El Perspectivismo de Ortega y Gasset: Una Superación del Racionalismo y el Relativismo
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La Doctrina del Punto de Vista
Ortega y Gasset desarrolla la doctrina del punto de vista como una superación de la dicotomía entre el racionalismo y el relativismo en la teoría del conocimiento. El racionalismo sostiene que el conocimiento objetivo es posible y que la realidad existe independientemente del sujeto que conoce, mientras que el relativismo argumenta que el sujeto influye significativamente en el conocimiento, negando la posibilidad de una verdad objetiva. Ortega propone que ambas posturas son insuficientes para comprender la realidad.
El racionalismo lleva al culturalismo, donde la vida está al servicio de la cultura, mientras que el relativismo conduce al vitalismo, donde la cultura está al servicio de la vida.
Ortega sostiene que tanto el racionalismo como el relativismo parten de un mismo error: la creencia en una verdad objetiva independiente del punto de vista del individuo. Propone una tercera vía, la doctrina del punto de vista, que afirma que la realidad solo puede ser comprendida desde la perspectiva o punto de vista particular de cada individuo, determinado por su posición en el universo. Según esta perspectiva, la realidad no es una invención ni algo completamente independiente de la mirada del sujeto, ya que no se puede eliminar el punto de vista. Ortega argumenta que la realidad es múltiple, no existe un único mundo en sí mismo, sino tantos como perspectivas diferentes existen.
El Perspectivismo en "El Tema de Nuestro Tiempo"
En "El Tema de Nuestro Tiempo", Ortega aboga por el perspectivismo, argumentando que el sujeto no es un medio transparente ni idéntico en todos los casos. Destaca que, en la experiencia del conocimiento, se realiza una selección de la información de la totalidad de las cosas. Utiliza ejemplos como la percepción visual y auditiva, donde las limitaciones sensoriales impiden percibir todos los colores y sonidos reales. También menciona la perspectiva espacial, donde un mismo paisaje se percibe de manera diferente desde distintos puntos de vista. Ortega sugiere que cada perspectiva es una parte de la realidad, y ninguna es completa en sí misma. Concluye que la diversidad de perspectivas enriquece nuestra comprensión del mundo.
Conclusiones sobre la Perspectiva
De estos ejemplos se pueden extraer varias conclusiones:
- En primer lugar, que la perspectiva es fundamental para la realidad misma, siendo un componente esencial de esta; no existe una realidad independiente de los sujetos.
- En segundo lugar, cada perspectiva captura una parte de la realidad y solo puede apreciarse desde esa perspectiva específica. Por lo tanto, se destaca la importancia de la diversidad de perspectivas individuales y culturales en la comprensión del mundo.
- Cada individuo, ya sea una persona, un pueblo o una época, representa un punto de vista único sobre el universo, insustituible, ya que lo que cada uno percibe no puede ser visto por nadie más.
- En tercer lugar, la noción de verdad ya no puede entenderse como una verdad universal y objetiva, sino como una verdad particular, vital y humana.
- En cuarto lugar, la verdad total o integral solo puede ser comprendida al sumar todas las perspectivas individuales o verdades parciales.
- Finalmente, más allá de los ejemplos mencionados, esta perspectiva de la realidad no se limita al mundo físico y espacial, sino que se extiende también a dimensiones más abstractas como los valores y las creencias.
Superando el Objetivismo y el Subjetivismo
En conclusión, el perspectivismo permite a nuestro filósofo superar tanto el objetivismo como el subjetivismo. Sin embargo, se requiere una noción de razón capaz de abarcar las dimensiones perspectivistas de la realidad. En este sentido, la razón del racionalismo, que se limita a ser una "razón pura", no es suficiente; en su lugar, se necesita una razón vital e histórica.
El Vitalismo y Nietzsche
El Surgimiento del Vitalismo
A lo largo del siglo XIX, especialmente en la segunda mitad, y posteriormente en el XX, aparece un grupo de filósofos a los que suele agruparse bajo el nombre de “vitalistas”, éstos defienden como punto de partida que la esencia de la realidad es la vida. En general, todos ellos entendieron “vida” no en un sentido puramente mecanicista o biologicista, sino más bien como “vida humana”, es decir, se trata de una cuestión de valores humanos más que de procesos biológicos. El vitalismo surge como reacción a la filosofía hegeliana, principalmente, pero se opone también, en segundo lugar, al positivismo de Comte y al materialismo de Marx.
