Poesía y Novela de Principios del Siglo XX: Modernismo y Generación del 98
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El Modernismo en la Poesía Española de Principios del Siglo XX
La poesía española de principios del siglo XX estuvo marcada por el Modernismo, una corriente que trascendía lo literario para convertirse en una actitud vital. Esta tendencia criticaba el materialismo, el imperialismo y los valores burgueses, promoviendo una evasión hacia ideales estéticos y vitalistas. En España, la crisis de fin de siglo, intensificada por el Desastre del 98, inspiró en los poetas una búsqueda de belleza, evasión y renovación artística. El Modernismo, influenciado por el Parnasianismo (arte por el arte) y el Simbolismo (uso de símbolos subjetivos), se fundamentó en tres conceptos clave:
- Evasión: rechazo del presente mediante la exaltación del pasado y lo exótico.
- Exotismo: creación de mundos idealizados.
- Cosmopolitismo: con París como epicentro artístico.
Los modernistas renovaron el lenguaje poético, buscando una creación extraña, única y sorprendente. Enriquecieron el idioma con extranjerismos y americanismos, neologismos y arcaísmos, y buscaron efectos impresionistas mediante la sinestesia y la adjetivación cromática, así como palabras con gran sonoridad y poder de evocación.
Recuperaron formas métricas antiguas, como los hexámetros clásicos y, especialmente, el verso alejandrino, favoreciendo la musicalidad en sonetos, cuartetos y tercetos. Además, abrieron el camino al verso libre y a los poemas en prosa.
Rubén Darío (1867-1916)
La llegada de Rubén Darío a España en 1899 consolidó la tendencia modernista en los poetas españoles, quienes ya mantenían correspondencia con los poetas hispanoamericanos. Su obra Azul... (1888) ya mostraba rasgos modernistas en cuentos breves y poemas de ambiente aristocrático.
En 1896, Prosas profanas se convirtió en un hito del Modernismo, deslumbrando por sus innovaciones métricas y formales. Esta obra continúa la línea de la “evasión aristocrática” y explora temas como el arte, el placer, el amor, el tiempo, la religión y la creación poética, incluyendo la exaltación de lo andaluz y lo medieval.
Cantos de vida y esperanza (1905) introduce una expresión más sobria, intimista, existencial e incluso social. Darío declara: “Yo no soy un poeta para muchedumbres, pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas”. Aborda temas políticos, como la unión de los pueblos hispanoamericanos y la reivindicación de su cultura común.
Antonio Machado (1875-1939)
Machado definió la poesía como el “diálogo de un hombre con su tiempo”. El tiempo, visto con angustia como algo inapresable, es uno de sus grandes temas, junto con el sueño como forma de conocimiento y el amor, todos con una raíz común: la preocupación por lo temporal.
Soledades (1903), posteriormente Soledades, galerías y otros poemas, se inscribe en la estética intimista, reflexiva y simbolista del Modernismo español. Sus temas recurrentes son el paso del tiempo, los sueños y la juventud perdida, expresados a través de símbolos de la naturaleza y el paisaje: la tarde (decadencia y melancolía), el agua y la fuente (tedio, monotonía, paso del tiempo), el huerto y el jardín (ilusión, recuerdos infantiles).
Campos de Castilla (1912, reeditado en 1917) se aleja del Modernismo y se centra en el paisaje, los hombres y la historia de Castilla. Su tema fundamental es la decadencia de España y el carácter de sus habitantes. Machado evoca el paisaje real, pero sus descripciones se transforman en meditaciones, acercándose a la postura noventayochista de autores como Baroja, Azorín y Unamuno. Su obra se completa con Nuevas canciones (1924), Canciones a Guiomar y De un pasado efímero.
Juan Ramón Jiménez (1881-1958)
La trayectoria poética de Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel en 1956, abarca hasta mediados del siglo XX y muestra una profunda evolución, dividida por el propio poeta en tres etapas:
- Etapa sensitiva: Influenciada por el Modernismo, el Simbolismo, el Parnasianismo y Bécquer. Los temas de libros como Ninfeas, Almas de violeta, Arias tristes, Jardines lejanos (1900-1911) giran en torno a la nostalgia, lo misterioso y la muerte. El Modernismo se aprecia en La soledad sonora, Poemas mágicos y dolientes, e incluso en Platero y yo, pero es un Modernismo depurado de excesos, con un acercamiento a la naturaleza y una oposición al progreso.
- Etapa intelectual: En 1916, Diario de un poeta recién casado marca un cambio hacia la poesía pura, desnuda de artificios y anécdotas, con la obsesión por el “conocimiento exacto de las cosas a través de la poesía”. Continúa con esta línea en Eternidades, Piedra y cielo, Belleza y Poesía (1918-1923).
- Etapa suficiente o verdadera: Tras su exilio en 1936, aborda el tema de Dios y la muerte desde un ansia de eternidad. En La estación total (1946) y Animal de fondo (1949), expresa una búsqueda de trascendencia que lo lleva a una postura casi mística, identificando a Dios con la Belleza.
Para concluir, destacamos a un autor modernista de Badajoz: Javier Monterrey, apasionado y amante de la literatura, poeta autodidacta que publicó varios poemarios.
La Generación del 98: Unamuno, Azorín, Baroja
Las innovaciones narrativas de principios de siglo fueron impulsadas, entre otros, por los novelistas de la Generación del 98. Dos factores provocaron su irrupción: la crisis política, económica y moral de finales del XIX, agravada por la pérdida de las últimas colonias españolas en 1898 (el Desastre del 98), y el agotamiento de los temas y formas de la literatura del siglo anterior.
