Obras Maestras de Velázquez: Análisis y Contexto Histórico-Artístico
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La Fragua de Vulcano
Pintada durante su viaje a Italia, donde conoció obras renacentistas y del primer barroco. El cuadro representa el momento en que el dios Apolo entra en el taller de herrería del dios Vulcano y le cuenta que su esposa Venus le es infiel con Marte, ante la sorpresa de los cíclopes que trabajan con Vulcano. El tema tiene un tratamiento, en general, naturalista, representando el ambiente de una fragua del siglo XVII, donde se está creando una armadura de esa época. Continúa utilizando los colores terrosos y los juegos de luces y sombras, pero abandona el tenebrismo. Destaca el estudio anatómico de los personajes, al que ayuda la luz y el tratamiento de la profundidad.
La Rendición de Breda
Representa una victoria española en la guerra de los Países Bajos, ocurrida diez años antes. Después de un largo asedio, el gobernador holandés Justino de Nassau rinde la ciudad de Breda a los tercios españoles de Felipe IV, con actitudes caballerescas y elegantes de los protagonistas, aunque con los dos ejércitos diferenciados. Crea una composición en aspa, cuyo centro es la llave de la ciudad rendida, destacada sobre un fondo luminoso. La composición se cierra lateralmente, por un lado, con un caballo en escorzo. Algunos personajes miran al espectador. Técnicamente, desaparece el tenebrismo y aparece claramente la perspectiva aérea, con fondos azulados y objetos del fondo poco definidos. Las lanzas ayudan a crear perspectiva de profundidad. Los colores cambian con respecto a obras anteriores, predominando los fríos, y el color gana importancia frente al dibujo.
El Bufón Don Pablos de Valladolid
Velázquez no solo retrató a la familia real y al gobierno. Con realismo y humanidad, retrató muchas veces a los bufones que divertían a los miembros de la corte. En este caso, es el conocido don Pablos de Valladolid, medio actor, medio perturbado. Velázquez lo retrata en actitud de declarar, en una pose cómica y seria, vestido de negro sobre fondo neutro. Velázquez consigue recrear el carácter del personaje y dar impresión de volumen y profundidad con muy pocos elementos: una gama reducida de colores sin fondo y sugiriendo perspectiva mediante la sombra del retratado.
Venus del Espejo
Es un encargo de una aristócrata madrileña. Es el único desnudo conocido de Velázquez, que conocía y admiraba las representaciones de Tiziano y otros artistas de la figura de Venus. Pero, en el ambiente de la España del XVII, no se atreve a un desnudo frontal y utiliza una composición en que Cupido sostiene el espejo en el que se peina Venus, para que Venus dé la espalda al espectador, aunque, de todos modos, la escena aparece cargada de sensualidad. Destaca la capacidad de Velázquez para crear cierta perspectiva aérea en una escena de interior.
Las Meninas
Es un óleo de gran tamaño con figuras a tamaño natural, conservado en el Prado, y que se considera la obra cumbre de Velázquez y de la pintura barroca española. Es un retrato de grupo con una composición muy compleja. En el primer término, aparece un grupo cuyo centro lo ocupa la infanta Margarita, hija del rey Felipe IV. La Infanta irrumpe en la habitación de Palacio que Velázquez utiliza como estudio, acompañada de dos nobles, Agustina Sarmiento e Isabel de Velasco. En esta habitación, se supone que Velázquez está pintando a los Reyes, Felipe IV y Mariana de Austria, situados en el lugar del espectador y que aparecen reflejados en el espejo del fondo. Con la Infanta y las Meninas, aparecen dos bufones enanos de la Infanta y un tranquilo perro mastín. Enseguida, Velázquez se retrata a sí mismo con el uniforme de la orden militar de Santiago, en la que solo conseguirá entrar años más tarde, tras un largo pleito para demostrar que su trabajo era un arte noble y no una artesanía que se vendía por dinero. Detrás del grupo de la Infanta, aparece la camarera mayor de Palacio hablando con el ayo de la Infanta. Al fondo, además del espejo que refleja a los Reyes, aparece en las escaleras de la puerta el aposentador de Palacio, José Nieto, convertido en el punto de fuga del cuadro. Se crea un curioso cruce de miradas, en el que Velázquez y varios personajes del cuadro nos miran, mientras nosotros los miramos a ellos. La luz es muy variable según las zonas: es intensa en el primer término y va disminuyendo magistralmente hacia el fondo, pero allí, la puerta abierta crea otro potente foco. Resulta magnífico el tratamiento del espacio, creando un admirable efecto de profundidad, tanto con un juego de diversas líneas que crean perspectiva lineal como con perspectiva aérea, difuminando los contornos de los objetos y personas al alejarse del primer plano. La pincelada y el dibujo son muy precisos en el primer plano y se van haciendo más difusos al alejarse, con pinceladas más largas y estiradas. En el empleo de colores, predominan los ocres y grises, pero rompe la monotonía con toques de rojo en los adornos y empleando toques de blanco de plomo muy luminoso en vestidos y adornos para conseguir reflejos llamativos. Estamos ante una de las obras más admirables e imitadas de la pintura mundial.