El Ocaso de la Democracia: Causas de la Crisis Política en la Europa de Entreguerras

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Contexto: El auge y caída de la democracia tras la Primera Guerra Mundial

El final de la Primera Guerra Mundial debería haber supuesto el triunfo de la democracia o la sustitución del liberalismo político por un sistema democrático, donde los Parlamentos y la opinión pública ejercieran su capacidad de controlar el poder. Entre 1918 y 1920, se crearon en Europa, a partir de los imperios derrotados, numerosos Estados dotados de constituciones democráticas. En ese momento, había aproximadamente 35 gobiernos constitucionales de 64 posibles; veinte años más tarde, quedaban menos de una docena. ¿Por qué retrocedió la democracia? Las razones deben buscarse en la modificación de la estructura social y las normas que regían la actividad política.

Uno de los principales indicadores del difícil tránsito del liberalismo hacia la democracia se encuentra en el curso que siguió el parlamentarismo. La existencia de regímenes políticos fundamentados en el control del poder ejecutivo por parte del Parlamento se había consolidado en Europa occidental y América durante el siglo XIX. Sin embargo, en estos sistemas políticos, donde la burguesía y la nobleza ejercían la supremacía política, las masas obreras y campesinas quedaban al margen de la vida política. Esto cambió al finalizar la Primera Guerra Mundial (IGM), con la generalización de las democracias y el cuestionamiento del parlamentarismo liberal. Las causas que explican la crisis del parlamentarismo son varias, pero todas derivan, en gran medida, del conflicto bélico.

Razones de la crisis del liberalismo y las democracias (1918-1939)

Ampliación de la base social y crisis de representación

En primer lugar, esta crisis se explica por la ampliación de las bases sociales de la representación parlamentaria y de la participación política. El sufragio censitario fue sustituido por el sufragio universal, y las masas accedieron a la participación política. Los partidos dejaron de ser meros clubes de notables o federaciones para convertirse en partidos de masas (como los partidos socialistas y obreros). Esto supuso para los partidos tradicionales, generalmente vinculados a sectores de la burguesía, una creciente dificultad para adecuarse a las nuevas reglas del juego. Estas reglas no fueron aceptadas de forma pacífica ni generalizada, lo que generó tensiones y debilitó la posición de la burguesía tradicional.

Desprestigio del parlamentarismo y emergencia del corporativismo

Un segundo elemento de la crisis de las democracias de entreguerras fue el mal uso que se hizo de las prácticas parlamentarias, lo que propició que se recurriera de modo cada vez más frecuente a vías no parlamentarias para la resolución de los problemas sociales y políticos. Surge así el corporativismo, que consiste en el desplazamiento del principal poder de decisión desde los representantes elegidos (Parlamentos) hacia las fuerzas organizadas de la vida económica y social (sindicatos obreros, organizaciones patronales y ligas de intereses). Esto generó una notable inestabilidad política, manifestada en la abundancia de elecciones y los frecuentes cambios de gobierno. Los Parlamentos estaban deslegitimados y carecían de respaldo suficiente.

Esta nueva capacidad de mediación tuvo dos efectos complementarios:

  • Por una parte, reforzó el papel de los sindicatos, que experimentaron una gran expansión desde finales de la guerra.
  • Por otra parte, puso aún más de manifiesto la separación entre los sectores sociales organizados (capaces de hacer frente a la inflación y la crisis económica posterior a la guerra) y los «perdedores no organizados» (en general, las clases medias), quienes desarrollaron una gran hostilidad hacia el liberalismo y el parlamentarismo, a los que hacían responsables de su precaria situación.

Inestabilidad en los nuevos Estados y legado de la guerra

Un tercer elemento reside en el propio mapa político surgido de la posguerra. Las democracias más estables correspondieron a países vencedores o neutrales, mientras que la mayor fragilidad se observó en el seno de los países derrotados. Esta debilidad en los Estados surgidos de los imperios centrales (como Alemania, Austria-Hungría o el Imperio Otomano) derivaba, en parte, de la ausencia de una sólida tradición democrática y constitucional previa, así como de la enorme brecha social existente entre las clases dominantes tradicionales y las masas campesinas u obreras.

A esto hay que añadir la enorme heterogeneidad étnica, lingüística y religiosa que caracterizaba a muchos de estos nuevos Estados. La necesidad de establecer economías nacionales y administraciones funcionales sobre territorios desarrollados de forma muy desigual fue un problema decisivo para la mayoría de los países de la Europa oriental y balcánica. Además, la diversidad étnica propició la aparición de movimientos nacionalistas y conflictos entre minorías, lo que contribuía decisivamente a debilitar los frágiles sistemas políticos establecidos a partir de 1918.

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