Las Tres Preguntas Fundamentales de Kant: Conocimiento, Ética y Metafísica

Enviado por Chuletator online y clasificado en Otras lenguas extranjeras

Escrito el en español con un tamaño de 42,01 KB

Las tres grandes preguntas de Kant precisó que toda su obra podía interpretarse como un intento de ofrecer respuestas para las siguientes tres grandes preguntas:
  • ¿Qué puedo conocer?
  • ¿Qué debo hacer?
  • ¿Qué me cabe esperar?
A primera pregunta abarca el campo de la epistemología, y Kant la abordó en la Crítica de la razón pura. La segunda pregunta se relaciona con el ámbito de la ética, que Kant trató en la Crítica de la razón práctica. Finalmente, la tercera pregunta está asociada a cuestiones metafísicas y religiosas. Esta división en tres grandes bloques, propuesta por el propio Kant, puede ser muy útil en una primera aproximación a su pensamiento. Con todo, conviene recordar que, para él, estas tres grandes preguntas están íntimamente conectadas entre sí, ya que pueden resumirse en una única cuestión: ¿Qué es el hombre? Esta cuarta pregunta, que engloba las otras tres, está vinculada al problema del ser humano y al ámbito de la antropología.


¿Puede convertirse la metafísica en una ciencia? La Crítica de la razón pura es la obra en la que Kant estudia detalladamente el problema del conocimiento, asociado al uso especulativo de la razón. El punto de arranque de la obra es la extraña situación en la que se encontraba la filosofía en el siglo XVIII. Para un pensador ilustrado como Kant resultaba especialmente chocante que, en una época de enormes avances científicos, la filosofía continuase envuelta en continuas e interminables disputas, como había sucedido desde tiempos de Platón. El contraste entre el progreso de la ciencia y el estancamiento de la filosofía llevó a Kant a preguntarse por los motivos de esta diferencia. La cuestión podría expresarse del siguiente modo: ¿Qué es lo que hace posible la ciencia? Si somos capaces de descubrirlo, podremos aclarar si la metafísica también se puede convertir en una disciplina científica. Esa sería la única manera de lograr que la filosofía superase su atraso y comenzase finalmente a progresar. La cuestión sobre las condiciones de posibilidad de la ciencia es la primera pregunta que Kant se plantea en la Crítica de la razón pura. Para contestarla, debemos tener en cuenta que las ciencias están compuestas de juicios, que es como Kant denominaba los enunciados con los que hacemos afirmaciones acerca de la realidad. Por eso, si queremos entender qué es lo que las ciencias tienen de especial, tendremos que empezar por aclarar cuáles son los distintos tipos de juicios que existen. Solo así podremos saber cuáles son los juicios característicos de las disciplinas científicas.


Los distintos tipos de juicios

Juicios analíticos y juicios sintéticos

En la Crítica de la razón pura, Kant propone clasificar los juicios de acuerdo con dos criterios diferentes según la relación entre el sujeto y el predicado. Kant distingue los juicios analíticos de los juicios sintéticos. Un juicio analítico es la afirmación en la que sabemos cuál es el significado de la primera parte de la oración, entonces la segunda no es más que una explicación redundante. Un ejemplo de juicio analítico es: "Un triángulo tiene tres lados". Como se puede observar, el predicado no hace más que repetir el contenido del sujeto. Si se sabe lo que es un triángulo, la segunda parte de la oración no ofrece ninguna información nueva. Por eso, los juicios analíticos son necesariamente verdaderos. Su negación, en cambio, es una contradicción. Por el contrario, los juicios sintéticos son aquellos en que el predicado aporta información nueva, que no estaba presente en el sujeto. Por esta razón decimos que los juicios sintéticos son extensivos, ya que amplían la información que tenemos sobre el sujeto. Un ejemplo de juicio sintético sería "La cicuta es una planta venenosa". En este caso, el predicado nos ofrece información nueva sobre el sujeto, ampliando nuestro conocimiento sobre las propiedades de la cicuta.

