Los Orígenes de la Literatura Fantástica: Mito y Creación
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Los Orígenes de la Literatura Fantástica
Siglo XVIII: El Inicio de lo Fantástico
Los orígenes de la literatura fantástica, como género distinto del realismo convencional en la literatura occidental, se remontan al siglo XVIII. Novelas góticas como El castillo de Otranto (1764) de Horace Walpole y Los misterios de Udolfo (1794) de Ann Radcliffe comenzaron a explorar temas extravagantes y sobrenaturales que influirían en escritores posteriores.
Otras fuentes de inspiración fueron las baladas medievales, la traducción de Las mil y una noches al francés por Antoine Galland (1704-1717), y los estudios sobre el folclore y las leyendas europeas.
Temas Clásicos de la Literatura Fantástica
Los temas clásicos de la literatura fantástica, desarrollados desde el siglo XVIII hasta la actualidad, incluyen:
- La aparición del Doppelgänger (véase Fantasma)
- Los mundos paralelos
- Los pactos con el diablo
- Las historias alternativas
- Las búsquedas mágicas
- La realidad invadida por sueños o hechizos monstruosos
Obras Maestras Tempranas
Entre las primeras obras maestras de la literatura fantástica se encuentran:
- La fantasía oriental Vathek (1786) de William Beckford
- Los relatos dentro del relato de El manuscrito encontrado en Zaragoza (1804-1814) del aristócrata polaco Jan Potocki
- Las colecciones de cuentos publicadas por el alemán E. T. A. Hoffmann en las primeras décadas del siglo XIX
El Mito
¿Qué es un Mito?
Un mito es un relato tradicional que narra acontecimientos prodigiosos, protagonizados por seres sobrenaturales o extraordinarios, como dioses, semidioses, héroes o monstruos.
El Mito Romano de la Creación
Antes del mar, de la tierra y del cielo, la naturaleza era un caos: una masa tosca y desordenada, un peso inerte de gérmenes discordantes. No había luz, ni tierra estable, ni mar navegable, ni aire respirable. En este caos primordial, los elementos luchaban entre sí: lo frío contra lo caliente, lo húmedo contra lo seco, lo blando contra lo duro, lo pesado contra lo ligero.
Un dios, o la naturaleza misma, intervino para poner orden. Separó la tierra del cielo, las aguas de la tierra, y el cielo del aire. Dispuso los elementos en armonía: el fuego en lo alto, el aire debajo, la tierra más abajo y el agua rodeándola. La tierra tomó forma esférica, los mares se extendieron, se crearon ríos y lagos. Surgieron campos, valles, bosques y montañas.
El mundo se dividió en zonas climáticas: una central tórrida, dos frías y dos templadas. En el aire, se colocaron las nubes, los truenos, los relámpagos y los vientos, cada uno con su dominio. El Euro en el este, el Céfiro en el oeste, Bóreas en el norte y Austro en el sur.
Por encima de todo, se situó el éter puro. Entonces, los astros brillaron en el firmamento. Cada región se pobló con seres vivos: los astros y los dioses en el cielo, los peces en el agua, las fieras en la tierra y las aves en el aire.
Finalmente, se creó al hombre, un ser superior, con una mente capaz de comprender el mundo. Se le dio un rostro erguido para contemplar el cielo y las estrellas. Así, la tierra, antes informe, se llenó de seres humanos.