Movimientos Vanguardistas del Siglo XX

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Expresionismo

Expresionismo: De origen alemán, se distingue del resto de los movimientos vanguardistas en que no supone una negación radical de la tradición artística anterior, sino más bien la acentuación de ciertos rasgos ya presentes en el Naturalismo y en el Impresionismo. Sus límites cronológicos son difusos: los años de mayor influencia expresionista van de 1910 a 1925. Sus postulados son los siguientes: No le interesa explicar el mundo como es, sino como lo ve el artista. En otras palabras, la estética expresionista rechaza que el arte sea una mera representación de la realidad: ha de revelar la realidad interior. Como el artista proyecta sobre la realidad sus tensiones espirituales, su yo angustiado y atormentado, su actitud provoca una visión trágica y deformada del mundo. Así, abundan los personajes extraños, las descripciones intensas y a menudo simbólicas, las caricaturas, los motivos grotescos, los rasgos distorsionados, la expresión cruda de ambientes y comportamientos y las situaciones absurdas. En esta atmósfera intelectual y estética debe situarse la obra de Frank Kafka, renovador de la novela contemporánea.

Futurismo

Futurismo: Fue fundado por el italiano Marinetti, que publicó en París, en 1909, su primer Manifiesto futurista. Partiendo de la ruptura total con el pasado y de la exaltación del "esplendor geométrico y mecánico del mundo moderno", son sus rasgos más característicos los siguientes: La admiración por la civilización mecánica y los progresos técnicos: las máquinas, la velocidad, los grandes inventos (el tren, el avión, etc.), el movimiento, los deportes... El desprecio por los temas humanos y sentimentales: "El dolor humano no es más importante que el que siente una lámpara eléctrica en un cortocircuito". Destrucción de la puntuación ortográfica y de la sintaxis, con el fin de conseguir el ideal de las palabras en libertad y un estilo rápido y dinámico. El Futurismo fue un movimiento rico en teorizaciones, pero pobre en resultados, con excepción de algunos poetas rusos, como Maiakovski. Su mayor contribución a la literatura fue abrir el camino a los sucesivos movimientos vanguardistas y la incorporación de nuevos temas a la literatura posterior, como podrá apreciarse en los autores del 27.

Cubismo

Fue creado por el francés Guillaume Apollinaire en 1913 como derivación del cubismo pictórico (Picasso o Gris). Se basa en los siguientes presupuestos: descomposición de la realidad para recomponerla después libremente mediante la simultaneidad de planos y el collage; importancia de la disposición tipográfica visual-espacial de las palabras, como en los famosos caligramas de Apollinaire, cuyos versos dibujan el objeto del que hablan. Son también rasgos característicos el antisentimentalismo y el humor.

Dadaísmo

Fundado en Zurich en 1916 por el rumano Tristan Tzara, es tal vez el vanguardismo más radicalmente “destructivo”. El nombre del movimiento procede, según algunos, de la palabra dada («da-da» intenta representar el balbuceo infantil), y fue elegido abriendo al azar las páginas de un diccionario. El dadaísmo parte de la negación absoluta de todo, incluso del arte y de la literatura; más que de crear, habla de destruir, de modo que sus actitudes están próximas al nihilismo o al anarquismo. Ponen en tela de juicio los valores tradicionales de forma irreverente, provocadora, agresiva e irónica: "El más aceptable de los sistemas es no tener ninguno". Así, propugnan la duda sistemática, la burla y el humor corrosivo, la rebelión contra la lógica y el sentido común, y un lenguaje incoherente como reflejo de las contradicciones de la vida. Muestra de ello es la receta de Tzara para escribir un poema dadaísta: tijeras, un periódico, el azar y cola de pegar. Escritores como Breton o Aragon, cuando el dadá entra en decadencia a principios de los años veinte, alientan el nacimiento del Surrealismo.

Surrealismo

Surrealismo: Es, sin duda, el movimiento vanguardista más importante. El primer manifiesto surrealista apareció en París en 1924, firmado por André Bretón, y arranca de los rescoldos del Dadaísmo. Sus características más destacables son las siguientes: La obra de arte debe ser el lugar donde aflore todo aquello que, reprimido por las normas morales o sociales, se encuentra oculto en el interior de las conciencias. La función del arte, pues, debe consistir en explorar el subconsciente, liberando al individuo, como propugnaba Sigmund Freud, de esos impulsos reprimidos. Como método para acceder al subconsciente, proponen la escritura automática, que consiste en escribir al "dictado del pensamiento con ausencia de todo control ejercido por la razón y al margen de toda preocupación estética y moral". Se recurre a la imagen visionaria o surrealista, no basada en la lógica o la semejanza real sino en la asociación libre, ilógica e inesperada de ideas y palabras: "el encuentro de un paraguas y una máquina de escribir encima de una mesa de quirófano". Temas frecuentes del surrealismo son el mundo de los sueños (en los que aflora, según Freud, el subconsciente), la atracción por lo inquietante y misterioso, la fascinación ante objetos extraños y seres enigmáticos, la magia, el fetichismo y el humor negro. Se asocia al movimiento surrealista con un proceso de “rehumanización” de la literatura que harán suyo los poetas del 27 en libros como Poeta en Nueva York, de García Lorca, Sobre los ángeles, de Rafael Albert o Luis Cernuda en Los placeres prohibidos.