Juicios a priori y juicios a posteriori

Clasificación según la experiencia

Además, atendiendo al criterio de la relación de los juicios con la experiencia, Kant distingue los juicios a priori de los juicios a posteriori. Un juicio a priori es independiente de la experiencia. Se trata de una afirmación necesaria, que siempre resulta verdadera. Un ejemplo de juicio a priori sería: "El todo es mayor que sus partes". Esta oración siempre es cierta, y no es necesario acudir a la experiencia para comprobarlo porque se trata de una afirmación lógica que es necesariamente verdadera. En cambio, los juicios a posteriori dependen de la experiencia. Para saber si un juicio a posteriori es verdadero o falso, tenemos que recurrir a la experiencia. Un ejemplo sería la afirmación: "Los pingüinos ponen huevos". Se trata de un juicio a posteriori porque para saber si en efecto es verdad, no nos queda más remedio que comprobarlo empíricamente. A primera vista puede parecer que esta doble clasificación resulta innecesaria, porque los ejemplos que ofrecemos sugieren que los juicios analíticos son a priori, mientras que los juicios sintéticos son a posteriori. Esto es justamente lo que pensaba Hume, que denominaba los primeros "relaciones de ideas", y los segundos, "cuestiones de hecho". Así y todo, Kant defendía que también existen juicios sintéticos a priori, afirmaciones que aportan información nueva, pero que son independientes de la experiencia. Como ejemplo de juicio sintético a priori, Kant menciona: "Todo lo que sucede tiene una causa". Según él, en este caso el predicado que habla de la causalidad no está contenido en el sujeto, que se refiere a los sucesos que acontecen. Por eso se trata de un juicio sintético, que amplía lo que sabemos sobre las cosas que suceden. Pero, por otra parte, señala que para saber que este enunciado es verdadero, no hace falta recurrir a la experiencia, por lo que se trata de un juicio a priori. Los juicios sintéticos a priori, en los que los anteriores filósofos no repararon, tienen una extraordinaria importancia en el pensamiento kantiano. Según Kant, este tipo de juicios es lo que permite eludir la crítica de Hume a la ciencia y establecer los principios fundamentales de una disciplina científica. Los juicios sintéticos a priori constituyen los principios básicos sobre los que construir una ciencia.

El giro copernicano

Revolución en la filosofía

Ahora ya sabemos que las ciencias son posibles si podemos establecer juicios sintéticos a priori que les sirvan de fundamento. Pero, ¿cómo son posibles los juicios sintéticos a priori? Para contestar esta pregunta es preciso distinguir dos aspectos diferentes en el conocimiento humano. Por una parte está la materia, que es el contenido del conocimiento, mientras que por otra parte está la forma, que es la organización que sirve para dar sentido a lo que conocemos. Según Kant, el contenido del conocimiento proviene de la experiencia, pero es nuestra mente la que aporta la estructura que sirve para interpretar lo que conocemos. La experiencia proporciona la materia del conocimiento, mientras que el sujeto se encarga de darle forma para que adquiera significado. La clave para entender correctamente el conocimiento humano no está en la realidad exterior, sino que se encuentra en la manera que tenemos de captar, organizar e interpretar lo que percibimos. Esto nos obliga a realizar un cambio completo del punto de vista en la filosofía occidental, similar por su radicalidad e importancia al cambio de perspectiva que supuso la teoría de Copérnico para la astronomía. El propio Kant se refirió a esta nueva formulación diciendo que se trataba de un giro copernicano en la filosofía, en la que el sujeto estructura y da forma a lo que conoce para ilustrar el alcance de este cambio. Lo que propone el giro copernicano es un cambio total de perspectiva. La clave del asunto, según Kant, está en mostrar cómo la mente estructura todo lo que percibimos. Para estudiar en detalle el funcionamiento de la racionalidad teórica humana, Kant establece, en primer lugar, una importante distinción. Según él, para conocer, los seres humanos hacemos uso de tres facultades diferentes, que son la sensibilidad, el entendimiento y la razón. Por eso el libro de Kant está dividido en tres secciones distintas. La primera parte de la obra, en la que se estudia la sensibilidad, se llama "Estética trascendental". La segunda parte, dedicada al entendimiento, se llama "Analítica trascendental". Finalmente, la tercera parte del libro, donde se aborda el tema de la razón, se denomina "Dialéctica trascendental".

Las intuiciones de la sensibilidad

Percepción y conocimiento

La sensibilidad es la facultad humana gracias a la cual percibimos el mundo que nos rodea. Según Kant, a la hora de explicar cómo percibimos hay que distinguir dos elementos distintos. Por una parte, están los datos que recogemos a través de los sentidos, mediante los que captamos colores, olores o sabores. Esta es la materia que constituye el contenido de nuestras percepciones sensibles, y que procede de la experiencia. Pero, por otra parte, está la forma o estructura que nos permite dar sentido a lo que percibimos, que no proviene de la experiencia, sino que es aportada por el sujeto. Kant creía que la organización de los datos de los sentidos es posible gracias al espacio y al tiempo. Esto quiere decir que, para Kant, el espacio y el tiempo no son realidades objetivas que existan en el mundo exterior al sujeto, sino que son el marco impuesto por nuestra propia mente dentro del cual percibimos la realidad. Kant llama intuiciones al contenido de la sensibilidad. De este modo, podemos distinguir dos tipos de intuiciones diferentes. Por una parte, están las intuiciones empíricas que nos son dadas con la experiencia. Pero, por otra parte, están las intuiciones puras que son impuestas por el sujeto. Según Kant, estas intuiciones puras son el espacio y el tiempo. Son las formas puras de la sensibilidad que, aplicadas a la realidad, hacen posible la percepción. Para Kant, el espacio y el tiempo no provienen de la experiencia ni son realidades externas. El marco espacio-temporal de nuestras percepciones es puesto por el sujeto y establece las condiciones de posibilidad de la experiencia sensible.

