La novela social en los años 50

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La novela de los años 50:

En el tránsito de los años 40 al medio siglo se produce un cambio en nuestras letras que, en el transcurso de los 50, protagonizan unos escritores más jóvenes. Durante esta década se produce la convivencia de dos sucesivas generaciones de novelistas de posguerra: la ya apuntada generación de los 40, y otra que empieza a publicar a lo largo de los años 50. Es una convivencia fecunda en resultados, pues, por una parte, los narradores de la primera promoción publican ahora algunas de sus obras más conseguidas y maduras (caso de Cela con La colmena); por otra parte, la nueva generación (denominada del medio siglo) aporta una nueva concepción de la forma y del sentido de la literatura: el realismo social.

La colmena (1951)

Para gran parte de la crítica, La colmena (1951) es la precursora de la nueva corriente, con su despiadada visión de la sociedad madrileña de posguerra. Con ella, Cela marcó el camino por el que discurriría la novela de los años 50. Esta obra, producto de la observación de la vida madrileña, presenta al hombre corriente en su ambiente cotidiano. La novela, cargada de pesimismo, refleja la vida del Madrid de 1942, con sus miserias económicas y morales. El protagonismo es colectivo, el tiempo se reduce a tres días y el espacio está limitado a una zona de la ciudad. Técnicamente, lo predominante es el diálogo, que muestra las características individuales de los personajes. La mínima intervención del narrador permite hablar del punto de vista de la cámara cinematográfica, que va relatando sólo aquello que enfoca. Se suceden episodios breves, a modo de escenas independientes, en distintos tiempos, espacios y situaciones: así se intenta transmitir una sensación de simultaneidad y colectividad.

Novela social propiamente dicha

1954 es el año inaugural de la novela social propiamente dicha, pues en ese año y en los siguientes se dan a conocer los novelistas más significativos de esta corriente y se publican las novelas más importantes: Ignacio Aldecoa (El fulgor y la sangre), Jesús Fdez. Santos (Los bravos), Rafael Sánchez Ferlosio (El jarama), Juan Goytisolo (Duelo en el paraíso), Ana María Matute (Primera memoria), Carmen Martín Gaite (Entre visillos)...

Realismo crítico y objetivismo

Basándose en el ideario de literatura comprometida que preconizaba el escritor y filósofo francés Jean Paul Sartre, los novelistas defienden el compromiso social y moral del escritor con su mundo, que señale las injusticias y ayude a la transformación de la sociedad. A partir de estos supuestos, existen dos enfoques, dos punto de vista, que el novelista adopta a la hora de construir su obra: el realismo crítico y el objetivismo.

El Jarama (1956)

El Jarama (1956), novela de Sánchez Ferlosio, se convirtió en la obra de mayor repercusión de la tendencia neorrealista. Ejemplo de técnica conductista, la novela recoge la conducta y los diálogos triviales de un grupo de muchachos que pasan una jornada festiva junto al río Jarama. Los hechos narrados se limitan a la forma que tienen de aprovechar su tiempo libre unos personajes cuyas vidas durante la semana se centran en el trabajo. Es una visión fatalista de la vida: los personajes aceptan la realidad como algo inevitable incapaces de rebelarse contra un futuro sin expectativas.

Temáticas y técnicas

En la temática de este tipo de novelas hay que señalar un rasgo muy significativo: los problemas individuales de una persona ya no serán el tema de la novela, sino que hay un desplazamiento de lo individual a lo colectivo: la sociedad ya no es un mero marco donde se desenvuelven los personajes, sino el tema mismo. Los principales sectores sociales que aparecen como campos temáticos son los siguientes: la vida campesina con su dureza y sus miserias es quizá el tema más abundante. El mundo del trabajo, las condiciones en que se desarrolla, las relaciones laborales. La vida urbana, que se aborda en amplios panoramas.

En cuanto a técnicas y estilo, para los novelistas el contenido es lo más importante, y a él se subordinan las técnicas empleadas. Privará la eficacia de las formas antes que la belleza. La estructura de las novelas suele ser sencilla, y se prefiere la narración lineal. Igualmente sencillas y concisas son las descripciones, que desempeñan la función de presentar los ambientes. Hay una marcada preferencia por el personaje colectivo. Y, junto al personaje colectivo, es propio de la novela social el personaje representativo que encarna los rasgos del grupo social al que pertenece; es decir, no es un individuo con psicología singular, particular, sino que es la síntesis de una clase social. Se adoptan las técnicas del objetivismo conductista, limitándose a registrar lo puramente externo, sin bucear en el interior de los personajes. El narrador describe distanciado de los hechos como si se tratase de uan cámara cinematográfica, y los diálogos parecen recogidos en una grabadora. Precisamente los diálogos ocupan un importante lugar en las novelas sociales. Los autores ponen especial empeño en recoger el habla viva de todas las clases sociales. Finalmente, el lenguaje tiende a una gran simplificación: frase corta, construcción sencilla y vocabulario no muy exigente. El estilo que de ello se desprende es un estilo desnudo, directo y sencillo. En muchos de los casos esta voluntad de sencillez supone un evidente empobrecimiento.

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