Movimientos Nacionalistas: Historia y Evolución de las Ideologías Políticas

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– Ideologías y Sistemas Políticos (III): Los Movimientos Nacionalistas

Como introducción, debemos empezar precisando la idea de nación, que como cualquier otra no es natural, sino fruto del pensamiento humano y aún hoy sigue siendo un elemento de gran debate. En segundo lugar, a nivel cronológico, no es que el nacionalismo sea una siguiente fase tras el avance del liberalismo y de la democracia; sino que recorre todo el siglo XIX, XX y aún se mantiene en el XXI (tiene una permanencia histórica evidente, igual que a nivel espacial: todo el planeta se organiza en naciones que se constituyen cuando pueden en Estados, que son los grandes actores del panorama internacional).

Neste sentido, la invención de la nación parte de nuevo de la Revolución Francesa, tras la que una serie de intelectuales (filólogos, historiadores, filósofos, economistas, artistas...) se encargaron de crear naciones, no siempre con el mismo éxito político. También es importante para explicar la existencia política de las naciones tener en cuenta una serie de determinados factores que impulsan o retrasan los movimientos nacionalistas: economía, religión, cultura... (permiten o no que las naciones deriven en Estados). Como última reflexión, el nacionalismo no es una ideología (simplemente, creer que una nación existe y, en el caso de querer involucrarse, luchar porque tenga soberanía; pero esta defensa de la nación puede enlazar con ideologías muy diversas: hay nacionalismos tradicionalistas, liberales, democráticos, autoritarios, monárquicos, republicanos...; veremos esta diversidad plasmada en el XIX salvo nacionalismos de izquierda, teniendo que aguardar a que en el XX se resuelva la incompatibilidad entre nacionalismo e internacionalismo).

La Idea de Nación

En 1815, podemos poner algunos ejemplos de discordancia entre fronteras estatales y naciones, como es el caso de Gran Bretaña (Estado que resulta de la unión de distintas naciones, compuesto fundamentalmente por Inglaterra, Gales y Escocia; quedando así Irlanda descolgada). En el caso del imperio austríaco, es claramente plurinacional (engloba Austria y Hungría, lo que deriva en muchas naciones diferentes: según se desarrolle el sentimiento nacional, aflorarán movimientos contrarios al Imperio que agudizarán la crisis por la que pasaba en el XIX); así como el otomano (considerado a lo largo del XIX como el “hombre enfermo de Europa”, en decadencia absoluta). El ejemplo contrario lo manifiestan la Confederación Germánica e Italia dividida (una única nación que no estaba unida y busca la unificación). Así, tras esta redefinición de los mapas tras el Congreso de Viena, no era común la unidad entre Estado y nación, cumpliéndose esto en únicamente tres ocasiones: Portugal, Francia y España (este último en el contexto de 1815, pues aún quedan naciones por teorizar, como es el caso de Galicia y Cataluña, lo que se alcanza en el XX y ya será entonces cuando aparezcan movimientos que defiendan su separación).

Pasamos ya al concepto de nación, definido en la Revolución Francesa como la “comunidad de ciudadanos”, de lo que se deriva la soberanía nacional. Aquí nacen las concepciones “subjetivas” (una nación existe cuando una comunidad asentada en un territorio manifiesta su voluntad general de constituirse como entidad política dotada de soberanía). Esto es, para que una nación exista, es necesario conocer la voluntad general (permitir que se exprese, pues solo de ella depende la existencia o no de la nación). Según esto, los franceses son franceses porque se sienten tal y quieren serlo; lo que conecta muy bien con las ideas liberales y democráticas (son estas las ideologías que permiten la expresión de la voluntad general de la sociedad). Uno de los mejores representantes de la corriente es Renan (“la nación es un plebiscito cotidiano”, es decir, un demostramento constante de sentirse parte de una comunidad concreta).

Una segunda forma de entender la nación son las concepciones “objetivas”: las naciones tienen una existencia propia que se va consolidando a lo largo del tiempo (tener una lengua, historia, compartir una cierta tradición, folklore, mitología...). Esto se conforma lentamente y dota a la nación de una vida propia (por lo que son concepciones con un marcado carácter organicista e historicista).