La posibilidad de las matemáticas como ciencia

Fundamentos de la ciencia matemática

La existencia de intuiciones puras de la sensibilidad permite a Kant explicar por qué las matemáticas son una ciencia. Como vimos, Kant considera que el espacio y el tiempo, las intuiciones puras, son formas a priori impuestas por el sujeto que establecen las condiciones de posibilidad para todo lo que percibimos. Así pues, cuando nos referimos a la estructura del espacio o del tiempo, no estamos describiendo ningún objeto empírico externo, sino que únicamente estamos hablando de nuestra manera de captar la realidad. Por eso, las afirmaciones básicas sobre el espacio y sobre el tiempo tienen que ser necesariamente verdaderas y pueden servirnos para establecer juicios sintéticos a priori. Precisamente, Kant creía que las matemáticas se fundan en estas afirmaciones generales y universalmente válidas que podemos elaborar acerca del espacio y del tiempo. Los juicios sintéticos a priori acerca del espacio permiten que la geometría sea una ciencia. Además, Kant pensaba que los juicios sintéticos a priori acerca del tiempo hacen posible la aritmética como ciencia, ya que en su opinión está asociada a la posibilidad de elaborar sucesiones numéricas en el tiempo. Según Kant, la posibilidad de elaborar juicios sintéticos a priori sobre el espacio y el tiempo permite que consideremos las matemáticas como una ciencia.

El entendimiento

Interpretación de los datos sensibles

La segunda facultad de la racionalidad teórica es el entendimiento, que se encarga de interpretar los datos de la sensibilidad para formar conceptos. El entendimiento se encarga de dar significado a los datos sensoriales, que son pasivos por naturaleza, ya que elabora esos datos para darles significado. También en el entendimiento es necesario distinguir una parte que nos es dada con la experiencia y otra que es impuesta por nuestra actividad mental. La materia con la que trabaja el entendimiento son los datos de la sensibilidad, convenientemente enmascarados en el espacio y en el tiempo. Con todo, para que las intuiciones sensibles tengan sentido, hace falta que podamos agruparlas y etiquetarlas mediante conceptos. Esto es posible porque nuestra mente dispone de una serie de categorías que nos permiten organizar y estructurar los datos de la sensibilidad.

Las categorías del entendimiento

Conceptos a priori

Según Kant, las categorías son conceptos a priori del entendimiento, que sirven para interpretar y dotar de significado nuestras percepciones. Como todos los elementos a priori, son independientes de la experiencia, ya que proceden de la actividad mental del sujeto. Tal vez un ejemplo nos sirva para aclarar lo que son las categorías para Kant. Supongamos que entras en la cocina y allí percibes una serie de colores, olores, sabores y texturas. La sensibilidad, que es la facultad encargada de la percepción sensible, te informa de que has visto algo de forma redondeada y de color roja, que es suave al tacto, que es crujiente cuando lo muerdes y que tiene un sabor dulce muy agradable. Todas estas percepciones, además, fueron captadas por tus sentidos en un momento determinado y en un lugar concreto. Pero para que tengan sentido, para que puedas responder a la pregunta ¿qué es?, es preciso que tu mente pueda agruparlas y dotarlas de significado. Ese es el labor que realiza el entendimiento, que en este caso podría decir que todos esos datos captados por los sentidos se corresponden con una manzana. El concepto de manzana nos permite sintetizar las intuiciones sensibles, reuniéndolas en un solo concepto que permite entender la diversidad de percepciones que captamos previamente. Analizando la tabla de los juicios posibles de la lógica tradicional, Kant identificó doce categorías distintas, entre las cuales se encuentran algunas muy importantes, como la sustancia o la causa. El ejemplo de la manzana que vimos antes es, precisamente, un caso concreto en el que nuestro entendimiento emplea la categoría de sustancia. En efecto, al percibir esos colores, olores y sabores, nuestra mente interpreta que todos ellos proceden de algo que existe en sí mismo, independientemente de nosotros. Esa es la sustancia a la que denominamos manzana. Así y todo, lo importante en este caso es que la idea de sustancia no procede de la experiencia ni tampoco es una realidad exterior al individuo. Según Kant, el concepto de sustancia es una categoría puesta por el sujeto. Esto quiere decir que la sustancia no es una realidad objetiva del mundo, sino que es tan solo una de las maneras que tiene nuestro entendimiento de dar significado a las percepciones que captamos con los sentidos. Lo mismo sucede con la importantísima idea de la conexión causal. La causalidad, para Kant, no es una propiedad real del mundo, sino que es únicamente una de las categorías con las que nuestra mente interpreta y organiza los datos de la sensibilidad. Si consideramos que un fenómeno B está causado por un fenómeno A, es porque nuestro entendimiento interpreta los fenómenos que percibimos aplicándoles la idea de causalidad.

