La Oratoria Romana: Historia, Técnicas y Grandes Oradores
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1. La Oratoria Romana
Entre los romanos, el enseñamiento superior se impartía en las escuelas de Retórica. El rhetor enseñaba a los discípulos la técnica oratoria, y los alumnos componían, memorizaban y recitaban discursos sobre temas ficticios. El maestro corregía la pronunciación, el tono de voz, los gestos y todos aquellos defectos que observaba. Estos ejercicios escolares recibían el nombre de suasoriae y controversiae.
Los suasoriae eran consultas imaginarias hechas por personajes famosos que tenían que explicar las razones que los llevaban a tomar una decisión en un momento determinado. Los controversiae, en cambio, eran prácticas oratorias destinadas a alumnos más avanzados y tenían generalmente un conjunto jurídico. Además, su formación se completaba en el foro, donde tenían ocasión de escuchar los discursos de los oradores famosos.
Los romanos sentían auténtico entusiasmo por la oratoria. Cicerón opina que el perfecto orador tiene que ser una combinación de tres factores: disposición natural, cultura profunda y conocimientos de la técnica del discurso. Esta técnica se expone ampliamente en el De oratore y abarca cinco puntos fundamentales: Inventio, Dispositio, Elocutio, Memoria, Actio.
Quintiliano insiste en esta idea, al decir que la Retórica es la “ciencia del hablar bien”. El orador, en efecto, no tiene que hacer uso de su elocuencia en la defensa de causas moralmente reprobables. Solo un hombre honrado puede ser realmente un “buen” orador.
2. Géneros del Discurso
La antigua retórica establece varias clases de oratoria:
- Discurso judicial: Puede asumir dos funciones principales: la acusación y la defensa. Mediante este se trata de influir en la sentencia sobre un hecho ocurrido y ahora sometido a juicio.
- Discurso deliberativo, o parlamentario y político: Se pronuncia en aquellos órganos en los cuales son debatidas las decisiones de una comunidad.
El discurso deliberativo comprende las siguientes partes: Exordium, Narratio, Argumentatio (a) Probatio, (b) Refutatio, Peroratio.
3. La Oratoria Antes de Cicerón
La oratoria romana anterior al siglo II a. de C. nos resulta prácticamente desconocida. Entre los siglos III y II a. de C. nos queda algún testimonio de discurso realmente pronunciado, discursos pertenecientes al género de las laudationes funebres, discursos que solían pronunciar en los funerales las personas más próximas al difunto. Entre estos oradores destacan Quinto Fabio Máximo, Quinto Cecilio Metelo y Lucio Emilio Paulo.
Escipión Emiliano y su círculo representan la influencia de la cultura griega en Roma. Su oratoria es fina y elegante y en los fragmentos que se conservan destaca el tono moralizante.
4. La Época de Cicerón
Los problemas sociales y políticos se acentuaron en el siglo I a. de C. hasta culminar en la desaparición de la república. Estos problemas dieron paso a un fuerte desarrollo de la elocuencia hasta llegar al punto de considerar que un discurso es una obra de arte que tiene sus reglas y merece ser publicado como cualquier obra literaria.
Quinto Hortensio, máxima estrella del foro romano hasta que fue eclipsado por Cicerón, es el mayor representante de la escuela asiática.
Cicerón representa lo mejor del asianismo y del aticismo. Su talento oratorio es tal que él solo forma una escuela. Su expresión es ornamental o desnuda, ajustándose a lo que exigen las circunstancias. Vive a mitad del siglo final de la república, época de grandes convulsiones internas.
Discursos:
Cicerón, excelente conocedor del derecho civil, intervino en procesos de diverso tipo y pronunció numerosos discursos forenses, discursos políticos, discursos “consulares” (pronunciados siendo él cónsul), discursos del “retorno del destierro”. También son suyas las Filípicas, catorce discursos violentos, reales o ficticios, contra Marco Antonio.
Obras Retóricas:
Tres son las principales en las cuales nos dice cómo se forma un orador y cómo se compone un discurso: Brutus, De oratore y Orator.
5. La Oratoria Después de Cicerón
A partir de Augusto, desaparecen las condiciones que habían producido el auge de la oratoria y en consecuencia los grandes oradores. El motivo fue la desaparición de la libertad política. La elocuencia se retiró del foro al interior de las escuelas y se convirtió en simple “declamatio”.
Quintiliano acudió a Roma para ganarse un nombre como abogado y para abrir una escuela de retórica y pronto consiguió tanto prestigio que el emperador Vespasiano lo nombró maestro oficial de este arte.