Parménides de Elea: La Vía del Ser y la Razón

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Parménides de Elea (515-440 a.C.)

Se sabe poco acerca de su vida. De él nos ha llegado una obra, un poema del que tenemos la introducción completa, una gran parte de textos de la primera parte y muy pocos de la última parte.

La Introducción del Poema

En la introducción al poema, Parménides se presenta a sí mismo marchando en una carroza tirada por unos caballos alados que, venciendo enormes dificultades, llega hasta el templo de la diosa Justicia. Allí la diosa le recibe, y para premiar su esfuerzo (porque esto supone en el poeta un deseo de conocer la verdad), la diosa le dice que va a desvelarle la verdad.

Las Dos Vías de la Verdad

La primera parte es el contenido fundamental de la revelación. La diosa le dice a Parménides que hay dos vías de la verdad (del conocer):

  • La vía del ser.
  • La vía del no-ser.

La vía del no-ser es impracticable, pues "lo mismo es el pensar que el ser", por lo que el no-ser no puede ser ni pensado ni dicho; en consecuencia, no queda más que la vía del ser. Aparte de estas dos vías, señala una tercera vía: la del ser y no-ser, la vía de los sentidos. Pero esta vía, que es la del común de los mortales, es la vía de la opinión; esta vía nos llevaría a tener opiniones pero no certezas, por tanto, tampoco es la vía de la verdad. De ello se deduce que solo debemos seguir la vía del ser, la de la razón.

El Ser según Parménides

Todo su pensamiento se funda en un principio fundamental: el ser es, tiene existencia; el no ser no es. Al aplicar la deducción lógica al concepto de “Ser”, llega a la conclusión de que el movimiento y la pluralidad son imposibles e irracionales. El Ser es... inmóvil, unitario, eterno, indivisible, homogéneo, compacto, esférico, inengendrado e indestructible.

La Razón sobre los Sentidos

Las exigencias racionales, derivadas del principio lógico de identidad y no contradicción, le llevarán a declarar irracionales e ininteligibles el movimiento y la pluralidad, rechazando así el testimonio de los sentidos. Al afirmar lo permanente, elimina lo cambiante; al afirmar lo unitario, elimina la pluralidad que nos ofrecen los sentidos, sacrificando así el conocimiento sensible en favor de la razón.

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