La Poesía y Novela Española de Posguerra: Un Recorrido Histórico
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La poesía española desde 1939: Un antecedente: Miguel Hernández
Miguel Hernández (1910-1942)
Miguel Hernández nace en 1910 en Orihuela (Alicante). Se educó en un ambiente rural y, gracias a su tesón, alcanzó una amplia formación intelectual. Durante la Guerra Civil se alistó en el ejército republicano. Tras el conflicto, es detenido, juzgado y condenado a muerte, pena que se le conmuta por treinta años de prisión. Gravemente enfermo, encarcelado, muere en 1942 a los 32 años.
Se trata del poeta más representativo de su momento y uno de los mejores del siglo XX. En su obra poética sobresalen títulos como Perito en lunas, El rayo que no cesa (libro de hermosos sonetos de amor, en el que aparece la famosa «Elegía a Ramón Sijé»), Viento del pueblo, El hombre acecha y Cancionero y romancero de ausencias, tal vez su mejor poemario. En este libro, el poeta se lamenta de todo lo que ha perdido: las ausencias del primer hijo (muerto antes de cumplir un año), del amor, de la bondad, de la libertad. Todo se resume en lo que denominó «las tres heridas»: la del amor, la de la muerte, la de la vida.
La poesía de posguerra. Los primeros años
La poesía de posguerra estuvo fuertemente condicionada por la situación histórica española.
- Ante el horror de la guerra recién concluida, los poetas buscan respuestas y muchos de ellos cultivan una poesía espiritual: dirigen a Dios sus quejas, sus preguntas y, en ocasiones, se rebelan ante él. Con posterioridad, vuelven los ojos hacia los demás con el deseo de convertirse en la voz de la mayoría: nace así la poesía social.
La lírica de esta época está muy centrada en la colaboración en revistas literarias:
- La revista Garcilaso agrupa a los poetas más cercanos al régimen oficial. Cultivan una lírica de corte clásico, que ofrece una visión optimista del hombre y el mundo: Luis Rosales, Leopoldo Panero...
- Espadaña es la revista de los poetas contrarios al franquismo. Todos ellos aportan una visión desarraigada de un mundo conflictivo e imperfecto: Leopoldo de Luis, Blas de Otero, Gabriel Celaya...
- No podemos olvidar el papel de otras dos publicaciones andaluzas: Cántico y Postismo.
Poesía espiritual y poesía social
La primera poesía de posguerra se caracteriza, frecuentemente, por el tono individualista. Los poetas alzan sus ojos a Dios para pedirle explicaciones acerca de lo que está sucediendo a su alrededor. Poco a poco esta tendencia se va modificando, hasta que a finales de los años cuarenta surge en España una poesía denominada social, en la que asistimos a una evolución del yo (protagonista de la lírica espiritualista de los cuarenta) al nosotros. Los dos autores más representativos de este momento son Gabriel Celaya (Cantos íberos) y Blas de Otero (Ángel fieramente humano, Redoble de conciencia, Pido la paz y la palabra).
La poesía social
La poesía social evita los problemas íntimos, individuales, para centrarse en lo colectivo. Asimismo, se rechaza el esteticismo, la poesía pura: el poeta debe dejar de lado sus problemas personales, comprometerse con su realidad histórica y denunciar las injusticias sociales para solidarizarse con los problemas de los demás. De este modo, se pretende crear una poesía clara, para «la inmensa mayoría», que incluso emplea coloquialismos en su afán de transparencia. A esta corriente también pertenece la obra de Gloria Fuertes.
La generación del 50
- A mediados del siglo XX irrumpe en el panorama literario un nuevo grupo de poetas: José Hierro, Ángel González, José Ángel Valente, Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez y José Agustín Goytisolo.
- La poesía de estos autores vuelve a preocuparse por el hombre y, a la vez, es inconformista y escéptica, pues se duda de la capacidad de la poesía para transformar el mundo.
- Es una poesía reflexiva, con conciencia crítica sobre el mundo burgués (al que muchos de ellos pertenecen). Es una poesía donde tiene cabida la ironía. Se entiende la poesía como un medio de conocer el mundo y de tener una postura ética ante él.
La novela española desde 1939
La narrativa española de posguerra sigue un camino muy parecido al que acabamos de esbozar en la lírica:
Años 50
- Se asiste al florecimiento de la novela social. Al igual que en la poesía, se produce un paso del yo al nosotros: las novelas se centran en los avatares de un conjunto de personajes y no en el conflicto particular de un personaje individual. Se trata de novelas de protagonista colectivo (también llamadas novelas corales). De entre las obras de esta década recordamos La colmena, de Camilo José Cela; El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (obra más representativa del objetivismo narrativo); El camino de Miguel Delibes; o Pequeño teatro, de Ana María Matute.
- Los conflictos sociales son el eje central de muchas de estas novelas, en las que el estilo, con frecuencia, se vuelve deliberadamente coloquial, como forma de acercarse al habla viva.
Años 60
Se produce una superación del realismo. En 1962 se publica Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos, y La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. Con estas obras se inicia una nueva forma de narrativa, mucho más preocupada por los aspectos formales (estilo, cuidado de la estructura, etc.). Además, implica transformaciones en todos sus elementos: acción, personajes, punto de vista, estructura, diálogos, descripciones, tipos de monólogo, etc., que se ven alterados por la adopción de nuevas técnicas que difuminan los límites entre los géneros. Esta línea narrativa también se ha denominado novela experimental. En esta misma corriente, hay que señalar la obra de Juan Goytisolo.