La posibilidad de la física como ciencia

Fundamentos de la ciencia física

La existencia de las categorías del entendimiento permite a Kant explicar por qué la física es una ciencia. Como las categorías no hacen referencia a una realidad empírica, sino que son conceptos a priori aportados por el sujeto, las afirmaciones generales que hagamos acerca de ellas serán forzosamente verdaderas y universales. Esto nos permite elaborar juicios sintéticos a priori sobre las categorías. La física es una ciencia estricta, ya que se pueden formular juicios sintéticos a priori relacionados con las categorías de sustancia y de causalidad. De estos juicios derivan los fundamentos a priori de la física newtoniana, que son los que hacen posible la ciencia que investiga empíricamente el mundo natural.

La síntesis de la razón

Generalización del conocimiento

La tercera y última facultad que interviene en el proceso del conocimiento es la razón. La función que tiene es la de elaborar generalizaciones a partir de los conceptos y de los juicios del entendimiento. Según Kant, el ser humano tiende de manera natural a buscar explicaciones cada vez más completas y globales acerca de la realidad. Por eso hay en nosotros una inevitable inclinación a tratar de sintetizar nuestros conocimientos, intentando englobar todo lo que sabemos mediante tres grandes ideas reguladoras, que son el mundo, el alma y Dios. El mundo es, para Kant, la primera de las ideas reguladoras de la razón. Con la idea de mundo aspiramos a unificar en un solo concepto todo lo que conocemos acerca de los fenómenos físicos y naturales. La segunda idea reguladora es la del alma, con la que aspiramos a unificar todos los fenómenos psíquicos que experimentamos en nuestro interior. Finalmente, la idea de Dios es la más amplia y completa de todas, porque existe un supremo creador. Con ella intentamos abarcar la totalidad de la realidad, remitiendo todo cuanto conocemos a un ser supremo. Pero en este punto nos encontramos con un grave problema, porque no tenemos ninguna intuición empírica del mundo, ni del alma ni de Dios. Estas tres grandes ideas no se corresponden con ningún dato procedente de la experiencia. Ahora bien, de acuerdo con la gnoseología kantiana, para conocer es preciso disponer de una materia, es decir, de un contenido dado por la experiencia, del mismo modo que de una forma puesta por el sujeto. Lo que sucede en este caso es que únicamente tenemos la forma, que son las ideas reguladoras de la razón, pero carecemos de materia empírica con la que dotar a esas ideas de contenido. Por eso las ideas del mundo, del alma y de Dios no pueden llegar a conocerse, puesto que de ellas no tenemos ningún fenómeno.

La imposibilidad de la metafísica como ciencia

Limitaciones del conocimiento metafísico

Recordemos que una de las cuestiones principales que Kant quería aclarar en la Crítica de la razón pura era si la metafísica podía convertirse en una ciencia estricta. Para comprender el sentido de esta pregunta conviene aclarar que, según Kant, los objetos de estudio de la metafísica son precisamente el mundo, el alma y Dios. Pero la ausencia de contenido empírico asociado a estas grandes ideas nos deja sin ningún fenómeno que pueda dotarlas de contenido. De este modo, nos vemos obligados a admitir que la metafísica no puede nunca llegar a ser una ciencia. Aunque no puede haber conocimiento metafísico, Kant puntualiza que se trata de una tendencia humana esencial e inevitable. Según él, las personas tenemos una propensión natural a intentar unificar todos nuestros conocimientos subsumiéndolos en las tres grandes ideas reguladoras del mundo, el alma y Dios. Esto siempre ha sido así, y así continuará sucediendo en el futuro, aunque ahora sepamos que es una tarea paradójica e inacabable, porque intenta pensar acerca de cuestiones sobre las que no tenemos ningún dato fenoménico. La ausencia de fenómenos relacionados con el mundo, el alma y Dios hace que la metafísica no pueda ser una ciencia. No obstante, Kant creía que la metafísica responde a una tendencia natural e inevitable de los seres humanos. Sin embargo, en la Crítica de la razón práctica y en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, sus obras sobre la moral, Kant encuentra una vía alternativa mediante la cual podemos aproximarnos a las ideas de Dios y del alma humana. Aunque la razón teórica no puede garantizarnos un conocimiento riguroso sobre la existencia de Dios o sobre la inmortalidad del alma, Kant creía que sí podíamos acceder a estas ideas mediante la razón práctica.

