Orígenes de las Revoluciones Hispanoamericanas
El ciclo de las revoluciones
Hacia fines del siglo XVIII se inicia en Europa un período caracterizado por una serie de revoluciones que buscan terminar con el orden establecido. El desarrollo del pensamiento crítico y racional impulsó los cambios políticos y sociales que se produjeron en Europa hasta bien entrado el siglo XIX. Los ideales de libertad e igualdad se difundieron en 1789 por toda Europa. Duró casi sesenta años en que los países europeos sufrieron profundos cambios.
La crisis de los imperios ibéricos
Las reformas aplicadas en América a mediados del siglo XVIII intentaron reducir parte de la autonomía de la que gozaban los reinos americanos y centralizar el poder en la metrópoli imperial. Los reinos comenzaron a ser tratados como colonias, como territorio que debía ser utilizado para aprovechar y explotar los recursos económicos. En algunos casos, los americanos respondieron a través de rebeliones. Sus protagonistas buscaban mantener sus privilegios y autonomía.
La situación europea
Atravesaba un momento difícil. La Revolución Norteamericana y luego la Revolución Francesa fueron modificando las alianzas internacionales e Inglaterra aumentaba su poder sobre los mares y amenazaba así los dominios coloniales de otras potencias. Después de la Revolución Francesa, España se mantuvo aliada de Francia. En la Batalla de Trafalgar, la armada británica derrotó a la franco-española y el comercio ultramarino quedó bajo control inglés. Esto produjo una grave amenaza para el debilitado sistema de monopolio comercial español. El hecho decisivo que marcó un cambio de rumbo en el dominio colonial español fue la invasión napoleónica a la península ibérica. Con el pretexto de atacar Portugal ante la amenaza de una alianza con Inglaterra, Napoleón penetró con su ejército en España. Allí forzó la abdicación de Carlos IV a favor de su hijo, Fernando VII, quien a su vez abdicó y permitió la coronación de José Bonaparte, hermano de Napoleón.
La crisis de la monarquía hispánica y las reacciones en la península
Cuando Fernando VII quedó cautivo de Napoleón, las principales ciudades españolas se levantaron contra la ocupación francesa. El fenómeno conocido como juntismo, organismos que asumían la soberanía del rey "en depósito": tutelaba los derechos del monarca y resistían a través de las armas a Napoleón. Para coordinar las acciones se creó en Aranjuez, en septiembre de 1808, la Junta Central Gubernativa del reino. Las victorias de Bonaparte provocaron la disolución de la Junta Central y obligaron a sus miembros a trasladarse a Cádiz y a conformar un Consejo de Regencia a principios de 1810. Sancionaron la Constitución de 1812, de carácter liberal. Esta fue conocida como Constitución de Cádiz. El rey volvería al trono recién a principios del año 1814.
La reacción americana frente a la crisis
Para los territorios americanos, la crisis de la Corona española abría varias alternativas: aceptar el dominio de José Bonaparte, jurar lealtad al Consejo de Regencia, jurar obediencia a Carlota Joaquina, buscar mayor margen de autogobierno dentro del imperio o declarar la independencia. Esta última alternativa fue, en un principio, la que tuvo menos adeptos en América. La situación se había vuelto más compleja en 1810, cuando la Junta Central fue reemplazada por el Consejo de Regencia, lo que desató la formación de juntas americanas que invocaron lealtad al rey cautivo. La América española se dividió en dos grandes zonas: una leal a las autoridades peninsulares, que participaron de las Cortes y aplicaron la Constitución de 1812 (México, Perú, parte de Nueva Granada y de Venezuela), y una insurgente, que se negó a aceptarla (Río de la Plata y parte de Venezuela y de Nueva Granada).