Paleolítico y Neolítico en la Península Ibérica: Evolución y Características
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Paleolítico y Neolítico en la Península Ibérica: Un Viaje a Través del Tiempo
El Paleolítico: La Era de la Piedra Antigua
El Paleolítico (del griego palaiós, 'antiguo', y lithos, 'piedra', que significa etimológicamente 'piedra antigua'), en referencia a los primeros útiles de piedra tallados para cortar y preparar pieles, abarca desde hace aproximadamente 800.000 años hasta cerca del 5.000 a.C. Durante este periodo, los seres humanos vivían en grupos nómadas reducidos, ubicándose en márgenes de ríos, cuevas o chozas debido a las condiciones climáticas desfavorables. Aprovechaban los recursos naturales mediante la caza, la pesca y la recolección de frutos, configurando una economía depredadora. Además, el dominio del fuego fue crucial para la cocción de alimentos.
La organización social era colectiva, con individuos viviendo en hordas de 20 a 30 personas sin una jerarquización social diferenciada. Surgieron creencias relacionadas con el culto a los muertos, evidenciadas en rituales funerarios y en el arte mobiliario y rupestre, como el hallado en las Cuevas de Altamira.
El Neolítico: La Revolución de la Piedra Nueva
Posteriormente, nos encontramos con el Neolítico (de néos, 'nuevo', y lithos, 'piedra', aludiendo a la aparición de la piedra pulimentada), que en la Península Ibérica se inicia alrededor del 5.000 a.C. En esta etapa, el hombre se vuelve sedentario, construyendo poblados con adobe, piedra o madera. Este sedentarismo está marcado por el desarrollo de una economía productora, gracias a la aparición de la agricultura, con los primeros cereales cultivados, lo que conlleva la invención de útiles para labrar la tierra y moler el grano, así como de la cerámica para cocinar y almacenar alimentos. También se desarrolla la ganadería, con la domesticación de especies como la cabra, la oveja o el caballo, aprovechando sus pieles, carne y capacidad de transporte. La pesca también jugó un papel importante.
Los grupos sociales se hicieron más numerosos y estratificados, apareciendo los primeros clanes o tribus. El trueque surgió como respuesta a la abundancia de productos. En este periodo, las manifestaciones religiosas rindieron culto a la fecundidad, y el arte rupestre levantino se convirtió en una forma destacada de expresión artística.
La Romanización de la Península Ibérica: Integración en el Mundo Romano
La romanización se define como la integración plena de una sociedad, en este caso la hispana, en el conjunto del mundo romano, abarcando aspectos como la economía, la cultura, la sociedad y la religión. Este largo proceso comenzó en la Península Ibérica en el siglo III a.C. y se extendió hasta la decadencia de Roma en el siglo V d.C.
Elementos Clave de la Romanización
Varios elementos fueron fundamentales para la romanización:
- El latín: Se impuso como lengua común y dio lugar a las posteriores lenguas romances.
- El derecho romano: Un conjunto de normas que regulaban las relaciones sociales mediante leyes.
- La religión: Inicialmente politeísta y, posteriormente, cristiana a partir del siglo I, difundida por el Imperio e Hispania.
- La concesión de la ciudadanía romana: Otorgaba a los indígenas derechos y privilegios civiles y políticos, como el acceso a la propiedad, la familia y el derecho al voto.
La Vida en las Ciudades Romanas
Gran parte de la vida se desarrolló en las ciudades, como Hispalis o Itálica, que se convirtieron en la base de la organización jurídica, administrativa y fiscal. Los ciudadanos disfrutaban de una vida cómoda gracias a las numerosas obras públicas, concebidas bajo los principios de la arquitectura y el arte romano, utilizando elementos como el arco, la bóveda y el ladrillo.
Ejemplos de estas obras incluyen:
- Edificios públicos y espacios de ocio: Como el templo situado en el foro, el teatro y el anfiteatro, donde se realizaban batallas de gladiadores.
- Obras de ingeniería: Como las vías militares (Vía de la Plata), un sistema de calzadas para el desplazamiento de tropas y el establecimiento de rutas comerciales entre oriente y occidente; puentes (Alcántara); y acueductos (Segovia), para transportar agua a las casas.
Todos estos elementos fueron clave para transmitir la tradición artística, servir como espacios lúdicos y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.