Esta idea se resume en el volksgeist: la nación existe por sí misma, independientemente de la voluntad de los miembros de una comunidad en un determinado momento. En este caso, estas ideas conectan muy bien con otro tipo de ideologías concretas: las autoritarias, que no precisan ni defienden que la población manifieste su voluntad. También se conoce esta forma de entender la nación como el “concepto alemán”, pues nace como reacción a la Revolución Francesa y a la invasión napoleónica, siendo en los territorios alemanes de la época donde aparece esta idea más desarrollada (reaccionar contra las ideas provenientes de la Francia liberal, de ahí que Herder y Fichte resalten esta forma de entender Alemania tan diferente de la francesa en sus discursos). Esta forma objetiva, organicista e historicista de entender la nación ofrece más juego si aplicamos una perspectiva histórica (interesa seguirle la pista por dos motivos: si consideramos la nación como algo vivo, cuantos más elementos tangibles seamos capaces de observar para construirla, mejor, por lo que sus partidarios tendrán una intención de buscar elementos que ayuden a fortalecer la idea; además que tendrá mucha fuerza en la segunda mitad del XIX y será el nacionalismo que produzca movimientos, organizaciones, opiniones y líderes políticos que la utilicen de forma agresiva, siendo lo que acaba legitimando el imperialismo y conduciendo a la guerra en 1914).

Como decíamos, se buscan elementos, la mayor cantidad posible de cosas propias para la nación, centrándonos como aspectos definitorios de una nación en raza y religión. Sobre la primera, la clave explicativa se encuentra en el darwinismo social del que emanan los intentos y logros de jerarquización de razas: de ahí sale el esquema de relación entre ciertas razas superiores que tienen el derecho a dominar por tener el deber de civilizar a las razas inferiores (Gobineau). La presunta ciencia de la que emanan estas consideraciones favorece a unos en detrimento de otros, siendo el nacionalismo alemán el que mejor pudo aprovechar estas concepciones (lo que en el caso más exaltado llevará a expulsar de la nación a aquellas personas que no se ajusten a la raza aria defendida). En el extremo opuesto, será un ejemplo de fracaso de emplear este elemento el nacionalismo gallego (celtas), mientras que el nacionalismo vasco tiene un factor muy potente que se encuentra en su destacada lengua (también tiene componente de superioridad racial).

Sobre la religión, es un elemento definitorio de varias naciones, siendo Polonia e Irlanda donde mejor se ilustra este fenómeno. Cuando comienza a despuntar el proceso en Irlanda, desde las orígenes se integra definitivamente el catolicismo ante la opresión ejercida por la Iglesia anglicana (que se suma a la de los terratenientes británicos). Por tanto, se genera una Irlanda católica como añadido a la lengua gaélica para defender la independencia (de ahí que la división de Irlanda obedezca a esta cuestión aún a día de hoy). En el caso de Polonia, no consigue la independencia en el XIX, pero su nacionalismo integra de forma cada vez más potente el catolicismo como elemento propio ante la pinza ejercida por la Iglesia ortodoxa rusa y el luteranismo alemán (para resaltar la especificidad polaca se emplea el catolicismo como elemento diferenciador de la nación). Igual ocurre en países que no tienen esta necesidad, pero originan fuerzas nacionalistas de diversa caracterización, como pueden ser los nacionalismos tradicionalistas en España o Francia (que integran el catolicismo de los españoles/franceses como elemento esencial de la nación).

Así, estamos integrando elementos que, desde el punto de vista de la movilización, resultan sin duda efectivos; pero que también conllevan la posibilidad de dar inicio a una confrontación (al resaltar tanto las características, se generan enfrentamientos de raíz religiosa, racial...). Podemos ver la verdadera potencia que estas ideas de raza y religión tienen en su confluencia en el fenómeno del antisemitismo y sionismo: lo primero parte de una especie de tradición europea que tiene muchos siglos de historia (en España, resolvió rápidamente este problema con la expulsión de los judíos por los Reyes Católicos). Tiene una raíz religiosa (eran acusados de ser los “asesinos de Cristo”) y, a partir de ahí, estará presente en la historia hasta que en el XIX se le sume el elemento racial (así, se convierte a los judíos en la víctima perfecta para excluirlos de la nación y acusarlos de todos los males: eran acusados por sectores de la izquierda revolucionaria por considerarlos agentes del capitalismo, avaros, usureros...).

Por la contra, desde los sectores conservadores y de la derecha eran atacados por ser agentes del comunismo (clara incongruencia). En la segunda mitad del XIX, proliferan campañas contra los judíos en la medida en que se potencia una idea racial de la nación (ataques frecuentes en Rusia o Austria, los pogromos: sabotaje y destrucción de barrios judíos en ciudades europeas). Eran perseguidos por toda Europa, no es un fenómeno exclusivamente nazi (incluso nombres grandes como el del compositor Wagner defendían esta idea).