Fenómeno y noúmeno

Dimensiones del conocimiento

El estudio que hace Kant sobre los límites del conocimiento humano tiene una importante consecuencia que conviene destacar. Como vimos, para Kant solo podemos conocer gracias a la combinación de un contenido captado por los sentidos (que es la materia del conocimiento) y de una estructura espacio-temporal y categorial impuesta por el sujeto (que es la forma del conocimiento). Pero esto quiere decir que los seres humanos no somos capaces de percibir la realidad en sí misma. Según Kant, lo único que podemos captar es la realidad tal y como aparece ante nosotros, filtrada por el marco que imponemos a todo lo que llega a nuestros sentidos. En la Crítica de la razón pura, Kant introdujo una terminología específica para distinguir estas dos dimensiones tan diferentes de la realidad. Por una parte tenemos el fenómeno, que es lo que se nos muestra, es decir, la cosa tal y como la percibimos los seres humanos. Pero por otra parte está el noúmeno, que es la cosa en sí misma, independientemente de nosotros. A pesar de que podemos establecer esta distinción, es importante recalcar que los seres humanos únicamente somos capaces de conocer el fenómeno, mientras que el noúmeno nos resulta inaccesible. Con todo, aunque no podamos conocer el noúmeno, sí que es posible pensar en la necesidad de su existencia, ya que eso que percibimos en el fenómeno debe provenir de alguna realidad en sí misma, aunque esta escape a nuestro conocimiento. Por eso puede decirse que el fenómeno marca el límite definitivo que el conocimiento humano nunca puede traspasar. Existe una importante diferencia entre el fenómeno (la cosa tal y como se nos muestra) y el noúmeno (la cosa en sí). El conocimiento humano solo llega hasta el fenómeno, mientras que el noúmeno resulta inaccesible para nosotros. Ahora podemos comprender qué es lo que sucede con las ideas del mundo, del alma y de Dios. Estas tres ideas solo existen como noúmenos o cosas en sí, pero no como fenómenos. Eso significa que nos resulta imposible conocerlas, aunque sí seamos capaces de pensar en ellas. La distinción entre fenómeno y noúmeno permite además a Kant abordar el espinoso problema de la libertad humana. Esta cuestión suscitó una eterna e inacabable controversia entre los filósofos. ¿Somos las personas verdaderamente libres para decidir lo que queramos? ¿O estamos sujetos a las leyes de la física, de la química y de la biología, que determinan cuáles son nuestras tendencias y deseos? Para aclarar el debate sobre la libertad humana, Kant propone contemplar al ser humano desde una doble perspectiva. Por una parte, existe en nosotros una dimensión fenoménica, asociada a nuestro cuerpo material y a la experiencia; para Kant, todo lo que es fenoménico está sometido a las leyes de la naturaleza, por lo que el comportamiento humano es muy predecible. Pero, las personas no somos solo fenómenos, porque también tenemos una dimensión noúmenica que va más allá de lo que podemos percibir y conocer. Si contemplamos a la persona como noúmeno, entonces podemos afirmar que el ser humano es libre y escapa al determinismo. Los seres humanos, en tanto que fenómenos, están sujetos al determinismo de las leyes naturales. Con todo, como noúmenos, las personas tenemos auténtica libertad.

En busca de una ética universal

Propuesta ética de Kant

Si Kant puede considerarse un pensador revolucionario por su teoría del conocimiento, lo cierto es que también lo es por la originalidad de su propuesta ética. La ética de Kant es completamente diferente a todas las teorías morales elaboradas por los filósofos anteriores. De hecho, sus reflexiones acerca de la moral comienzan por criticar las limitaciones y los problemas que a su juicio presentan todas las teorías éticas elaboradas en el pasado. De acuerdo con los ideales de la Ilustración, Kant aspiraba a diseñar una ética universal, válida para todos los seres humanos. Con todo, según él, ninguna de las teorías anteriores cumplía con este requisito. Kant denominaba éticas materiales las teorías elaboradas por los filósofos del pasado. Estas éticas se llaman materiales porque tienen un contenido, ya que orientan la vida humana hacia la consecución de un bien. Así, por ejemplo, la ética de Aristóteles nos invita a practicar la virtud eligiendo con prudencia el punto medio para, de esa manera, lograr la felicidad. De igual modo, la ética de Epicuro nos propone cultivar el sosiego y vivir con moderación para poder disfrutar de los placeres. Y lo mismo sucede con las demás propuestas éticas elaboradas por otros pensadores, ya que todas ellas ofrecen una guía de conducta encaminada a lograr lo que se considera el objetivo supremo de la vida humana. El problema de estas éticas, de acuerdo con Kant, está en que sus propuestas solo resultan válidas para quien reconozca la importancia del objetivo que se trata de alcanzar, es decir, son normas hipotéticas. Así, las recomendaciones de la ética epicúrea serán muy adecuadas para alguien que aspire a disfrutar de los placeres tranquilos y sosegados que son, según esta teoría, el máximo bien al que podemos aspirar. Sin embargo, si lo que deseamos es algo diferente, por ejemplo, una vida intensa y exaltada, entonces las normas de la ética de Epicuro ya no nos sirven. Como en las éticas materiales hay un objetivo determinado que tratamos de alcanzar, las normas básicas de conducta están orientadas a perseguir ese bien supremo. Eso supone que las reglas de comportamiento no podemos decidirlas por nosotros mismos, puesto que vienen impuestas por el objetivo que intentamos lograr. Así pues, las éticas materiales son heterónomas, porque las normas no son establecidas por el propio individuo, sino que provienen de fuera de él. Además, para saber cómo tenemos que comportarnos en el marco de una ética material, no tenemos más remedio que acudir a la experiencia. Si, por ejemplo, lo que queremos es cultivar el placer sosegado y tranquilo que nos propone la ética de Epicuro, tendremos que experimentar por nosotros mismos qué cosas nos proporcionan placer y cuáles nos causan dolor. Por eso puede decirse que las éticas materiales son a posteriori, ya que para encontrar las normas de conducta tenemos que basarnos en la experiencia. Kant critica las éticas materiales porque sus normas son hipotéticas, heterónomas y a posteriori. Las limitaciones de las éticas materiales impiden que estas teorías puedan ser universales. Como la aspiración de Kant era la de elaborar una ética racional universal, necesaria y válida para todas las personas, se vio obligado a idear una propuesta completamente diferente.

