Los Primeros Siglos del Cristianismo: Persecuciones, Edictos y Concilios Fundamentales
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Los Primeros Siglos del Cristianismo
Las Persecuciones Romanas
Siglo I: Tuvieron lugar las persecuciones de Nerón y Domiciano.
Siglo II: Los emperadores Trajano y Marco Aurelio reanudaron las persecuciones. Trajano, para castigar a los cristianos, exigió denuncia previa por parte de personas identificadas. El filósofo y apologista san Justino, así como san Ignacio de Antioquía, sufrieron el martirio en estas persecuciones.
Siglo III: El emperador Septimio Severo reanudó las persecuciones. Más tarde, Maximino y Valerio persiguieron sobre todo a los obispos, presbíteros y diáconos. La persecución de Decio fue especialmente virulenta, obligando a los cristianos a renunciar a su fe; hubo muchos que renegaban de la fe que profesaban.
Siglo IV: Tras un periodo de paz, Diocleciano reanudó las persecuciones a principios de este siglo. Tal vez fue la persecución más dura y generalizada.
Edictos Clave para el Cristianismo
3.1 - Edicto de Milán (313)
Tras la derrota de Majencio en la batalla del Puente Milvio, en el año 312, Constantino, emperador de Occidente, y Licinio, emperador de Oriente, acordaron una nueva política religiosa.
Al año siguiente (313), en el Edicto de Milán, se declaraba la libertad de conciencia religiosa de todos los ciudadanos romanos. A los cristianos se les reconocieron esos mismos derechos, además se anuló toda legislación anticristiana y se les devolvieron los locales, bienes y terrenos confiscados.
3.2 - Edicto de Tesalónica (380)
Tras el Edicto de Milán, superado el bienio del emperador Juliano el Apóstata que privó de ciertos derechos a los cristianos y se los dio a los paganos, la religión de Cristo creció en todos los ámbitos del Imperio. Filósofos, militares, cortesanos, mercaderes, esclavos y libres habían aceptado el cristianismo.
En el año 380, el emperador Teodosio promulgó el Edicto de Tesalónica, por el que se declaraba al cristianismo religión oficial del Imperio y se prohibían los cultos paganos.
Así empezó el predominio de la Iglesia sobre la sociedad de su tiempo, otorgándosele donaciones y privilegios civiles, judiciales y fiscales, aunque en contraprestación tuvo que sufrir las injerencias del poder civil en sus actuaciones.
Concilios Ecuménicos Fundamentales
a.- Concilio de Nicea (325)
El emperador Constantino acababa de tomar posesión de la parte oriental del Imperio tras la victoria sobre Licinio. Allí se encontró una Iglesia dividida con la polémica arriana. El emperador envía a Osio, obispo de Córdoba, consejero suyo. Tras informar Osio, se convoca el Concilio de Nicea. En el mismo se acuerdan los siguientes puntos y se considera que la doctrina de Arrio es herética y contraria a la Iglesia.
Postura de Arrio:
Mantiene que el Hijo es inferior al Padre; que el Verbo es una criatura del Padre, creada de la nada; la más perfecta de las creadas, pero creada, y que el Padre la adopta como Hijo en el momento de la Resurrección.
Declaración de Nicea:
Que el Verbo no es creado, sino engendrado, de la misma naturaleza que el Padre, consustancial al Padre, es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre.
c.- Concilio de Éfeso (431)
Es un problema cristológico el que se plantea, se discute la doble naturaleza de Cristo o la única naturaleza de Cristo. Habrá una polémica entre Nestorio y Cirilo, volviéndose de nuevo al problema del arrianismo.
Postura de Nestorio:
Decía que no podía afirmarse que la persona divina del Verbo se encarnara en la naturaleza humana. Negaba la reunión de las dos naturalezas en Cristo y en consecuencia negaba la maternidad de María, como Madre de Dios (Theotokos). Jesús tuvo naturaleza humana, y solo en el momento de la Resurrección tuvo naturaleza divina, al ser adoptado por Dios como Hijo, se vuelve a lo que ya había planteado Arrio.
Postura de Cirilo:
Defendía la encarnación del Hijo, y por lo tanto la posibilidad de llamar a María madre de Dios. Jesús tenía naturaleza divina antes, durante y después. La naturaleza humana “convivió” con la divina durante el tiempo en que vivió entre nosotros, basándose en el Prólogo Ontológico del Evangelio de Juan.