El pensamiento político cristiano: de San Agustín a Guillermo de Ockham
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San Agustín de Hipona
Con la figura de San Agustín de Hipona, nos encontramos con un momento de afianzamiento del poder de la Iglesia, dando lugar a un pensamiento político desde Roma y el papado. Esto genera una lectura política que tiene que ver con el papel de la Iglesia y el papado, la visión política de esa Iglesia cristiana, la cual marcará el dogma político de cómo debe ser la política, el gobierno y el Estado, desde que se convierte en una ideología dominante. San Agustín es uno de los principales pensadores o doctores de la Iglesia católica. Su planteamiento gira en torno a las necesidades de la Iglesia del momento, una Iglesia que aún se está configurando en el poder y que necesita resolver lo que para él es el principal conflicto: el que existe entre la Iglesia y el Estado.
San Agustín hablaba de cómo resolver el conflicto entre lo secular y lo divino, cómo se relacionaba lo civil (el Estado) con el poder divino (el de la Iglesia). Intenta resolverlo de forma teórica, ya que la Iglesia no solo es la encarnación del poder divino en la tierra, con el pontificado a la cabeza, sino que también tiene el monopolio de la interpretación de la voluntad de Dios en la tierra. No hay ninguna otra voluntad por encima del Papa. Al mismo tiempo, la Iglesia es poder político y Estado, ya que el papado se configura como un Estado con territorios y fronteras. Funciona como una monarquía medieval absoluta, pudiendo hacer la guerra y conquistando territorios, incluso puede sufrir agresiones. A la Iglesia se le plantean los mismos problemas que a cualquier otra monarquía o Estado de la época.
Ley divina y ley humana
San Agustín plantea la integridad moral cristiana mediante la fusión e integración de la filosofía clásica en la religión. Era un neoplatónico, ya que trasladó las ideas platónicas al cristianismo, consiguiendo así demostrar, mediante estas ideas, la superioridad del Papa. Gracias al dualismo ontológico platónico, San Agustín habla de la ley divina y la ley humana.
Para él, la ley divina debe inspirar a la ley humana. Esta última, como ley del Estado, representa para San Agustín otra dualidad, combinando la tradición o derecho romano con la fe. Todos están obligados a cumplir la ley del Estado, que es una teocracia, ya que desde la visión neoplatónica de San Agustín, la ley humana estaría inspirada en la ley divina, en la fe, en la voluntad de Dios. De esta manera, Dios sería quien marcaría la ley. Para San Agustín, gobernar es facilitar una vida buena y virtuosa, coincidiendo con Platón y Aristóteles. Sin embargo, no se refiere a la areté aristotélica y sus virtudes, ajenas a Dios y puramente humanas; sino que habla de la virtud cristiana. Es decir, tomando como referencia la filosofía clásica, el filósofo habla de que el buen gobernante es aquel que conduce al rebaño hacia la virtud cristiana. Esta es establecida por la Iglesia, ya que es la intérprete de la voluntad de Dios. De esta manera, hay una sustitución de la virtud y la razón humana de la que hablaba Aristóteles, por la virtud cristiana.
Toda ley humana debe responder al criterio de legitimidad de la Iglesia; si no, sería una ley contraria al cristianismo. Así pues, aquellos gobernantes que se alejasen de la virtud cristiana no solo serían malos gobernantes, sino también herejes. De esta forma, quien tiene la potestad de designar quién tiene poder o no es el Papa, haciéndolo mediante la excomunión.
Dualismo
San Agustín armoniza las dos realidades defendiendo que el universo se situaba en dos planos. Expone que está la Civitas Dei, la ciudad de Dios, el Cielo, el plano de la vida eterna, adonde van los buenos cristianos. Pero a su vez, existe otra realidad: la Civitas terrea, la ciudad terrenal, donde vivimos. San Agustín lo relaciona con las dos Jerusalén, la celestial y la terrenal.
Cabe destacar que, en sí, habría tres planos, donde mencionaríamos al Infierno. De esta manera, la virtud cristiana tiene que ver con alejarse del pecado, y el cristianismo asume el Infierno para castigar el pecado. Así, el cristianismo parte de la base de que si no se es buen cristiano, se iría al Infierno, lo cual impulsaba a la persona a obedecer a la autoridad, ya que creían firmemente en el Infierno.
