El Padre y el Espíritu Santo: Pilares de la Fe Cristiana

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El Padre: Dios Creador

El Credo presenta al Padre como el creador del cielo y de la tierra, de lo visible y lo invisible, es decir, de todo lo que existe. Al ser creador y haber hecho que exista todo, es también todopoderoso, ya que solo él tiene la capacidad de hacer que algo que no existía pueda existir. Además, Dios es amor, ya que todo lo que crea lo hace por puro amor. Y Dios también es providente porque, además de crear todo y darle existencia, lo cuida; Dios provee a la creación y a sus criaturas de todo lo que necesitan.

Hay personas que, para defender que Dios es totalmente distinto del mundo y superior a él, han afirmado que Dios es como un fabricante de relojes: una vez que fabrica un reloj y lo pone en funcionamiento, ya no se ocupa de él. Pero los cristianos creen que Dios, además de 'poner en marcha' el mundo y hacerlo funcionar con sus leyes, cuida del mundo y de las criaturas que viven en él. Por lo tanto, Dios no es un Dios lejano a las personas, sino un Dios que se preocupa de los seres humanos y cuida de ellos.

El profeta Oseas lo afirmó cuando escribió: "Con lazos de ternura, con vínculos de amor, los atraje hacia mí; fui para ellos como quien levanta a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer". Estas palabras del profeta explican que Dios se ocupa de las personas, igual que un padre o una madre se preocupa de sus hijos. Dios es Padre porque es fuente de la vida. Ha dado la vida a todo lo que existe y es quien da vida y quiere la vida de sus criaturas, cuida de ellas y las protege.

El Espíritu Santo: Dios Santificador

El Credo presenta al Espíritu Santo como el Señor y dador de vida. Esto significa que el Espíritu lleva a la plenitud la vida que Dios ha transmitido a las personas al crearlas. Los cristianos creen que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso, además de la vida biológica, la persona también puede tener una vida en Dios. El Espíritu Santo es quien hace crecer esta vida divina, con la que las personas crecen y viven como hijas de Dios.

Jesús prometió a los discípulos que enviaría el Espíritu Santo para que les acompañara en todo momento. Entonces, el Espíritu Santo se manifestó como una fuerza que guio la vida de Jesús y de los creyentes. Hoy día, sigue actuando en la Iglesia para que las personas puedan unirse, cada vez más, a Dios.

El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que, el día de Pentecostés, los apóstoles recibieron el Espíritu Santo. Desde ese momento, los apóstoles pasaron del miedo y de estar escondidos a anunciar el mensaje de Jesús abiertamente y con valentía. El Espíritu fue la fuerza que les impulsó a evangelizar y les ayudó a superar el miedo que padecían por las persecuciones que sufrieron. El Espíritu dirigía a los apóstoles en la tarea de anunciar la resurrección de Jesús y de crear nuevas comunidades. Por eso, el Espíritu Santo es el guía de la Iglesia, que la ha acompañado a lo largo de la historia para mostrar a los creyentes lo que quiere Dios de ellos.

Desde antiguo, la Iglesia ha descrito el Espíritu Santo como la fuerza del amor de Dios que une a los creyentes con su creador para mantener una relación personal y, así, alcanzar la felicidad.

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