Resulta interesante conocer la reacción de los judíos, el discurso que construyen: son un pueblo sin territorio, pero no olvidan tampoco que son el pueblo elegido y que tienen una Tierra prometida (idea muy clara de origen y destino); desde lo que se construye la idea del sionismo (nacionalismo racial y religioso, es decir, su forma de elaborar una nación para ellos obedece a los mismos términos de raza y religión empleados por quienes los criticaban). Un primer elaborador importante será el rabino Kalischer, que no elabora un nacionalismo democrático o una conciencia nacional; sino las mismas “concepciones objetivas” que sus contrincantes. Eso sí, el verdadero fundador del sionismo es Theodor Herzl, autor de El Estado judío (1896) y cuyas ideas de carácter racial y religioso siguen estando plenamente operativas en la política agresiva de Israel contra el pueblo palestino.

Esta contaminación de los ingredientes raciales y religiosos llega a más ámbitos, como ocurre con el panarabismo (fabricado intelectualmente por Mustafá Kamel) y el panislamismo; tratando lo primero de llevarse a cabo en la segunda mitad del XX, mientras que lo segundo defiende una nación que a nivel de espacio coincide mayoritariamente con el panarabismo, pero tiene su base en la religión islámica (posible antecedente de las teorizaciones sobre el Estado Islámico). De todos modos, no son totalmente superpuestos (de una nación panárabe, basada en la raza, no formaría parte Irán, p.e.). Todas estas consideraciones sobre la nación tuvieron gran capacidad movilizadora y se emplearon a lo largo de la historia como justificación del imperialismo (superioridad con respecto a los habitantes de las colonias). Por tanto, estos componentes objetivos de la nación son los más interesantes históricamente por los movimientos que generaron. Otro es el paneslavismo (corriente por la que apostará el escritor ruso Dostoievski y que hizo a Rusia poner la mirada en los Balcanes, pues sería la madre patria de todos los pueblos eslavos, uno de los motivos entrelazados para el estallido de la I GM). Así mismo, el jingoísmo (grupo de presión, casi secta, que defendía el imperialismo británico por sus virtudes: necesidad de educar a los no civilizados; uno de sus simpatizantes fue Rudyard Kipling, autor de El libro de la selva). Por otra parte, podemos mencionar el panxermanismo (uno de sus promotores fue el historiador Treitschke, hablando de la superioridad de la raza alemana frente al resto). Son ejemplos de unión nacionalismo-imperialismo.

En definitiva, desde las décadas finales del XIX, la “fiebre” nacionalista, junto a los conflictos imperialistas (promovidas por estos componentes objetivos del nacionalismo), va incubando la inevitable Gran Guerra (siendo capaz de derrotar al internacionalismo en el mismo seno de los partidos socialistas). Dejamos de lado el otro tipo de nacionalismo, que no implica problemas tan trascendentes como el de carácter organicista.

Los Movimientos Nacionalistas

Nacen en muchos países del planeta y precisan capacidad movilizadora, que explica los éxitos y fracasos en función también de otros factores. En un momento inicial, juega un papel fundamental la intervención de intelectuales y artistas (Risorgimento, Renaixença, Rexurdimento...). También tenemos necesariamente que tener en cuenta la religión como factor aglutinante (tanto en la propia concepción de la nación, permitiendo además definir la oposición, como por su capacidad de atracción de la población). En tercer lugar, hay que considerar los intereses económicos (algunos movimientos lograron contar con una financiación más o menos importante, como en Italia con la burguesía del norte/piemontesa a la que le interesaba la unificación para el beneficio de sus diversos mercados). En cuarto lugar, la internacionalización de las “cuestiones nacionales”. Estas últimas son muy importantes, determinando éxito o fracaso: Grecia (contó con el apoyo británico, logrando independizarse de los turcos), Bélgica (apoyo franco-británico) y Polonia (en este caso, la falta de apoyo frente a la pinza ejercida por rusos y prusianos/alemanes derivó en el fracaso).

La Unificación Italiana

La conciencia de la existencia de la idea de “Italia” fue temprana por dos motivos: ser una península perfectamente definida (demarcación territorial precisa) y contar con un antecedente histórico claro (el Imperio Romano). Retomará impulso en el Renacimiento, pero en aquellas alturas nadie piensa en una unificación política por la potencia que tienen las ciudades que protagonizan precisamente el esplendor renacentista. Por tanto, habrá que esperar al XIX para que germine la necesidad de una nación italiana y la reconstrucción política (superando la división consagrada en el Congreso de Viena). Así, la idea de “Italia” comienza a generar movilización, siendo tres los ámbitos de expresión en los que mejor se expresa la búsqueda de un Estado italiano: artístico (la literatura romántica, música de Verdi...), político (condicionado por el contexto de los distintos reinos en la Restauración, por lo que la expresión de la futura Italia a nivel político se conduce a través de las sociedades secretas que teorizan y debaten, con limitaciones, la posibilidad de una Italia unida: p.e., los carbonarios) y, finalmente, los terceros son los intereses económicos (a partir de los años 30/40, se conforma la disimetría entre un norte de Italia en Lombardía/Véneto/Piamonte capaz de industrializarse y modernizarse económicamente; frente a un centro-sur incapaz). Este sur, predominantemente rural, se enfrenta a un norte moderno cuya burguesía ambiciona conquistar mercados para eliminar las aduanas interiores dentro de Italia (por eso defenderán la unificación).