Una ética formal

Superando las limitaciones de las éticas materiales

Si queremos superar los problemas de las éticas materiales, tendremos que elaborar una teoría ética que en lugar de hipotética sea necesaria, en lugar de heterónoma sea autónoma, y que en lugar de a posteriori sea a priori. Debe ser necesaria porque aspiramos a que sea universal y válida para todos los seres humanos. Tiene que ser autónoma porque debe ser el individuo quien elabore por sí mismo sus propias normas en lugar de seguir las reglas que proceden del exterior. Finalmente, ha de cumplir el requisito de ser una ética a priori porque nos gustaría que las reglas de conducta fueran tan claras y seguras que no hiciese falta acudir a la experiencia para saber cómo tenemos que comportarnos. Pero, ¿cómo podemos construir una ética cuyas normas sean necesarias, autónomas y a priori? Kant pensaba que teníamos que renunciar a la búsqueda de un objetivo concreto. Eso significa que no puede tratarse de una ética material, sino que únicamente puede ser una ética formal y autónoma, porque en ella cada persona decide por sí misma sus normas de conducta y también es a priori, porque sus reglas no dependen de la experiencia. Esto postula que la ética formal solo nos indica la forma a la que se han de ajustar las reglas elaboradas por nosotros mismos. La propuesta ética de Kant es una teoría formal, necesaria, autónoma y a priori. Esta teoría ética únicamente nos dice cuál es la forma a la que se deben ajustar las normas de conducta que elegimos nosotros mismos.

El imperativo categórico

Normas de conducta universales

La razón práctica es la razón orientada a dirigir la voluntad. En la Crítica de la razón práctica, Kant denomina máximas de conducta a las normas individuales de comportamiento que cada persona debe elegir por sí misma. Aunque el individuo es autónomo para escoger sus propias máximas, estas reglas de conducta deben cumplir un requisito formal muy importante, porque deben respetar el imperativo categórico. Decimos que es un requisito formal porque este mandato no nos dice cuáles han de ser nuestras máximas, sino que únicamente establece cómo debemos elaborarlas. Aunque el imperativo categórico es uno solo, Kant propone varias maneras de formularlo. Tal vez la más clara y comprensible de todas ellas sea la siguiente: "Actúa solo según una máxima que puedas querer que se convierta en ley universal". Esta formulación del imperativo categórico nos exige que las máximas de conducta que elijamos deben poder ser universalizables. Esto significa que siempre que vayamos a escoger una máxima de conducta tenemos que pensar en lo que sucedería si ese comportamiento fuese universal. ¿Sería deseable un mundo en el que todos los seres humanos eligiesen esa misma máxima de conducta que yo decidí aplicar? Si la respuesta es negativa, entonces esa máxima no es éticamente aceptable, porque no respeta el imperativo categórico. Para explicar en qué consiste el imperativo categórico, Kant nos propone el ejemplo de una persona que se cuestiona si las promesas deben cumplirse siempre. Ciertamente, hay ocasiones en las que prometemos cosas que después nos resultan difíciles de llevar a la práctica. Supongamos que alguien se propusiese como máxima de conducta la siguiente regla: "Voy a realizar promesas cuando eso me proporcione ventajas, pero solo estoy dispuesto a cumplir mi palabra si después me resulta conveniente hacerlo". ¿Cumple esta máxima de conducta el imperativo categórico? Para saberlo, tenemos que pensar si realmente podemos querer que esta norma se convierta en una ley universal. ¿Qué ocurriría en un mundo donde todo el mundo prometiese cosas que después no estuviese dispuesto a cumplir? Está claro que, en esas circunstancias, las promesas perderían todo su valor y nadie confiaría en ellas. Por eso esta máxima no resulta válida, mientras que sí lo sería la máxima opuesta: "Siempre voy a comprometerme a cumplir mi palabra". Existe una segunda manera de formular el imperativo categórico, en la que se hace hincapié en la importancia de respetar la dignidad de la persona humana. Esta segunda formulación es la siguiente: "Actúa siempre de manera que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio". En este caso, lo que nos impone el imperativo categórico es que nuestras máximas de conducta traten a las demás personas como fines en sí mismos, y no simplemente como instrumentos al servicio de nuestros propios gustos o intereses. Esta segunda manera de expresar el imperativo categórico es equivalente a la primera, como podemos comprobar en el ejemplo que utilizamos anteriormente. Si prometo cosas que no estoy dispuesto a cumplir, en realidad lo que estoy haciendo es engañar a las demás personas, tratándolas como un medio para obtener beneficio, en lugar de respetarlas.

