Picasso y Velázquez: El Fascinante Diálogo Artístico en Las Meninas
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Picasso y Velázquez: El Fascinante Diálogo Artístico en Las Meninas
Los Inicios de una Obsesión
De joven, cuando viajaba de A Coruña a Málaga, antes de mudarse a Barcelona, Pablo Picasso pasó por Madrid. Allí, su padre lo guio en el Museo del Prado. Tenía solo 14 años, y su padre, con gran entusiasmo, deseaba que se embebiera de la obra de Diego Velázquez, especialmente de Las Meninas.
Con este pintor se mediría Picasso hasta el final de sus días. Esta confrontación artística culminó en su serie de finales de 1957, donde abordó la temática del estudio, su propio estudio, tratado a la manera de Las Meninas.
En esta etapa, Picasso se introduce también en el ámbito del erotismo, representando el acto amoroso con la modelo, evocando cuadros como el de Rafael y la Fornarina en el estudio. Buscaba un objetivo claro: la creación artística conjugada con su potencia sexual y el erotismo.
Antes de volver a Las Meninas y reinterpretar la historia como un artista barroco, Picasso pintó varios cuadros de su estudio.
El Estudio como Escenario: La Californie
El estudio de Picasso en La Californie se encontraba en un rincón de la casa, alejado para no ser molestado ni observado. En este espacio, cuidaba a un búho, símbolo de las artes y las letras, asociado a Minerva. Aunque la paloma es un símbolo popularmente asociado a Picasso por su relación con la paz y la vida, el búho resulta más revelador por las constantes “resurrecciones” o transformaciones en su obra. Como reza el dicho, “el búho de Minerva levanta el vuelo al anochecer”, sugiriendo la sabiduría que emerge al final del día.
En su estudio, Picasso se ocultaba para que nadie lo viera medirse con un dios: su amado maestro Velázquez. Se entregaba a la soledad, donde se encontraba consigo mismo, midiéndose con el más grande. Su estudio, ubicado en el Mediterráneo, lo conectaba con su Málaga natal. Durante este periodo, realizó varias obras con un estilo que recordaba a Matisse.
La Reinterpretación de Las Meninas
Su amigo Jaime Sabartés le regaló una fotografía casi a tamaño natural del cuadro de Velázquez. De ahí que las primeras interpretaciones de Picasso de la obra fueran en colores monocromos, influenciadas por la foto en blanco y negro. Al igual que en obras como Guernica o El Osario, donde también dialoga con otros artistas como Goya, Picasso utiliza el monocromatismo para una primera aproximación.
Posteriormente, los colores volverían a aparecer, llenando el escenario interior de Las Meninas, marcando la eclosión final de su pintura.
Inicialmente, Picasso aborda la obra como una radiografía del cuadro de Velázquez, desentrañando cada detalle de su mirada. Velázquez aparece inmenso, y Picasso sacrifica la verticalidad sagrada que utilizaba en sus primeras épocas parisinas, como en La Vie. En cambio, eleva la figura del pintor en esa verticalidad que suprime en el resto de la obra. Para Picasso, él mismo es el pintor; él es Velázquez.
A lo largo de las variaciones, el espejo se va desdibujando y pierde su capacidad de reflejar. Esto refleja al Picasso republicano, para quien no hay lugar para la majestad del rey, ni para un garante externo de la pintura. Su postura es clara: “Yo soy el rey y no necesito reflejarme en el espejo. Mi obra es el espejo”.
Picasso puebla el espacio con todas sus cosas y fetiches, como jamones colgados de los ganchos que originalmente sostenían las luces. Además, percibe la ausencia de música en la obra original y, en sus versiones, coloca a Pertusato al piano. Esta ausencia le resultaba extraña, considerando que Velázquez era de Sevilla, una ciudad con una rica tradición musical.