Verdi encarnaba el “ser de Italia” y su nombre fue empleado para hacer pintadas como las de: V(ittorio) E(manuele) R(e) D’ I(talia). No obstante, estos tres ámbitos tuvieron que hacer frente a otros tres obstáculos para la unificación: la división de 1815 (defendida por la Santa Alianza, que se enfrentó a los diversos intentos de llevar el proceso a cabo para defender los mapas pactados en Viena), en segundo lugar, Austria (obstáculo frente a la unificación, papel que también ejercerá en el caso alemán, pues no le interesa integrarse en una futura Alemania unida por ser cabeza de un imperio, pero tampoco que aparezca en su sur un país como Italia que podría convertirse en un Estado importante, con cierto poder y capacidad de actuar internacionalmente: es decir, su interés es que los territorios permanezcan divididos para proteger su protagonismo en Europa central) y, en tercer y último lugar, la llamada “cuestión romana” (existencia de los Estados Pontificios, que ocupaban parte importante del centro de Italia, entre los que estaba Roma, su capital; lo que chocaba con la pretensión de hacerla capital del nuevo Estado unificado). En todo caso, veremos cómo el paso del tiempo potencia la intención de unificación, pero también cómo los obstáculos van impidiendo la llevada a cabo del proyecto.

Anteriormente, elaboráronse varios proyectos en la primera mitad del XIX: empezando por el proyecto neogüelfo (partidarios del poder tanto espiritual como temporal del papa). Defensores de la importancia de la religión (católica), la lengua y la sangre (componente racial, pero sin vinculación a la superioridad) como elementos nacionales (concepción organicista del nacionalismo). A partir de aquí, lo que se propuso fue la conformación de una confederación de estados católicos en torno al respeto y la obediencia al papa (esta confederación no exigiría transformaciones políticas, porque los estados no tendrían que perder su entidad, sino que simplemente se vincularían a través del catolicismo a la figura del pontífice, al que se debía reconocer su supremacía moral, pero también la civil, el poder temporal como representante máximo de la confederación). Se trató de un proyecto continuista a nivel político (no exige eliminación de los estados existentes) y social (se adapta perfectamente a la sociedad estamental): proyecto tradicionalista y legitimista. Esta idea tiene su base en la obra Il primato morale e civile degli italiani (1843) de Vicenzo Gioberti (sacerdote que critica de forma furibunda todas las ideas de corte liberal y democrática). En segundo lugar, un proyecto de corte más moderado o liberal: en su elaboración, parte de consideraciones pragmáticas (la economía tiene mucho que decir, pues uno de sus puntos de partida es la visión del Piamonte como motor económico capaz de distanciarse en términos económicos y políticos del resto de Italia). Se define también la oposición a Austria (para “hacer Italia”, hay que vencer a Austria, que ocupaba parte de los territorios italianos del norte y ejercía influencia en los demás). En términos políticos, este proyecto es claramente monárquico y liberal (se trata de, llegado cierto momento de los años 40, trasladar el régimen piemontés, que cumplía estas características, al conjunto de Italia). Su gran líder fue Camilo Benso, conde de Cavour, primer ministro piemontés entre 1852 y 1861. En tercer lugar, el proyecto revolucionario: parte de una concepción democrática (ya desde los 30 de forma precoz, síntesis superadora del liberalismo: apuesta por el sufragio universal, confía en una vía revolucionaria mediante levantamientos populares en todo el territorio italiano que conducirían a la proclamación de distintas repúblicas que después se unificarían en una república democrática y unitaria italiana). Por tanto, es muy distinto a nivel ideológico que los anteriores, lo que muestra que el nacionalismo no es una ideología como tal (sino que conecta con diversas ideologías). Fue diseñado por Giuseppe Mazzini, fundador de la asociación Giovane Italia.