La ética del deber

Obligaciones morales

La obligación que tenemos de ajustar nuestras normas al imperativo categórico justifica la insistencia de la ética kantiana en el deber. Por eso suele decirse que la ética de Kant es una ética deontológica. El problema en este tipo de teoría ética surge cuando el cumplimiento del deber entra en conflicto con nuestras inclinaciones y deseos naturales. Kant pensaba que en esos casos la acción moralmente correcta consiste en ajustarse al deber, aunque eso suponga sacrificar nuestros deseos y aspiraciones personales. Por eso, las acciones contrarias al deber son malas. Pero hay que tener en cuenta que no todas las acciones respetuosas con el deber tienen el mismo valor moral. Para subrayar la importancia de las intenciones, Kant distinguía las acciones conformes al deber y las acciones por deber. Realizamos una acción conforme al deber cuando el comportamiento se ajusta a lo que es nuestra obligación, aunque en realidad actuemos siguiendo nuestra inclinación y persiguiendo intereses egoístas. En cambio, realizamos una acción por deber cuando la hacemos simplemente porque esa es nuestra obligación, aunque esté en contra de nuestros deseos e inclinaciones. Estas son las acciones que, según Kant, tienen auténtico valor moral. Para aclarar la diferencia entre estos diferentes tipos de acción, podemos fijarnos en el comportamiento de un tendero en un pequeño comercio. Si el tendero engaña a sus clientes, cobrándoles de más en los productos que les vende, evidentemente su acción es contraria al deber y moralmente incorrecta. Supongamos, en cambio, que el tendero es honesto y nunca engaña a su clientela. En este caso podría suceder que el comportamiento del tendero se deba a que desea mantener una buena reputación para no perder clientes. En ese caso, aunque la acción es conforme al deber, en realidad el tendero está actuando movido por sus intereses personales. Para Kant, la acción moralmente meritoria es la que se hace por deber, cuando el tendero se comporta de manera honesta simplemente porque esa es su obligación, incluso cuando va en contra de sus propios intereses. Es, por ejemplo, lo que ocurriría cuando en la tienda aparece un cliente extraño que, con toda probabilidad, nunca más va a aparecer por allí. En ese caso, el tendero podría estar tentado de engañarlo para obtener un beneficio particular. De este modo, el tendero actuará por deber, realizando una acción éticamente buena, si decide no engañarlo porque su deber es comportarse honestamente.

Aspiración a la felicidad

Ética y felicidad

La ética de Kant nos pide que actuemos siempre cumpliendo nuestro deber y respetando la ley moral marcada por el imperativo categórico. Esto resulta a veces muy difícil de hacer, especialmente cuando el deber resulta contrario a nuestras inclinaciones naturales. Kant nos recuerda que el comportamiento correcto consiste siempre en priorizar nuestra obligación, dejando de lado nuestros deseos personales y egoístas. Esta formulación presenta un serio problema, puesto que no parece el camino más adecuado para hacernos felices. Incluso si una persona tuviese una voluntad santa y siempre actuase cumpliendo su deber, eso no le garantizaría la posibilidad de ser feliz. El propio Kant reconoce que su propuesta ética no sirve para asegurarnos la felicidad, sino que como mucho puede hacernos dignos de merecer ser felices. La ética de Kant no persigue la felicidad, porque no es una ética material ni se propone lograr ningún objetivo. Pero eso no impide que las personas tengamos una humana y natural aspiración a alcanzar la felicidad. Esto nos permite comprender el sentido de la tercera y última gran pregunta de Kant: ¿Qué me cabe esperar? Lo que este interrogante expone es la cuestión de si es posible confiar en alcanzar alguna vez esa felicidad de la que nos hemos hecho merecedores cumpliendo con nuestro deber.

¿Es razonable albergar esperanza?

