Poesía griega arcaica: Fragmentos selectos de Píndaro, Alceo, Safo y Arquíloco

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Fragmentos destacados de la poesía griega arcaica

Píndaro, Nemea IV 1-13

El mejor médico de los esfuerzos distinguidos es la alegría. Y las sabias hijas de las Musas, las melodías, la hechizan tocándola. Ni el agua caliente hace tan blandos los miembros como el elogio que acompaña a la forminge. La palabra pervive durante más tiempo que las obras, cuando con la ayuda de las Gracias, la lengua de las profundidades del espíritu la saca. Sea para mí el disponer de esto como proemio del himno a Zeus Crónida, a Nemea y a la lucha de Timasarco. Que lo acoja de los Eácidas la sede de altas torres, resplandor defensor del extranjero, común a su justicia.

Alceo, 165

Llegaste desde los confines de la tierra con marfileño pomo de tu espada chapado en oro. Luchando con los babilonios llevaste a cabo una gran hazaña, y los libraste de los esfuerzos tras haber matado a un hombre belicoso, a quien faltaba solo un palmo para medir cinco codos reales.

Alcmán, 11

Ven, Musa, Calíope, hija de Zeus, inicia un poema de amor y en el himno pon pasión y gracia a la danza.

Arquíloco, 133 W

Ninguno de entre los ciudadanos es, habiendo muerto, venerable ni ilustre. Los vivientes preferimos más el favor del viviente. Lo peor siempre es para el muerto.

Píndaro, Olímpica VIII 1-10

Oh, madre de los juegos de áurea corona, Olimpia, señora de la verdad, donde los adivinos hacen un juicio de las víctimas flameantes reconociendo por indicios si Zeus, el de brillante rayo, tiene alguna palabra sobre los hombres que buscan en su ánimo a tomar gran gloria y de sus faltas un respiro. Y se lleva a cabo por gracia de la piedad de las súplicas de los hombres. Pero, oh, arbóreo bosque sagrado de Pisa sobre el Alfeo, acepta este cortejo y la coronación.

Safo, 238

Otra vez me arrastra Eros, que afloja los miembros, agridulce, que repta maravilloso. Atis, a ti se te ha hecho odioso el preocuparte por mí y hacia Andrómeda vuelas.

Arquíloco, 12

Alguien de entre los Sayos alardea con mi escudo, que abandoné no queriendo dentro, arma irreprochable, detrás de un matorral. Y salvé mi alma. ¿Qué me importa a mí aquel escudo? ¡Que se vaya! Ahora adquiriré uno no peor.

Safo, 196 1-4

Junto a mí inmediatamente se muestre, suplicante, oh, venerable Hera, tu grata figura, implorada por los ilustres Atridas soberanos.

Alcmán, 7

Y puso tres estaciones: verano e invierno y otoño la tercera, y la cuarta la primavera, cuando florece, pero no hay suficiente pasto.

Arquíloco, 206 (1-4)

Ninguno de los sucesos es inesperado, ni increíble ni maravilloso, cuando Zeus, padre de los Olímpicos, de un mediodía hizo noche, ocultando la luz del sol brillante. Y sobrevino a los hombres un húmedo espanto.

Píndaro, Olímpica X 1-6

Leedme sobre el vencedor olímpico, el hijo de Arquéstrato, en qué parte de mi espíritu está escrito. Pues a él se me olvidó que le debía un dulce canto. Oh, Musa, pero tú y la hija de Zeus, la Verdad, con enderezadora mano, rechazad la falsa censura faltada contra el huésped.

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