La solución adoptada será finalmente la segunda (moderada, monárquica, liberal...), por lo que para empezar debemos entender el protagonismo piemontés para explicar su triunfo. Esta zona se vio favorecida por varios factores: en primer lugar, fue favorecida en el Congreso de Viena (la ciudad de Génova fue liquidada e incorporada al Reino de Piamonte, que aprovechó uno de los puertos de mayor tráfico y relevancia para desarrollarse económicamente); en segundo lugar, la dinastía Saboya (la única estirpe “italiana”, lo que juega a favor de este reino y de la propia familia), en tercer lugar, una clara superioridad militar y económica (era un reino secundario en el conjunto europeo, pero en comparación con el resto de territorios italianos sí era superior a estos niveles, que además aumentarán conforme pasa el tiempo por su capacidad de modernización en núcleos como Turín o Génova) y, por último, una ventaja política (en comparación con los regímenes del resto de territorios italianos, el de Piamonte es el más moderno y “liberal” conforme se estipulaba en el Estatuto albertino). Esto ayuda a entender su liderazgo del proceso de unificación italiana. La unificación tratará de despegar en torno a 1848, pero tendrá que hacer frente a los fracasos de 1848-9: lo que desencadena los acontecimientos fue la ocupación austríaca de Ferrara (acusan al papa de ser excesivamente liberal, ocupan Ferrara e inician así movilizaciones e insurrecciones populares en Milán, Módena, Parma y sobre todo Venecia, donde se proclamó una república); ante lo que el rey de Piamonte decide declarar la guerra a Austria (en el proyecto piemontés estaba clara la necesidad de superar a Austria, por lo que este era el momento ideal para iniciarlo; pero también hay que tener en cuenta que era un proyecto monárquico, por lo que se quiere sumar a la vagada anti-austríaca, pero también inclinar la balanza a favor de la monarquía y no de la república). En los campos de batalla, Austria demuestra su superioridad militar, por lo que en julio de 1848 el Piamonte acabará aceptando un armisticio con Austria (de forma que los nacionalistas italianos se sentirán abandonados y traicionados, lo que causa un gran desprestigio de la credibilidad del proyecto piemontés de unificación). En cuanto al segundo fracaso, estos acontecimientos también provocaron desprestigio del papado (no se pronuncia, pues es el líder italiano, pero también de los católicos de todo el mundo, por lo que prefiere mantenerse neutral en la cuestión y queda incapaz de reaccionar frente a las iniciativas austríacas). Tras este desprestigio, Piamonte tratará de forzar la abdicación de Carlos Alberto en favor de su hijo (Víctor Manuel), pensando que un nuevo monarca podrá recuperar la imagen de la monarquía en cuestionamiento. Por último, según la república sigue avanzando, Mazzini lanza una revolución en Roma, por lo que el papa Pío IX huye y se proclama una república (parece que va a ser la vía definitiva). No obstante, se producen una serie de victorias austríacas en el norte (esmagan las revoluciones en Módena, Parma, Lombardía...).

Simultáneamente, Francia (donde el papa estaba alojado) ocupa Roma y la república mazziana es derrotada (hasta el punto de que, en agosto de 1849, la república veneciana se rinde a los austríacos). En definitiva, en estos dos años, fracasaron las tres vías del proyecto (a partir de aquí, el conde de Cavour y Víctor Manuel serán los protagonistas del proceso).

Así, el ministro Cavour sentará unas nuevas bases que tienen que ver con las estrategias de futuro a adoptar, en primer lugar en cuanto a la acción política: consolidar el liberalismo conservador, pero bastante más avanzado que los del resto de Italia (ya estaba presente con el Estatuto albertino, mas ahora se afianza con la acción política de Cavour). En segundo lugar, una acción económica destinada a potenciar la industrialización y desarrollo del Piamonte para presentarlo como modelo a seguir también en lo económico: facilitando las inversiones extranjeras (precisan cierta aportación de capital para modernizar las infraestructuras y potenciar el puerto de Génova). El tercer ámbito en el que actúa Cavour es la acción diplomática y la política exterior: fue el encargado de renunciar al slogan de “Italia fará da se” (es consciente del obstáculo austríaco, la defensa de Francia del papa...), por lo que piensa que es necesario conseguir algún aliado extranjero, para lo que tiene que “europeizar” la cuestión italiana en la búsqueda de apoyos (conseguiendo el de Francia: ya que está enemistada con Austria y defiende el papel del papado en Roma). Para conseguirlo, introduce al Piamonte en la guerra de Crimea en 1858: apoya a Luis Napoleón para lograr una alianza (se celebra una reunión entre este y Cavour en Plombières en la que Francia se compromete a apoyar el proceso de unificación de Italia liderado por la monarquía piemontesa, aunque sigue defendiendo la independencia de los Estados Pontificios). Sobre estas bases, en 1859, el Piamonte declara de nuevo la guerra a Austria sabiendo que ahora cuenta con el apoyo francés (desde el punto de vista territorial, el conflicto bélico supone el inicio de la unificación):

En un primer momento, tenemos el reino de Piamonte (con la isla de Cerdeña), al que en 1859 se anexiona Lombardía (tras expulsar a los austríacos con el apoyo francés). Como premio al apoyo francés, el Piamonte lleva a cabo la cesión de Saboya y la ciudad de Niza. La guerra sigue y, en 1860, tiene lugar la anexión voluntaria de Parma, Módena, Toscana y Romaña (tras celebrar plebiscitos y consultas en los que ya se incorpora la idea de Italia). En 1860, Garibaldi conquista el reino de las Dos Sicilias (importante a nivel territorial, pero fácil militarmente: por parte de las Mil Camisas Rojas, lideradas por Garibaldi en nombre de Víctor Manuel, que conquista este territorio débil a nivel económico). Sin embargo, Garibaldi se muestra inicialmente reticente a entregar su conquista (era más republicano que monárquico) y afirma que primero hay que hacerse con Roma; por lo que le pegarán un tiro en el pie para convencerlo (ya casi se puede hablar de “Italia”: en 1861, el propio Víctor Manuel será proclamado rey de Italia en Turín). Restaban dos territorios fundamentales (Venecia y los Estados Pontificios). La primera se logra en 1866 (en paralelo, estaba llevándose a cabo la unificación alemana: Bismarck maneja bien la diplomacia y fabrica guerras que le interesan para completar el proceso, siendo una de ellas la guerra austro-prusiana, durante la que gran parte de las tropas austríacas alojadas en Venecia marcharon para el conflicto, dejando su defensa limitada y favoreciendo la fácil ocupación de las tropas italianas y francesas). Sobre los Estados Pontificios, en 1870 tiene lugar la anexión de Roma luego de la retirada de las tropas francesas (de nuevo, Bismarck lanza una guerra contra Francia y la situación se repite, permitiendo que los italianos entren en Roma y la declaren capital de Italia).

Por tanto, la internacionalización de la unificación fue fundamental: los franceses ayudaron a expulsar a los austríacos, pero finalmente también fueron echados de Roma; así como la relevancia de las guerras (permitieron incorporar estos últimos territorios). Quedarán otros menores en integrar en la unión, pero esto se rematará produciendo en el siglo XX y en las guerras mundiales. Para rematar, podemos valorar una serie de consecuencias de la unificación, triunfando finalmente el modelo monárquico y liberal. En primer lugar, la creación de un Estado nación (se sustituye la división legitimista y dinástica, propia del Antiguo Régimen, por un régimen más contemporáneo).

Además, se unifica el mercado nacional (ampliación de mercados para la burguesía, si bien no se incrementa de forma importante la posibilidad de equilibrar los territorios, de hecho la existencia de disidencias entre un norte moderno e industrial y un centro-sur no tan modernizado aún permanece a día de hoy). En tercer lugar, un factor negativo que tardó en superarse fueron las relaciones con el papado (cuando los italianos entran en Roma, permiten que el papa permanezca en la actual Ciudad del Vaticano con la categoría de estado independiente y soberano, además de que se comprometen a la entrada de todo tipo de mercancías para su subsistencia y a la libre circulación de personas para la celebración de eventos). No obstante, la respuesta de Pío IX en la encíclica Ubi Nos se muestra contraria al Estado italiano (“usurpador de la Santa Sede”), además de que excomulga a los participantes de la toma de Roma y a todos los que en el futuro participen en la política del Estado italiano (que no reconoce). Este es un problema importante, pues muchos italianos siguen al papa y a la Iglesia y se muestran hostiles al Estado (no se solucionará este conflicto hasta 1929 con los Pactos de Letrán entre Iglesia y la Italia de Mussolini). Además, el régimen político italiano será incapaz de evolucionar (será un liberalismo censitario muy inmovilista, no habrá una democratización real, lo que le restará mucha base social al Estado italiano y parte de legitimidad). Finalmente, a nivel psicológico, destacar que una de las premisas nacionalistas fue la promesa de grandeza (una Italia fuerte, respetada en Europa), lo que no ocurre (será un país de segunda fila, incapaz de ponerse a la altura de Francia, Gran Bretaña o incluso de Alemania, que nace al mismo tiempo; causando cierta decepción y decadencia en la moral).

Este conjunto de factores (junto con una nueva decepción al final de la I GM) facilitarán el ascenso del fascismo (cuando acaba la I GM, Italia es un país vencedor, pero que se siente maltratado y ya en 1919 aparecen el Partido Nacional Fascista y Benito Mussolini, capaz de movilizar grandes masas con las promesas de grandeza y de nacionalismo puro; alcanzando ya el puesto de primer ministro en el año 1922).

La Unificación Alemana

Va a darse de forma paralela a la italiana y el sentimiento unitario tiene la raíz del Sacro Imperio Romano Germánico (transformado en la memoria histórica como una “gran Alemania” capaz de dominar gran parte de Europa), pero en el mundo contemporáneo tiene más raíces: por una parte, económicas (el Zollverein desde 1834, liquidación de aduanas interiores y que demuestran dos aspectos: el protagonismo prusiano, al que se van sumando estados para lograr la Confederación Germánica; y, por otra parte, la oposición de Austria: prefiere mantener su identidad política al ser cabeza del Imperio, sin querer ponerlo a disposición de una unión aduanera ni de carácter político). Este es el primer paso para la unificación, teniendo que tener en cuenta en segundo lugar las raíces intelectuales (en cuanto las tropas napoleónicas invaden varios de los territorios germanos, la reacción consiste en la aportación de esa idea de nación organicista y objetiva, así como el protagonismo de Prusia, ensalzada desde este momento a la concepción de que Prusia será quien lidere la unificación, presente ya desde 1806 aproximadamente). Esta es la idea de Fichte. Por tanto, en el proceso que vamos a estudiar existen algunas ideas centrales que estarán presentes en todo su transcurso y nos permiten entenderlo: Prusia como núcleo y futuro líder de la nación alemana, la libertad al servicio de la nación alemana (una vez concebida la nación de forma objetiva, todo lo demás parece quedar a segundo plano: la libertad individual de los alemanes está subordinada a la construcción de la nación, lo que explica la futura conformación política de Alemania: un imperio), y por último la superioridad del Estado alemán (llamado a fundar el verdadero imperio de derecho, con unas bases de justicia y orden y capaz de ejercer la hegemonía europea). A continuación, presentaremos en términos generales los proyectos: empezamos por una Confederación (diseñada en el Congreso de Viena y tratando de introducir ciertos elementos que reforzaran los vínculos confederales que afirmaron el liderazgo de Prusia, pero que tienen un carácter muy conservador para evitar rupturas), una federación (supone introducir más novedades).

Este implica variar las estructuras políticas de los estados que conforman la Confederación (introducir la ideología liberal en los mismos). En tercer lugar, un Estado unitario (ideas democráticas, no una Alemania federal o confederal, sino un régimen republicano para una Alemania unida). De nuevo, para observar el inicio del proceso, tenemos que retrotraernos al año 1848, siendo la institución en la que se lanza esta idea por primera vez (aprovechando la vagada revolucionaria) fue el Parlamento de Francfort (asamblea representante de la mayoría de los estados alemanes en la que predominan elementos liberales y democráticos), donde se pone sobre la mesa el objetivo unificador con carácter democrático. Es decir, quieren aprovechar los impulsos revolucionarios de muchos territorios alemanes para enlazarlos en la formación de una corriente unificadora y democrática. Aquí se manifiestan ya las claras disensiones entre dos proyectos muy diferentes entre la forma de entender la futura Alemania: la Gran Alemania frente a la Pequeña Alemania (dos posibilidades de liderazgo y establecimiento de una dinastía para el Estado: el juego se encuentra entre los Habsburgo de Austria y los Hohenzollern de Prusia). Los segundos defienden la Pequeña Alemania (no cuentan con Austria, la dinastía reinante en Prusia será la futura gobernante del país unificado), mientras que los partidarios de la Gran Alemania defienden el mantenimiento de Austria y sus emperadores (Habsburgo) al frente del nuevo país. Es una cuestión importante, pues implica bien excluir a Austria o que esta se convierta en la cabeza de la futura Alemania.

Estas discusiones conducen a un fracaso importante: hay un problema por la cuestión de los ducados (integrados en la corona danesa, quedan sin sucesión en un determinado momento y Prusia decide reivindicar su carácter alemán) y, en este momento, se da una guerra entre Dinamarca y Prusia en la que los primeros salen victoriosos (fracasando así la idea de la Pequeña Alemania). Entonces, el Parlamento de Francfort propone que Federico Guillermo IV (líder de Prusia) acepte el trono con condiciones que no le convencen (emperador de un régimen liberal tendente a la democracia, lo cual no le resultaba convincente: no tendría competencias ni poder, lo que no tiene nada que ver con el viejo concepto de imperio, por lo que no acepta), marcadas en la llamada Constitución de marzo de 1849. Ese mismo año, los diputados austríacos acaban retirándose del Parlamento y tiene lugar el fracaso final de este primer intento.