Postulados de la razón práctica

Según Kant, si queremos creer que el cumplimiento del deber puede ser recompensado con la felicidad, tenemos que aceptar algunas suposiciones fundamentales. Para empezar, que los seres humanos disponemos de libre albedrío, que nos permite elegir cómo actuar y hace posible la acción moral. En segundo lugar, tenemos que suponer que el alma es inmortal, porque la vida humana es demasiado breve como para permitir que culmine con éxito el proceso de perfeccionamiento moral que va haciendo que nuestro comportamiento se vaya ajustando cada vez más al cumplimiento del deber. Y en tercer lugar, es preciso creer que Dios existe y que su bondad infinita es la garantía de que nuestra actuación de acuerdo con el deber puede obtener, en otra vida, la merecida recompensa de la felicidad eterna. Es importante señalar que, para Kant, la libertad humana, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios son asuntos que escapan al conocimiento humano, porque de ellos no tenemos ninguna evidencia empírica. No se trata, por tanto, de realidades fenoménicas, sino que son solamente noúmenos. Por eso se trata de cuestiones que están más allá del límite de lo que puede conocer la razón teórica. En cambio, Kant nos propone acercarnos a estas realidades utilizando la razón práctica. Por eso es por lo que Kant denomina "postulados" de la razón práctica a estas tres grandes suposiciones. Se trata de verdades que no pueden demostrarse ni conocerse con seguridad, pero que es preciso admitir si queremos creer que la esperanza humana puede cumplirse. De acuerdo con la ética kantiana, para que la moralidad tenga sentido hay que postular la libertad del ser humano, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.

La teoría antropológica

Visión de la naturaleza humana

de Kant considera que el ser humano vive dividido entre el sentido del deber moral y la inclinación a la que continuamente nos empujan nuestras tendencias naturales. Kant no comparte el optimismo antropológico de Rousseau, para quien los seres humanos somos en el fondo nobles y bondadosos. Para Kant, la naturaleza humana es mucho más compleja, puesto que aunque tenemos la necesidad de convivir con los demás, también experimentamos un irrefrenable impulso egoísta que continuamente nos incita a perseguir nuestro propio interés. Para expresar esta contradictoria situación, Kant habla de la "insociable sociabilidad humana". Somos insociables porque, si nos dejamos llevar por nuestras inclinaciones naturales, nuestro comportamiento será insolidario e interesado. Pero al mismo tiempo somos sociables, porque los seres humanos no podemos vivir al margen de la sociedad. La posición de Kant sobre el estado de naturaleza está más próxima a Hobbes que a Rousseau. De hecho, Kant pensaba que la tendencia que tenemos a dejarnos llevar por nuestras inclinaciones es la responsable de que haya continuos enfrentamientos entre nosotros. Este continuo estado de conflicto provocó tensión, guerra y sufrimiento, pero en opinión de Kant también tuvo un efecto beneficioso, ya que sirvió para que la humanidad desarrollase mecanismos para limitar la violencia, impulsando la cultura y el entendimiento. Según Kant, la naturaleza humana se caracteriza por una insociable sociabilidad, puesto que necesitamos de los demás para vivir en sociedad, aunque estamos en permanente conflicto con ellos. La clave de la organización política consiste precisamente en saber manejar nuestra insociable sociabilidad, tratando de encaminar a las personas hacia un futuro donde las tendencias particularistas puedan ser superadas con la ayuda de la racionalidad.

Un proyecto para la paz mundial

Propuesta de Kant para la paz

Kant, que era un decidido defensor de la Ilustración, confiaba en la posibilidad de alcanzar el progreso con la ayuda de la razón, la ciencia y la cultura. Así y todo, también era consciente de que este progreso, aunque posible, no estaba garantizado de antemano. Para lograr un avance de la sociedad hacia la libertad y el respeto de la dignidad humana, hacía falta difundir las luces y fomentar el uso de la razón, tanto en el plano del conocimiento como en el moral. Esta sería la única forma de avanzar hacia el reino de los fines, que sería una sociedad futura en la que siempre se respetase la dignidad de todas las personas, y en la que definitivamente los seres humanos se tratasen los unos a los otros como fines en sí mismos y no únicamente como medios. Para que la sociedad pueda ir aproximándose a ese anhelado reino de los fines, Kant creía que era indispensable garantizar la libertad, limitando el poder de los gobernantes para evitar la opresión y la tiranía. Esto solo puede conseguirse estableciendo la igualdad ante la ley y la división de poderes para separar la función legislativa de la ejecutiva. Kant llamaba republicano a este tipo de gobierno, en el que los poderes están divididos para garantizar el respeto a la dignidad de las personas. Dentro de la teoría social y política kantiana, también es importante señalar su preocupación por el problema de la guerra entre las distintas naciones del mundo. El desarrollo de la civilización permitió controlar el enfrentamiento entre seres humanos dentro del marco del gobierno nacional. No obstante, los distintos países del mundo parecen encontrarse en lucha permanente entre sí, como si entre ellos estuviesen en el estado de naturaleza caracterizado por la guerra de todos contra todos. Para evitar la catástrofe que suponen estos enfrentamientos bélicos, haría falta crear una federación mundial de Estados que impusiese sobre todos ellos unas normas básicas que regulasen pacíficamente sus relaciones recíprocas. Según Kant, el sistema republicano ofrece la mejor manera de garantizar el progreso hacia un futuro reino de fines. Kant, además, propugnó la necesidad de establecer una federación de naciones para evitar las guerras y promover la paz mundial.

Entradas relacionadas: