas aparece la simbolista.

Valle-Inclán y el Modernismo

Finalmente cabe hablar de RAMÓN MARÍA DEL VALLE-INCLÁN (1866-1936). Aunque más vinculado con el grupo de escritores del 98, Valle-Inclán incorpora, enriquece y, por último, supera las innovaciones modernistas. Su propia imagen bohemia y extravagante (largas barbas y levita) le dieron la mala fama de escritor modernista. Componen las obras modernistas de Valle-Inclán algunos relatos de horror y misterio, un ensayo sobre el simbolismo titulado La lámpara maravillosa y, especialmente, sus cuatro Sonatas (de otoño, de estío, de primavera y de invierno), sobre todo, la primera: Sonata de otoño (1902). Estas narraciones cuentan las andanzas amorosas de un ya maduro noble, el Marqués de Bradomín, en un escenario decadente; abundan todos los rasgos del estilo modernista (adjetivación sensorial, musicalidad en la prosa, decadentismo en la descripción de ambientes…), con un lenguaje rico, refinado, preciosista, sensual y sugerente. Entre sus obras líricas, destacar La pipa de kif (1919) o su primera obra poética Aromas de leyenda.

La trayectoria literaria de Valle-Inclán evoluciona dentro del 98 y las vanguardias de un manera muy personal y difícil de encasillar.

La Generación del 98

Relación entre Modernismo y Generación del 98

Prácticamente desde su aparición, la crítica literaria ha discutido las relaciones entre Modernismo y 98. En la actualidad se establecen tres posiciones principales. Para José Carlos Mainer y Ricardo Gullón no hay diferencias entre Modernismo y 98 (el propio Azorín incluye a Rubén Darío en la nómina del 98); para Guillermo Díaz-Plaja ambos movimientos son cosas totalmente distintas y para el 98 habría que aplicar los criterios generacionales de Petersen; para Tuñón de Lara solo hay una movimiento, el modernista, y dentro de él habría un grupo, el de la Generación del 98, con características propias.

Sin importar la tendencia que escojamos, el punto que une y separa a Modernismo y 98 son los diferentes movimientos de independencia sudamericanos. Estos, se interpretan desde el optimismo en tierras americanas y desde el pesimismo la Península ibérica. Por otra parte, ambos se desarrollan desde finales del siglo XIX y suponen una reacción a las formas realistas anteriores; aunque el Modernismo busca una ruptura total con la sociedad que representa el pasado colonial, mientras que el 98 busca la regeneración para volver a alcanzar el esplendor de antaño. Del mismo modo, ambos movimientos se miran en la literatura francesa, unos huyendo de la tradición hispana; los otros, buscando soluciones en el exterior, aunque finalmente el 98 impone lo nacional y el terruño que representa Castilla sobre lo internacional y cosmopolita. Por otra parte, se oponen también de forma radical en el estilo y el fondo filosófico. Si el Modernismo es un estilo virtuoso y vitalista; el 98 es sobrio y existencialista.

Definición y Características de la Generación del 98

En la actualidad se discute, aunque se admite, el término de generación del 98 para referirnos a un grupo de escritores e intelectuales preocupados por la regeneración de una España sumida en una profunda crisis cuyo máximo exponente es la pérdida de las últimas colonias. El término, acuñado por el político Gabriel Maura, es popularizado por el propio Azorín en 1913 en Clásicos y modernos, donde cita también la nómina de autores: Unamuno, Baroja, Maetzu, Valle-Inclán, Rubén Darío, Benavente, Manuel Bueno y Azorín. En la actualidad la nómina aceptada unánimemente es la siguiente: Unamuno, Baroja, Maetzu, Valle-Inclán, Azorín y Antonio Machado.

Salinas defiende el concepto de generación aplicando los criterios generacionales de Petersen:

  1. Nacidos en menos de 12 años; entre 1864 y 1875.
  2. Formación similar.
  3. Relaciones: Comparten publicaciones en revistas (Vida Nueva, La Vida Literaria, Alma Española) y sobresale la estrecha relación del denominado Grupo de los tres (Baroja, Maetzu y Azorín).
  4. Acontecimiento generacional: La pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) en 1898, de donde toman su nombre.
  5. Guía o acaudillamiento: Aunque él lo niega siempre, se considera a Unamuno como el guía del grupo.
  6. Lenguaje generacional. Evitan, por un lado la excesiva descripción y objetividad omnisciente para enfrentarse al Realismo; y, por otro lado, el exceso retórico del Modernismo.
  7. Anquilosamiento de la generación anterior. Se enfrentan al Realismo, que representa el pensamiento científico y burgués, así como al Romanticismo y su excesivo sentimentalismo.

Temas y Estilo de la Generación del 98

El Desastre del 98, hecho representativo y culminante de los movimientos de independencia de Hispanoamérica, del que toman el nombre marca la visión pesimista influenciada por el irracionalismo de Schopenhauer, Nietzsche o Kierkegaard. Esto hace que aparezcan temas como el enfrentamiento entre fe y razón o el sentido de la vida.

Desengañados y desesperanzados por la realidad, lejos de buscar la solución en la razón o las corrientes europeas como hace el Novecentismo, los noventayochistas buscan respuestas en la esencia y lo más profundo de Castilla. Es un movimiento, pues, marcado por la visión subjetiva de la realidad y España o el sentido de la existencia como temas principales. España necesita una regeneración, una vuelta al pasado y los valores que le permitieron ser la potencia hegemónica. Esos valores se encuentran en lo más profundo de Castilla y lo castellano; representado en su paisaje que se percibe de una manera subjetiva y en sus gentes; esas personas humildes y sencillas, puras todavía, que escriben lo que Unamuno llama la «intrahistoria» y en las que reside la esencia de España. De este modo podemos establecer dos grandes temas: la preocupación por España (atraso, analfabetismo, caciquismo, corrupción…), de la que derivan la presencia del paisaje y sus gentes, y los asuntos existenciales.

Se enfrentan al excesivo sentimentalismo del romanticismo a través de la reflexión existencial, así como a la denominada novela galante o erótica (Felipe Trigo).

Por otro lado, frente a la renovación formal y estética que propone el Modernismo, el 98 defiende un estilo natural, sobrio y antirretórico. Esto se aprecia especialmente en la novela y el ensayo. En este campo, frente a los neologismos y los cultismos del Modernismo, el 98 defiende y revitaliza el habla popular y dialectal con el uso de los arcaísmos y vocablos del terruño. Del mismo modo, estas novelas se impregnan de subjetivismo frente a la objetividad realista; para ello se ataca al narrador omnisciente el tercera persona y los personajes luchan por su autonomía a través de los diálogos, haciendo que la descripción prolija del Realismo sea sustituida pero una descripción impresionista.

Gracias a esto, consideramos acabado el Realismo en 1902, cuando se publican Amor y Pedagogía (Unamuno), Camino de perfección (Pío Baroja), Sonata de otoño (Valle-Inclán), y La voluntad (Azorín).

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