El aparato eclesiástico de las bulas, el redimirse, el perdón de los pecados, aparece en este contexto para perdonar a aquellos que vivían en el pecado. Posteriormente, con la revolución inglesa, se propone la supresión del Infierno, ya que esto era lo que ejercía un control sobre la población. De esta manera, la aspiración máxima era llegar a la Civitas Dei, siendo admirada la figura de los mártires, quienes llegaban a morir por la fe a Dios, ganándose así el Cielo.
En términos generales, para Agustín existiría una República cristiana, donde estaría representada toda la comunidad (todos los cristianos). Esto sería una teocracia, regida por la ley divina (interpretada por la Iglesia) y la ley humana. A la cabeza de la teocracia, nos encontraríamos con el papado, y al frente de cuyo gobierno estarían los gobernantes cristianos. Así, gobernarían mediante el derecho cristiano, legitimado por el papado, la autoridad. De esta manera, aquellos que gobiernan tienen la potestad a través del derecho cristiano legitimado por la Iglesia y el papado.
Para San Agustín, no hay un plano de igualdad entre Iglesia y Estado. La potestad de la Iglesia está por encima del Estado, de forma jerarquizada. Con esto, San Agustín creyó haber solucionado el problema, ya que para él la Iglesia era la que representaba la voluntad de Dios en la tierra. Y esta solución provocó un conflicto permanente entre la Iglesia y el Estado.
La guerra justa
Por otro lado, dentro del esquema de las virtudes políticas, una de las principales virtudes es la idea de la justicia, la distinción entre lo justo y lo injusto, algo fundamental para establecer una correcta comunidad política. Con esto de base, San Agustín se aproxima a la idea de la justicia, diciendo que es una facultad humana y un atributo principal que Dios entregó a los hombres, una inspiración divina.
El criterio de la Iglesia para decir si una guerra es justa o no tiene que ver con dos ideas fundamentales: la justificación de la Iglesia por conquista, y la justificación por defensa. San Agustín dice que quien decide esto es el Papa, quien sancionaría el principio de la guerra justa en cada momento. De esta forma se completa la idea de la autoridad del Papa. Este derecho de conquista fue otorgado por los Papas hasta el siglo XVI, siendo ellos mismos quienes sancionaban de forma internacional los límites fronterizos entre las coronas (Tratado de Alcanovas, Tratado de Tordesillas), funcionando el esquema agustiniano. Tanto San Agustín como Santo Tomás de Aquino son pensadores del orden.
Santo Tomás de Aquino
“Podemos considerar la dignidad y el orden de la política respecto a todas las demás ciencias y prácticas. El Estado es, pues, lo más importante que la razón humana puede construir, pues a él se refieren todas las comunidades humanas”. Tomás de Aquino, Exposición de la Política de Aristóteles.
Contexto histórico
En un contexto donde el cristianismo entra en crisis, hacia los siglos XII, XIII y XIV, aparecen dos elementos importantes a señalar. Por un lado, tenemos una corriente intelectual que nace en el seno de la Iglesia católica: la escolástica, donde uno de sus máximos representantes es Santo Tomás de Aquino. El otro factor es que el cristianismo ha sufrido un gran desgaste debido al conflicto entre la Iglesia y los gobernantes cristianos, ya que el papado no es capaz de imponer su autoridad, por lo que aparecen conflictos, guerras, disidencias, etc., todo ello erosionando y desgastando al cristianismo.
Dentro de esta crisis política que tiene el cristianismo, surgen numerosas visiones críticas que se traducen en movimientos sociales heréticos, en herejías. Básicamente, niegan el poder del papado, denunciando y negando su poder como el monopolio del pensamiento cristiano. Plantean una vuelta a un cristianismo anterior a la teocracia del papado, a un cristianismo original basado en la comunidad, en la asamblea. Además, discuten la autoridad del Papa.
Santo Tomás de Aquino nació en una familia aristocrática en Italia como un segundón, sin estar destinado a heredar el mayorazgo familiar. En vez de optar por la carrera de armas, prefirió dedicarse a la religión. Dedicó su vida a la reflexión y al pensamiento, refugiado en la Abadía de Fossanova, en Italia.
Es el pensador que reintroduce a Aristóteles en el pensamiento político cristiano. Así, recupera el hilo aristotélico, recuperando una nueva racionalidad. Esto es la escolástica: una nueva racionalidad, una nueva manera de aproximarnos y entender el conocimiento. Todo esto tiene que ver con Aristóteles, ya que tiene que ver con la razón humana, con la observación y el empirismo.
La razón humana
Los escolásticos, y con ellos Santo Tomás, hacen una lectura que sitúa de nuevo la tarea de conocer en torno a la razón humana. Se refiere a que las cosas de los hombres, su realidad y la naturaleza del mundo, podemos conocerlas con las propias facultades que nos ha dado Dios, sin utilizar otros medios que no sean nuestra propia inteligencia, y con ella la observación y nuestros sentidos, entre otros.
Es una vuelta limitada del logos, ya que los escolásticos siguen defendiendo que el conocimiento teológico es superior al filosófico, ya que aquello a lo que no encontramos respuesta, puede ser explicado con la fe. De nuevo, aparece un pensamiento secularizado, una razón empírica. Sin la recuperación de la figura de Aristóteles y la razón, no podemos entender el Renacimiento.
De esta manera, surge el tomismo, que aparece a partir del pensamiento de Tomás de Aquino, fusionando razón y fe, conocimiento y dogma. Con todo ello, se pone la política como una construcción humana, no como una inspiración de la voluntad divina. Las leyes, para Santo Tomás, forman parte de la creatividad humana, alejada de la relación que planteaba San Agustín entre ley divina y ley humana.
Pensamiento político
Respecto a la política, Santo Tomás de Aquino intenta separarse de la dogmática teológica y buscar una forma razonada de entender la política dentro del cristianismo, al ser escolástico y entender que la razón es una herramienta para ello. Defiende que la política debe pensarse desde la razón, no desde lo metafísico, como sí creía San Agustín. Para Santo Tomás, el razonamiento es tan importante en la política como en la discusión teológica. Santo Tomás busca volver a retomar el equilibrio entre lo teológico y lo político. Desde este punto de vista, él lo que hace es cristianizar la figura de Aristóteles. Santo Tomás abandona la idea de dualidad, de esa Ciudad de Dios, volviendo a la realidad del mundo y obviando ese doble plano.
Al desear la integración de lo racional y lo dogmático, la filosofía y la teología, surge el problema del poder secular y la autoridad divina. De esta manera se sigue desarrollando el conflicto entre la Iglesia y el Estado. Así, se propuso conciliar la teología cristiana con la racionalidad propuesta por filósofos como Aristóteles. En el heleno, estaba enraizada la virtud política fundamental, donde se buscaba procurar una vida buena y virtuosa. Santo Tomás de Aquino toma esto como referencia a la buena vida cristiana, libre de pecados. Además, toma la idea de que en una ética política la justicia es un elemento clave, donde las leyes justas son las que distinguen un buen gobierno de otro malo, y que son las que otorgan legitimidad para gobernar; en este caso, sitúa en un mismo plano de legitimidades a los príncipes y los papas.
Leyes naturales y leyes humanas
El reconocimiento del papel del Estado y su autoridad distingue la filosofía política de Aquino de la de otros pensadores de la época. Si la justicia es la virtud fundamental, ¿qué lugar ocupan las leyes en la sociedad?
Como cristiano y como teólogo, Santo Tomás no niega la existencia de Dios ni niega la ley divina que rige todo el universo. Esta ley de Dios es la arquitectura divina del universo, siendo fundamentalmente expresión del Todopoderoso. Solo puede tener lugar desde la voluntad de Dios.
Este plan maestro es el que a los humanos les da la ley natural, que es la razón. Son unos principios a partir de los cuales nosotros elaboramos nuestras propias leyes humanas. La ley humana no es una inspiración directa de la ley eterna, sino del hecho natural y razonado que Dios nos ha permitido conocer a través de la razón.
Quien construye y crea las leyes humanas, quien hace que estas estén en sintonía con lo divino, es el Estado. Santo Tomás de Aquino vuelve a colocar el Estado, la política y las leyes de nuevo en el centro de la organización social. Puede haber leyes de la Iglesia que son solo para la Iglesia como institución, sus miembros y la comunidad de la misma; y leyes del Estado, que valen para el conjunto de la sociedad.
La ley natural nos es dada por Dios a través de la razón. Es la inspiración de la ley eterna y proporciona el comportamiento moral y ético, siendo universal. Las leyes humanas (religiosas o seculares) deben guiarse por los principios de la ley natural. Estas leyes rigen nuestros asuntos cotidianos y sirven para que nuestras comunidades funcionen bien.
Además, se explican por el deseo exclusivamente humano de formar comunidades sociales, partiendo desde la idea del animal político de Aristóteles. Así, adapta el objetivo de la vida buena de Aristóteles a la teología cristiana. De esta manera, la misión de la política es desarrollar la moral cristiana tomando la ley natural como reflejo de la sumisión a Dios.
Lo que determina si una forma de gobierno es justa o no son las leyes, el que se esté en armonía con la ley natural. Así, las leyes humanas son esenciales para lograr una sociedad ordenada y civilizada.
Cabe destacar que Santo Tomás está en contra de la democracia, ya que cree que la mayoría de las personas son incapaces de gobernar. De esta manera, defiende la idea de monarquía, del gobierno de uno o de unos pocos.
La guerra justa
Santo Tomás toma el concepto de San Agustín, depurándolo. Para Santo Tomás, la guerra es inevitable muchas veces, pero debe tener unos límites morales. Plantea que a veces es necesario guerrear para conservar el gobierno justo ante la agresión. Defiende que se haga la guerra como elemento defensivo de la cristiandad.
Para él, la guerra debe ser defensiva, no preventiva. Así, la guerra legítima sería aquella que defiende el cristianismo, con una actitud defensiva del gobierno justo, que sería el cristiano. Debe tener una intención legítima, siguiendo la restitución de la paz cristiana; debe presentar la autoridad del soberano, que sería el Estado o gobierno legalmente constituido; y debe tener una causa justa, no puede ser por intereses espurios.
De esta manera y con estos principios laicos, los criterios de la guerra justa siguen existiendo a día de hoy.
En resumen
Sus ideas sobre las leyes humanas y la guerra justa supusieron un cambio radical en el pensamiento político cristiano, ya que desafiaron al poder temporal de la Iglesia católica y su superioridad sobre el imperio.
Guillermo de Ockham
“El bien común se ha de preferir al bien particular. Por eso, al poner Cristo a Pedro al frente de las ovejas, lo que principalmente quiso fue atender a las ovejas, no a Pedro”.
Es el principal representante de la filosofía nominalista. Nació en Inglaterra alrededor de 1284. Fue un sabio franciscano y un reconocido teólogo, lógico y tratadista político, que fue perseguido por el Papa y protegido por el emperador Luis de Baviera. Es representante de la escolástica tardía, siendo contrario al absolutismo teocrático y defensor de la autonomía del Estado. Tenía una visión empírica de la realidad, planteándose que la política no era el simple reflejo de una voluntad divina, sino que tenía que ver con la razón. Desde una visión empírica de la política, nos damos cuenta de que la relación entre religión y Estado, esa interacción entre lo divino y lo humano, ha dado lugar a un mal gobierno, a conflictos, por lo que el poder político teocrático es incapaz, siendo la causa de muchos males, acercándonos más al pecado. Del mismo modo, defiende que el gobierno del papado ha corrompido a la propia Iglesia, alejándola de lo que era el cristianismo al principio. Llegó incluso a compararlos con el Anticristo, al irradiar una imagen de riqueza, lujo y depravación que no se correspondía de ningún modo con lo que era ser cristiano. Todo ello debido a que la imagen del buen cristiano era ser pobre. La Iglesia se ha convertido en una fuente de opresión. De esta manera, aparecían en el propio seno de la Iglesia una serie de ramificaciones cristianas que se oponían a la situación que se estaba dando.