La Poesía de Miguel Hernández: Un Viaje Temático por sus Obras Cumbres

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El Rayo que no Cesa: Amor, Dolor y Destino Trágico

En este poemario, Miguel Hernández despliega una serie de imágenes cortantes e hirientes: carnívoro, cuchillo, espada, cuernos, etc., que traducen la herida de amor del poeta. Todos estos temas quedan resumidos en el verso «Como el toro he nacido para el luto», que funciona como una especie de epifonema. Se establece un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro de lidia, destacando en ambos su destino trágico hacia el dolor y la muerte, su virilidad, su corazón desmesurado, la fiereza, la burla y la pena.

No todos los poemas de El rayo que no cesa son así. Algunos nos hablan de relaciones sexuales plenas, como las que experimentó con la pintora Maruja Mallo, a la cual expresa una entrega servil en el poema «Me llamo barro, aunque Miguel me llamo».

La tragedia de la muerte, el dolor y el amor al amigo y compañero los plasmará en la «Elegía a Ramón Sijé», con versos llenos de imágenes telúricas (referidas a la tierra donde yace su compañero) y a la muerte: golpe helado, empujón brutal.

Viento del Pueblo: Compromiso Social y Voz Colectiva

En su poemario Viento del pueblo (1937), la poesía es ahora un arma de lucha. Se ha producido un desplazamiento del "yo" del poeta hacia los "otros". Así, el viento es la voz del pueblo encarnada en el poeta: «Vientos del pueblo me llevan». Las imágenes de esta etapa se construyen a través de personificaciones y animalizaciones en una visión de espíritu universal:

  • El león y el toro encarnan la fuerza y la valentía.
  • El buey simboliza el pueblo resignado y cobarde que no lucha.

A estas imágenes se unen símbolos del compromiso social que resaltan la dignidad de la lucha de los trabajadores: manos, sudor, sangre, martillos, hoz, jornalero. La esperanza en una España mejor se plasma en el vientre, como signo de maternidad y el hijo futuro (en «Canción del esposo soldado»).

El Hombre Acecha: La Deshumanización de la Guerra

El título El hombre acecha (1939) recuerda la máxima latina «homo homini lupus», atribuida a Plauto y retomada siglos después por Thomas Hobbes: «el hombre es un lobo para el hombre». Nos encontramos con el tema del hombre como fiera y, en consecuencia, colmillos y garras. La fiera (y sus equivalentes: tigre, lobo, chacal, bestia) se convierte en símbolo de la animalización del hombre a causa de la guerra. La sangre, que en El rayo que no cesa significaba deseo, es ahora dolor.

A su vez, en el poema «El tren de los heridos», la muerte viene simbolizada por un tren que no se detiene más que en los hospitales, centros del dolor humano. Hernández cerró este poemario con la «Canción Última», un claro homenaje a Francisco de Quevedo («Miré los muros de la patria mía»), pues en ambos la casa es España.

Cancionero y Romancero de Ausencias: Pérdida, Esperanza y Prisión

Por último, en su obra póstuma Cancionero y Romancero de Ausencias, el poeta abre el poemario con elegías a la muerte de su primer hijo, fallecido en 1938 a los diez meses, evocado con imágenes intangibles: «Ropas con su olor, paños con su aroma, lecho sin calor, sábana de sombra». La esperanza renace con la venida de un nuevo hijo (poema «Alborada de tu vientre»): a él, nacido a principios de 1939, dedica las tristísimas «Nanas de la Cebolla». En ese nuevo hijo queda simbolizada la pervivencia del poeta: «Tu risa me hace libre, me pone alas».

En las sucesivas cárceles que habrá de padecer Miguel Hernández, sigue añorando a su amada (poema «Ausencia de todo veo»), pero la muerte, simbolizada aquí por el mar, como en Jorge Manrique, empieza a ser la única certeza para el poeta: «Esposa, sobre tu esposo / suenen los pasos del mar».

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