El Vitalismo Nietzscheano
En el vitalismo nietzscheano, la vida o realidad vivida tiene un carácter móvil, dinámico, en incesante cambio; es puro devenir. Intentar llevar a cabo una comprensión fija, esencial y definitiva de la misma es imposible. De ahí que sólo sea posible hablar de interpretaciones, de “perspectivas” ante la vida. Esta visión de la vida es conceptualizada por Nietzsche a través de la “voluntad de poder” entendida como el impulso de todo lo viviente hacia su superación, como instinto de crecimiento, de duración, de supervivencia. La vida es una fuerza ascendente, puro instinto creador en el que el sacrificio, la muerte y el dolor son parte constitutiva. Y todo ello es sublime, grandioso. Así entendida la vida, no cabe un conocimiento exacto de la misma, sólo interpretaciones, infinitas perspectivas (perspectivismo). Pero todas ellas pueden agruparse en dos perspectivas principales: la de afirmación de la vida, representada por Dionisos, y la de negación de la vida, representada por Cristo. Para Nietzsche, la perspectiva que se ha impuesto en Occidente es la segunda.
La Decadencia de la Cultura Occidental según Nietzsche
El Diagnóstico de Nietzsche
De aquí arrancará el diagnóstico nietzscheano que afirmará la “decadencia” y el pesimismo sobre el futuro de la cultura occidental. Las manifestaciones culturales de nuestra civilización (morales, religiosas, filosóficas, científicas, etc.) estarían teñidas de una actitud antivital. Esta actitud nihilista (antivital) es el resultado de fundar erróneamente ya en su origen todos sus valores. Todo el edificio de la cultura occidental se asienta sobre el platonismo (y teniendo en cuenta que éste, según Nietzsche, se extiende gracias al cristianismo –“un platonismo para el pueblo”-, cabe decir que toda la cultura occidental es cristiana), que inventa un mundo distinto de éste, desde donde se emite todo juicio valorativo sobre lo verdadero, lo bueno y lo bello. Ese otro mundo es planteado como el lugar del ser fijo, estático, inmutable, frente a la apariencia y falsedad del devenir, del cambio permanente manifiesto a los sentidos. Esta separación entre el ser real y el ser aparente es ya un juicio valorativo sobre la vida; inventar otro mundo distinto a éste implica tener recelo contra la vida, una actitud de recelo contra la vida como devenir. En síntesis: se ha impuesto una cultura “decadente”. Se ve en cualquiera de sus manifestaciones pero sobre todo en la religión, con su mundo trascendente y su moral “contra natura”. Las consecuencias de ello es que todos los valores de la cultura occidental no están construidos sobre algo verdadero, sagrado y eterno, sino “sobre aire”, sobre algo tan humano como la debilidad o el resentimiento. Entonces, cuando ello ocurra, cuando se descubra que “Dios ha muerto” (Dios como metáfora de todos esos valores creados a partir de aire), ¿qué le quedará al hombre? Nada, augura Nietzsche, pues el “mundo aparente” había sido desposeído de todo valor. Con la eliminación del “mundo verdadero” eliminamos ambos y entonces desaparece todo sentido y toda finalidad. Se impone el absurdo, el sinsentido, el “nihilismo” en su forma más espantosa.
Las Tres Transformaciones del Espíritu
Y así, Nietzsche nos cuenta en Así habló Zaratustra que hay tres pasos o “transformaciones” metafóricas que todo individuo debería realizar para alcanzar dicho nivel:
- Camello, que simboliza la sumisión a los valores establecidos, la aceptación de los mismos que implica la humillación del propio espíritu.
- León, que representa ahora la lucha por la conquista de la libertad (como si se tratara de capturar una presa).
- Niño, que supone una metáfora de la inocencia y el olvido: inocencia para empezar de nuevo y olvido para hacerlo desde cero. El niño simboliza así la capacidad para crear nuevos valores, la libertad conquistada desde la que se vive sin los determinantes del pasado, los viejos valores. El niño supone ya el superhombre.