Creacionismo

Creacionismo: Fue iniciado en París por el poeta chileno Vicente Huidobro, quien lo dio a conocer en España en 1918. El Creacionismo no se propone reflejar ni imitar la realidad, sino crear realidades nuevas e independientes: "Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol" (Huidobro); "Crear lo que nunca veremos" (Gerardo Diego). El poema, por lo tanto, debe crear algo propio y autónomo que se explique y se comprenda por sí mismo, no por su relación o parecido con el mundo exterior. De esta manera, el poeta creacionista debe crear nuevas imágenes y relaciones entre las palabras; y las imágenes no se basarán en la comparación entre dos realidades, sino en la relación arbitraria que el poeta "crea" entre ellas. Del Creacionismo, que influyó en poetas como Juan Larrea y Gerardo Diego, ha perdurado sobre todo el afán de renovación léxica y la originalidad de imágenes y metáforas.

Ultraísmo

Ultraísmo: En el propio nombre del movimiento (ultra) se sugiere su pretensión de ir más allá de la estética dominante. El primer manifiesto ultraísta, que recoge abundantes elementos futuristas, cubistas y creacionistas, se publicó en 1919. Del futurismo toma los temas y motivos de la vida moderna (las máquinas, los grandes inventos, los deportes, etc.); del Creacionismo, la búsqueda de imágenes y metáforas nuevas; del Cubismo, el interés por la disposición tipográfica y visual del poema. Otras propuestas son la supresión de la anécdota y el sentimentalismo en la poesía (en coincidencia con la "deshumanización del arte" propugnada por Ortega y Gasset) y la tendencia al juego y a la evasión. Aunque de muy corta duración, el ultraísmo influyó en la Generación del 27 y en los hispanoamericanos César Vallejo y Jorge Luis Borges.

Vanguardias del Siglo XX

Con el nombre de vanguardias o ismos se designa una serie de movimientos artísticos que se desarrollan en Europa durante el primer tercio del siglo XX. El término surge en Francia durante los años de la Primera Guerra Mundial. Su origen está precisamente en el vocablo francés avant-garde, término de origen militar y político, que venía a reflejar el espíritu de lucha, de combate y de confrontación que el nuevo arte del siglo reivindicaba frente al llamado arte decimonónico o académico. De hecho, el propósito común que anima a todos los movimientos vanguardistas es el de renovar radicalmente el arte y la literatura anteriores, abriendo nuevos caminos y creando nuevas formas estéticas, en consonancia con la quiebra del sistema socio-político decimonónico que tiene en la Guerra del 14 su expresión más cruenta. Desde el principio, el arte vanguardista adquiere una impronta provocadora contra lo antiguo, lo naturalista o lo que se relacionara con el arte burgués. Los llamados ismos se sucederán en el periodo de mayor intensidad social e ideológica del siglo XX, el de entreguerras: despuntan inmediatamente antes o durante la Primera Guerra, llegan a su apogeo en la década de los años 20, entran en crisis a partir de 1929 y desaparecen en la década de los 30. Los ismos no forman un sistema coherente y cerrado; son muy diversos y, a veces, una vanguardia se enfrenta a la anterior. Sin embargo, podemos señalar algunos rasgos comunes a todos ellos: Su carácter de ruptura y revolución artística contra el arte del pasado, en especial contra el realismo. Pero también reaccionan contra la sensibilidad romántica y hacen gala, como los novecentistas, de un marcado antisentimentalismo. La figura del artista de vanguardia es creerse un genio superior cuya expresión individual es la obra artística. Es innegable su pretensión de originalidad y novedad absolutas, su rechazo de normas y tradiciones y, en consecuencia, la búsqueda y experimentación constante de nuevas técnicas expresivas, a menudo por la vía de la provocación. Los vanguardistas desprecian al gran público y a la burguesía, a la que buscan escandalizar con sus actitudes insolentes y agresivas. De lo anterior se deriva un alejamiento del gran público: el arte vanguardista es un arte para minorías. Un rasgo común es su escasa duración: exceptuando el Expresionismo y el Surrealismo, los movimientos se siguen unos a otros en intervalos de pocos años y duran poco en el panorama artístico. La mayoría de los “ismos” desaparecieron al final de los años veinte, pues las circunstancias políticas y sociales llevaron a un arte más comprometido y humano. La conciencia de grupo se expresa a través de los respectivos manifiestos con los que se dan a conocer y que, además de impugnar la tradición cultural, dejan traslucir frecuentemente la idea de que la revolución estética forma parte de un cambio de carácter moral y social.

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