Los Temas de la Literatura del 98
Los intelectuales del 98 reflejaron esta situación de forma crítica, evolucionando desde posturas revolucionarias, como el marxismo o el anarquismo, hacia una actitud más contemplativa y filosófica. En 1901, Azorín, Baroja y Ramiro de Maeztu publicaron un Manifiesto denunciando los problemas del país (atraso, caciquismo, estancamiento político, analfabetismo), pero su desengaño ante la falta de resultados a corto plazo los llevó a abandonar las posiciones radicales.
Con el tiempo, persistió la preocupación por España, girando en torno a:
- La preocupación por España: Desde planteamientos reformistas y patrióticos (Unamuno), escépticos y pesimistas (Baroja), o desde una percepción impresionista o lírica (Azorín). De aquí surgen subtemas:
- Descubrimiento del alma y la esencia de España a través de su paisaje, especialmente el de Castilla, reflejando el espíritu austero y sobrio del hombre castellano.
- La historia, no de grandes hombres o acontecimientos, sino del hombre anónimo y la vida cotidiana, la “intrahistoria” de Unamuno.
- La literatura, rescatando autores medievales como Berceo, Rojas o Manrique, y clásicos olvidados como Gracián o, del siglo XIX, Larra. Especial interés por Cervantes y el Quijote, donde ven reflejadas las conductas españolas.
Ante la imposibilidad de encontrar significado a la existencia, el mensaje literario revela frustración y desesperanza.
Innovaciones en la Narrativa
Los escritores del 98 cultivaron principalmente el ensayo y la novela, introduciendo innovaciones en el estilo y la forma de narrar:
- Rechazo del estilo retórico y grandilocuente de la generación anterior, a favor de la sobriedad y la claridad. Enriquecimiento del castellano buscando en las raíces populares.
- Subjetivismo: el sentir personal del escritor se refleja constantemente, especialmente al describir el paisaje, que se convierte en símbolo de la sensibilidad personal.
- En la narrativa, se introducen rasgos como:
- Pérdida de importancia de la historia y el argumento. El relato parte de una idea que se quiere transmitir, subordinando acciones y personajes a ella.
- La novela se centra en el mundo interior del protagonista. La acción se sustituye por la percepción, y la realidad externa se diluye a favor del retrato interior.
- La narración prescinde de capítulos y de la linealidad de las novelas realistas. Se fragmenta en estampas, producto de las percepciones del protagonista. La fragmentación, la elipsis y los saltos temporales contribuyen a la indeterminación de los hechos.
- El narrador tiende a diluirse, cobrando importancia el diálogo, donde los personajes mantienen una dialéctica que sirve como batalla de ideas.
Autores: Unamuno, Baroja y Azorín
Miguel de Unamuno (1864-1936)
Cultivó todos los géneros literarios, especialmente el ensayo y la novela. Defendía la novela como medio para plantear problemas existenciales, restando importancia al argumento y a los personajes. El diálogo cobraba gran importancia para tratar de resolver contradicciones y reflexionar sobre la existencia de Dios, la inmortalidad o el determinismo. Llamó a sus novelas “nivolas”.
Entre sus obras destacan: Amor y pedagogía, que mezcla lo trágico y lo cómico para demostrar que la ciencia no puede salvar al hombre de sus angustias; Niebla, donde despliega sus angustias religiosas y existenciales; La tía Tula, con una protagonista con un anhelo obsesivo de maternidad; y San Manuel Bueno, mártir, la historia de un cura de aldea que se debate entre propagar la mentira consoladora (la fe) o la verdad amarga (la soledad del hombre).
José Martínez Ruiz, “Azorín” (1873-1967)
Cultivó el ensayo y la novela, borrando las fronteras entre ambos géneros. Su estilo es inconfundible: frase corta, sintaxis simple, léxico castizo.
Sus novelas del primer tercio del siglo se dividen en dos tipos:
- Autobiográficas e impresionistas, con el protagonista Antonio Azorín (de quien toma su seudónimo), personaje de ficción que se convierte en la conciencia de su creador. Ejemplos: La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904).
- Sin elementos autobiográficos, pero reflejando sus inquietudes a través de personajes míticos de la literatura española, abordando la fatalidad, la obsesión por el tiempo y el destino. Ejemplos: Doña Inés (1925) y Don Juan (1926).
También escribió libros de crítica literaria, viajes y paisajes.
Pío Baroja (1872-1956)
Cultivó casi exclusivamente la narrativa (novela y cuento). Defendía una novela abierta y “sobre la marcha”: «La novela en general es como la corriente de la historia: no tiene principio ni fin; empieza y acaba donde se quiera». Sus relatos se componen de episodios dispersos, unidos a menudo por un personaje central.
Sus personajes suelen ser inadaptados que se oponen a la sociedad, pero acaban frustrados y vencidos. Su escepticismo y falta de fe en el ser humano lo llevan a rechazar cualquier solución vital, conduciéndolo a un marcado individualismo pesimista.
Baroja fue un “enfermo de la literatura”, con una extensa producción de novelas que muestran su gusto por la acción más que por el estudio psicológico de los personajes, con un lenguaje ágil y espontáneo. Agrupó su obra en nueve trilogías y una tetralogía. Destacan Zalacaín el aventurero (1909), La busca (1904) y El árbol de la ciencia (1911).