Novela española de posguerra: Realismo social y existencialismo en los años 40 y 50
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Epígrafe 4.1 La novela de posguerra: las novelas inaugurales de los años 40 (Cela, Laforet, Delibes)
En los años cuarenta, España vive las consecuencias de su dramática Guerra Civil y se encuentra sumida en la miseria, la pobreza y el hambre. El ambiente cultural es de verdadera desorientación, ya que en la dictadura militar se estableció la censura, que reprimía cualquier intento de crítica o disidencia. El exilio había sido la salida para una serie de escritores como Francisco Ayala o Ramón J. Sender, autor de Réquiem por un campesino español. Entre los autores que permanecieron en España, hay autores que reivindican los valores del Régimen: estado, familia y religión; se trata de la novela triunfalista. Más tarde aparece la novela de humor, que intenta satisfacer la demanda de una literatura que haga olvidar la dura realidad social.
La auténtica renovación vino dada en la época de 1940 a manos del existencialismo. La característica de esta década fue la transposición del malestar general al ámbito personal. Dado que la censura impedía cualquier intento de crítica social, los principales temas eran la amargura vital, la soledad, la muerte y la frustración, entre otros. También había una gran abundancia de personajes marginados y descuidados. El destino trágico del protagonista se resuelve en una violencia extrema y sin sentido. En ocasiones, los protagonistas presentan taras físicas o psíquicas y son descritos en situaciones de máxima tensión. Se utiliza un lenguaje duro, reflejo de las circunstancias y el medio degradado en que viven los personajes. Las causas de esta amargura y malestar son la pobreza, la violencia y la incultura en la que se encuentra sumida España.
Camilo José Cela (1916-2002) destacó con La familia de Pascual Duarte (1942). La novedad de esta obra fue el hecho de narrar con toda crudeza la historia de un campesino extremeño que ha sido condenado a muerte, en vez de alabar a los vencedores de la guerra. La popularidad de la obra de Cela dio lugar a que se acuñara el término “tremendismo” para clasificar esta novela que se apartaba de las tendencias narrativas entonces vigentes en España. La visión del mundo de la obra no estaba muy lejos de la del existencialismo francés o el neorrealismo italiano, pero Cela combinó ambas con aspectos de tradición realista española procedentes de la novela picaresca.
Por otra parte estaba Carmen Laforet (1921-2004), que destacó con Nada (1945). Esta novela fue la ganadora de la primera convocatoria del Premio Nadal y se considera como la precursora del realismo social de los años 50.
Finalmente, Miguel Delibes (1920-2010) escribe La sombra del ciprés es alargada (1948). En esta novela aparecen ya dos de los grandes temas del autor: la muerte y la infancia. Sus técnicas narrativas se mantienen apegadas al realismo tradicional que se irá enriqueciendo en sus obras posteriores.
Epígrafe 4.2 El realismo en algunas novelas de los años 50 (La Colmena, de Cela; El Jarama, de Sánchez Ferlosio)
En los años 50, la novela abandona la visión existencial y recoge las nuevas preocupaciones sociales a través de la llegada del realismo social; la novela se convierte en vehículo de denuncia social y se manifestará la disconformidad ante la sociedad española del momento.
El género novelístico asumió en España una función testimonial que pretendía informar al lector de aquello que no aparecía en los medios. Los autores se plantearon un compromiso ético ante la realidad y propusieron que la literatura sirviera como revulsivo político. La corriente social será la dominante entre 1952 y 1962 y la compartirán miembros de la Generación del 36 como Cela o Delibes y de la Generación de Medio Siglo, como Sánchez Ferlosio o Juan Goytisolo.
Dentro del realismo dominante pueden señalarse varios enfoques: el objetivismo, que se propone un testimonio escueto, sin aparente intervención del autor, sin comentarios ni interpretaciones del narrador, como si se tratara de una cámara de cine; y el realismo crítico, que no se limita a reflejar la realidad, sino que pone de relieve las miserias e injusticias con ánimo de denuncia. Entre los temas aparecen la vida del campo, con novelas que testimonian la pobreza y miseria rurales; la denuncia de la penosa situación de la clase trabajadora; la miseria de los suburbios que muestra la vida de los habitantes de las chabolas; o la crítica a la burguesía y a la actitud pasiva y conformista de ese grupo social.
En cuanto a la técnica y el estilo, se ha reprochado a la novela su pobreza técnica. En muchas novelas, el contenido tiene prioridad sobre la forma y a él se subordinan las técnicas elegidas, que suelen ser sencillas y concentradas. Existe cierta preferencia por el personaje colectivo, el grupo humano, y ocupa un lugar privilegiado el diálogo.
En 1951 se publicó La colmena de Camilo José Cela, considerada la precursora de esta corriente. Su tema central es la incertidumbre de los destinos humanos, y en torno a él aparecen otros, como el hambre, el dinero, el sexo y la memoria de la guerra. El autor intenta reflejar la realidad social de la época adoptando un punto de vista objetivista: un narrador omnisciente en tercera persona que se limita a reflejar lo que hacen o dicen los personajes. En sus personajes, lo que predomina es la clase media baja, la pequeña burguesía en situación inestable, con un futuro incierto, que viven hundidos en la frustración y el fracaso.
Por su parte, Rafael Sánchez Ferlosio (1927) escribió El Jarama, por la que recibió el premio Nadal en 1955. El relato ofrece una visión fatalista de la vida: los personajes aceptan lo que ocurre como algo inevitable, incapaces de rebelarse contra un futuro que parece estar predeterminado. El tratamiento del tiempo es lento y concentrado en unas pocas horas, y el espacio se reduce a la orilla del Jarama y el merendero. En lo relativo a los personajes, se observa un protagonismo colectivo repartido en un grupo de jóvenes y un grupo de adultos. Los hechos se ofrecen desde el punto de vista de la cámara cinematográfica (objetivismo) que permite alternar escenas pasando de una a otra. Finalmente, el narrador desaparece en la mayor parte de la obra y se limita a introducir, sin opinar.