Razón y Fe: Explorando sus Límites y Contenidos Compartidos

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Los Límites de la Razón y la Fe

La teoría aristotélica del conocimiento constituyó un punto de partida y un instrumento poderoso para replantear la cuestión de las relaciones entre la razón y la fe. Como veíamos en la unidad quinta (en el epígrafe en el que se analiza la relación entre «Fe y razón en el pensamiento agustiniano»), el agustinismo no se había preocupado por trazar fronteras entre la fe y la razón por diversos motivos, entre ellos su orientación neoplatónica. En efecto, la concepción platónica y neoplatónica del conocimiento se inclina a afirmar que el objeto propio y adecuado de nuestro conocimiento son las realidades inmateriales: el alma se conoce a sí misma y a través de un proceso de elevación puede, desde sí misma, acceder al conocimiento de los seres inmateriales superiores. (La posición agustiniana sobre el tema de las relaciones entre fe y razón se encuentra expuesta con mayor amplitud en el epígrafe primero ("Fe y razón en el pensamiento agustiniano") de la unidad anterior.

La teoría aristotélica, adoptada por Tomás de Aquino, ofrece una interpretación radicalmente distinta del conocimiento. Nuestro conocimiento, según Aristóteles, parte de los sentidos, tiene su origen en los datos que nos suministra la experiencia sensible; de ahí que el objeto proporcionado a nuestro entendimiento sea el ser de las realidades sensibles materiales, no el de las realidades inmateriales3. Es cierto que el entendimiento, a juicio de Aquino, es inmaterial y, por tanto, en cuanto entendimiento, tiene por objeto lo real sin limitación alguna, pero en cuanto entendimiento humano, es decir, en cuanto entendimiento ligado a la experiencia sensible, su objeto adecuado es precisamente la realidad sensible.

La concepción aristotélica del conocimiento trae consigo una doble consecuencia: en primer lugar, que el edificio de la filosofía se ha de construir desde abajo hacia arriba, a partir del conocimiento de las realidades sensibles; en segundo lugar, que la noticia que sea posible alcanzar acerca de Dios ha de ser por fuerza imperfecta y analógica, es decir, basada en la analogía que quepa establecer entre las realidades limitadas e imperfectas que nos son conocidas y su causa, infinita, cuyo ser es en sí mismo inaccesible a la razón humana5.

Nuestro conocimiento natural de Dios, del hombre y del universo tiene, pues, unos límites dentro de los cuales la razón puede moverse con mayor o menor acierto. La fe cristiana, sin embargo, proporciona información, más allá de estos límites, sobre la naturaleza de Dios y el destino del hombre. Estas noticias reveladas al hombre resultan, de este modo, algo gratuitamente añadido a la razón humana, algo que no viene a suprimir a esta sino a perfeccionarla, al igual que el orden sobrenatural cristiano no viene, en expresión de Aquino, «a eliminar la naturaleza sino a perfeccionarla»6. Se trata, por tanto, de dos órdenes que, en principio, no tienen por qué entrar en conflicto.

Contenidos de la Razón y de la Fe

La distinción entre el conocimiento racional y la fe no debe, sin embargo, interpretarse como si entre ambos planos no existiera elemento alguno en común: existen contenidos de la razón que no lo son en absoluto de la fe; existen contenidos de la fe que no lo son en absoluto de la razón; pero también existen verdades que pertenecen a ambos campos. Por lo que se refiere a sus contenidos, la fe y la razón delimitan dos conjuntos con una zona de intersección. Por citar un par de ejemplos solamente, a esta zona de intersección pertenecerían la afirmación de que el mundo es creado y la afirmación de que el alma humana es inmortal: el discurso racional puede llegar al conocimiento de ambas verdades, y estas verdades son conocidas también por la fe cristiana7.

Esta tesis de que algunos contenidos son comunes a la razón y a la fe implica que aquella puede pronunciarse sobre ciertos artículos de la fe, lo que supone, evidentemente, un riesgo: que la razón llegue a contradecir los artículos de la fe.

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