La Narrativa Española de Posguerra: Realismo y Existencia
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La Narrativa de los 40
Al final de la Guerra Civil, la implantación de la censura y las duras condiciones de la posguerra llevaron a los novelistas a desarrollar una literatura esencialmente realista. En ella, trataron de hallar cauces expresivos para sus inquietudes existenciales y sociales, presentando con crudeza y pesimismo las circunstancias de sus personajes.
En estos años inician su tradición literaria algunos de los autores más importantes de la posguerra, como Camilo José Cela, Miguel Delibes, Carmen Laforet o Gonzalo Torrente Ballester. Todos ellos comienzan su trayectoria en una atmósfera de desconcierto que, en los años 40, dará lugar a tres grandes corrientes narrativas:
Realismo Convencional o Tradicional
Este realismo, mediante la reproducción estética y el estilo de la novela realista decimonónica, representa escenas y situaciones de la España de su tiempo desde una mirada angustiada. No muestra gran interés en aportar técnicas novedosas ni un lenguaje propio, sino en dar una observación detallada de la realidad. Destacan Elisabeth Mulder (Preludio a la muerte) y José María Gironella (Un hombre).
Tremendismo
Esta tendencia se caracteriza por su análisis descarnado de la violencia y su lenguaje expresivo y desgarrado. Se trata de exacerbar lo sórdido y lo miserable de la existencia, donde la fatalidad del ambiente y su origen se impone sobre la voluntad del individuo. Esta visión pesimista permite vincular el tremendismo con el existencialismo. Con La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, se inicia el género. Le siguen obras como Los Abel, de Ana María Matute, y Nosotros, los muertos, de Manuel Sánchez Camargo.
Novela Existencialista
La novela existencialista de los años 40 se centra en los problemas e incertidumbres del ser humano, analizados a través de la vida de un personaje protagonista que reproduce el desencanto y la angustia de la sociedad de la época. Los títulos más destacados son: Nada, de Carmen Laforet, y La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes.
La Narrativa de los 50: Realismo Social
Durante la década de los 50 surge una nueva narrativa que centra su atención en la sociedad de su tiempo con afán crítico y testimonial. El protagonista único de la novela existencialista es sustituido por el protagonista colectivo de la novela social, donde el objetivo es reflejar la realidad con la mayor veracidad posible.
Este tipo de novela estuvo influenciada por el neorrealismo italiano y la Generación Perdida estadounidense.
En este tipo de novela, el argumento suele prescindir de giros sorprendentes o de intriga clásica. En su lugar, se prefiere la narración de hechos cotidianos que resultan aparentemente intrascendentes o incluso banales. Los novelistas desean representar la realidad del modo más veraz posible. De esta manera, recurren al protagonista colectivo, otorgando gran importancia a las descripciones y diálogos, con el afán de captar el lenguaje propio de estos. Abordan temas como la injusticia, la pobreza o el desarraigo, con una intención crítica, a pesar de las limitaciones que les impone la censura.
Dos Líneas en la Novela Social
Objetivismo o Neorrealismo
Se limita a narrar hechos con afán testimonial, pero sin intervenir ni opinar. No recurre a la introspección psicológica, sino que se relata desde lo observable y visible. Los personajes se construyen a través de sus acciones y sus palabras. El diálogo tiene gran importancia, y los autores se esfuerzan en captar con rigor los diferentes registros del habla de su tiempo, mediante el estilo directo. En este grupo destaca la aparición de un nutrido grupo de autoras, como Ana María Matute (Los hijos muertos) y Carmen Martín Gaite (Entre visillos), además de obras como La colmena de Camilo José Cela.
Realismo Crítico
En esta línea, el novelista se implica en los hechos de manera crítica y con afán de denuncia. Duelo en el paraíso (Juan Goytisolo), Central eléctrica (Jesús López Pacheco) y Nuevas amistades (Juan García Hortelano) son obras destacadas.