El Origen del Estado según Aristóteles: Un Análisis Filosófico

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Aristóteles nace en Estagira, Macedonia, en el año 384 a.C. Era hijo de Nicómaco, médico de la corte macedónica, de quien muy probablemente heredó su interés por la observación y su carácter científico. Tras la muerte de éste, Aristóteles, siendo solo un adolescente, se trasladó a Atenas para ingresar en la Academia platónica, donde pasó 20 años de su vida como alumno y, posteriormente, como profesor. La influencia de su maestro, el de espaldas anchas, marcará en gran medida todo su pensamiento, que pivotará en torno a los problemas ya planteados por su mentor. No obstante, tras el fallecimiento de Platón, el abandono de la Academia y la fundación de su propia escuela, el Liceo, su pensamiento mostrará un carácter propio plenamente consolidado de tintes realistas y marcadamente crítico con su admirado preceptor. Es precisamente en este contexto donde se encuadra la obra ante la que nos encontramos, La Política; una serie de libros en donde analiza temas como la esclavitud, la administración doméstica, la democracia, el Estado o la educación. En este caso, nos encontramos con un fragmento en el que Aristóteles nos habla del origen del estado.

La Teleología en la Política Aristotélica

En primer lugar, expone la idea de que toda comunidad tiende por naturaleza a un fin que le es propio, lo cual remarca el carácter teleológico que recorre toda su filosofía, incluida como vemos, la política. Es decir, al igual que el hombre en el ámbito de la ética debe alcanzar su bien supremo (eudaimonia) en la actividad constante del alma conforme a su excelencia (areté) característica, la racionalidad, o la semilla su actualización más perfecta con respeto a su naturaleza, el árbol frondoso, toda comunidad tenderá igualmente a lograr su perfección conforme a su fin propio.

La Comunidad Cívica y el Bien Superior

La segunda idea que plantea Aristóteles es que los fines de cada una de las comunidades que componen la ciudad quedan subordinadas al bien superior que será precisamente el bien de la “comunidad cívica”, hacia el cual las demás agrupaciones tienden. Se trata, por tanto, de un planteamiento organicista en el que los fines de las partes, esto es, la familia o la aldea, quedan supeditados al de la comunidad propiamente autárquica, la polis. Pero debemos entender, por un lado, que la subordinación de las partes al todo debe concebirse en el mismo sentido en el que un pulmón debe subordinase a los dictados del cuerpo en su conjunto. Es decir, en tanto que cada órgano tiene su función con miras al organismo, pero a su vez, el organismo necesita de cada órgano para vivir y, por otro lado, debemos entender la autarquía no como la mera consecución de bienes materiales, que podrían ser producidos por las aldeas, sino en tanto que sólo en la ciudad el hombre es plenamente autosuficiente; pues es en este espacio donde único alcanza su plenitud moral e intelectual.

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