Obras Maestras del Renacimiento: Templete, Piedad y David
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Templete de San Pietro in Montorio
El Templete de San Pietro in Montorio es una obra encargada por los Reyes Católicos para conmemorar la Toma de Granada en 1492, levantándose en el lugar donde según la tradición fue martirizado San Pedro. Esta obra se considera el manifiesto de la arquitectura del clasicismo renacentista, dada su pureza de líneas y austeridad decorativa. El templete fue realizado en granito, mármol y travertino, con acabados de estuco y revoco.
La edificación es de planta circular e imita a los martyria orientales, pues de hecho es un martyrium. Dispone de una columnata que envuelve a la cella, cubierta por una cúpula semiesférica. Esta columnata conforma un peristilo. También hay una clara referencia a la cultura griega en la forma circular, como un tholos griego.
El templete se erige sobre una escalinata seguida de un corto podio sobre el que se eleva la columnata de orden toscano o dórico romano, rematado por un entablamento dórico (metopas y triglifos), coronado por una balaustrada. Tiene en total 48 metopas donde estaba representada una figura de busto repetida cuatro veces. El muro de la cella, con dos cuerpos, tiene un muro exterior decorado con nichos de remate semicircular, de concha de venera, que alternan con vanos adintelados (puertas y ventanas), separados por pilastras, cada una de las cuales se corresponde con una de las columnas del peristilo.
La Piedad
Nos encontramos ante un grupo escultórico compuesto por dos figuras de tamaño natural. El tema representado es el de la Piedad, es decir, la Virgen María con el cuerpo de Cristo muerto en su regazo; tema que no tenía precedentes en la escultura italiana, pero que sí tenía una tradición en la religiosidad y en la escultura gótica del norte de Europa.
Dentro de un esquema triangular aparece María con Cristo muerto en su regazo sobre un sudario. María presenta la pierna derecha elevada respecto a la izquierda, lo que permite que el cuerpo de Cristo quede expuesto al espectador. Contrasta el cuerpo semidesnudo de Cristo, de belleza clásica sin exageración en las formas y en el que el autor evita la sangre, con la túnica de María y el sudario donde reposa Cristo, cuyos abundantes y profundos pliegues crean unos efectos de claroscuro de gran belleza.
Tanto el gesto de María, que inclina la cabeza hacia el Hijo y extiende el brazo derecho mostrándonos el cuerpo muerto del Hijo, como la cinta, donde aparece la firma de Miguel Ángel, que recorre el torso de María, nos dirigen la mirada hacia Cristo, cuyo cuerpo pesado se hunde en el regazo dejando caer el brazo izquierdo mientras inclina la cabeza hacia atrás.
David de Miguel Ángel
La escultura que comentamos, un bloque de mármol de más de cuatro metros de altura, representa a un hombre joven en actitud de contrapposto, influencia de las obras de Policleto, con la mano izquierda sobre el muslo correspondiente en ademán de agarrar una piedra, mientras que con la opuesta sujeta los extremos de una honda que se desliza por el hombro izquierdo. Su frontalidad es sólo aparente y marcada por la forma del bloque de mármol que ya había comenzado a ser esculpido sin éxito 40 años antes y a la que el escultor tiene que adaptarse a la hora de componer su escultura.
Sin embargo, pese a esta frontalidad, el leve giro de la cabeza obliga al espectador que la contempla a cambiar su punto de mira que, igualmente, se inclina hacia el mismo lado izquierdo. Toda la obra respira un aire clásico: la curva inguinal, la preocupación por la musculatura o la propia orientación temática parecen confirmar dicha afirmación.
No obstante, una observación atenta de sus rasgos corporales, gestos o expresión del rostro, pone al descubierto el apasionamiento de un hombre sometido a una gran tensión interior. Si Donatello había representado el mismo tema en el momento posterior a la victoria sobre el gigante Goliat, Miguel Ángel elige un momento de gran tensión espiritual y física, el de la preparación previa al enfrentamiento desigual, en el que el joven David pone todos sus músculos en tensión y observa atentamente al enemigo que, imaginariamente, se sitúa frente a él.