En 1859, la Asociación Nacional Alemana (grupo de presión) será la que marque las pautas a seguir para el futuro, con los objetivos de reafirmar el liderazgo de Prusia (parte ya de la exclusión de Austria y Prusia debe ser apoyada por todo alemán, reincidiendo en esa idea de la subordinación de las libertades individuales a la unificación: los fracasos liberales acaban dejando de lado las disensiones ideológicas, pasando a dar mayor importancia al nacionalismo y a la definición de la unificación como el objetivo supremo). Además, debería necesariamente tener el nuevo Estado un gobierno central poderoso y se hacía preciso derrotar la influencia negativa de Austria. Es aquí donde entra en juego la figura de Otto von Bismarck desde 1862 (es nombrado canciller de Prusia), que asume estos objetivos y prioriza la unificación (será el emperador del II Reich hasta 1890, capaz de construir el nuevo Estado alemán de la forma prusiana, siguiendo su modelo).

Como Napoleón, Bismarck es una figura sometida a análisis diversos según quien lo analice: su ideología se identifica con causas reaccionarias (casi de ultraderecha), pero una vez llega al cargo de canciller simplemente tratará de ser pragmático (marginar las ideas propias para conducir el proceso de unificación: en resumen, sus objetivos primaban sobre sus ideas políticas). Está claro que era muy hábil negociador (sobre todo en política exterior), si bien algunos historiadores hablan de su supuesta falta de inteligencia (si bien fue capaz de conducir toda la política alemana hasta la unificación, así como la europea con los sistemas bismarckianos). También hay discusiones sobre su belicosidad (si representa la supremacía de la fuerza o es el gran arquitecto de la paz): la respuesta es que fue definitivamente ambas (diseñó guerras que favorecieran a sus propósitos, pero también fue capaz de mantener la paz en Europa durante las décadas en las que ocupó la cancillería del imperio).

Lo que está claro son sus objetivos, que no variarán y llevará a cabo: defender la primacía de Prusia tanto en el propio proceso de unificación como una vez el Estado esté formado. Así mismo, defenderá la necesidad de aislar a Austria en el proceso y de conseguir para Alemania un papel protagonista en Europa (como finalmente terminará consiguiendo).

Desde 1862, Bismarck pone en marcha el proceso: en 1834 ya nació el Zollverein (unión aduanera en la que Austria ya no estaba integrada), en 1863 renace la cuestión de los ducados con la Guerra de los ducados (en este caso, el ejército prusiano logra vencer a Dinamarca tras conseguir gran fuerza, lo que permite la anexión de Schleswig y Holstein, ya con la unión exclusivamente alemana como objetivo final; si bien Bismarck quiere proyectar la imagen de aún considerar contar con Austria, por lo que le otorga la administración de cada uno de estos ducados a un Estado: Prusia administrará Schleswig y Austria administrará Holstein; dando así Bismarck la imagen de que aún se considera la posibilidad de un liderazgo de Austria). A partir de aquí, el canciller cambia de rumbo y comienza a potenciar en su lugar todo tipo de rivalidades con Austria (económicas, políticas...) para cabrearla hasta el punto de que en 1866 se declara la guerra austro-prusiana (punto de inflexión) en la que Prusia vence de forma relativamente sencilla y que demuestra la gran capacidad de atracción que está ejerciendo Prusia y que el nacionalismo alemán que confía en su liderazgo está funcionando plenamente). Con esto, se forma la Confederación Germánica del Norte.

El siguiente paso será la guerra franco-prusiana, en la que la derrota francesa es una nueva demostración de la superioridad militar prusiana y de su capacidad de atracción sobre el nacionalismo alemán en su conjunto. De este modo, tiene lugar la proclamación del Imperio (II Reich) en 1871 en Versalles (como forma de, una vez más, provocar a Francia) y la incorporación de los estados del sur (Baviera, Alsacia, Lorena...). Esta guerra fue justificada por Bismarck con asuntos que tenían que ver con el trono de España (en 1868, la Gloriosa iniciara una etapa democrática, pero la monarquía fue mantenida pese a echar a Isabel II; por lo que empezó una disputa entre las dinastías europeas: los prusianos querían imponer un candidato y los franceses negaron, lo que fue empleado como causa de la guerra franco-prusiana; mientras que, finalmente, en el trono español acabó un personaje elegido por compromiso: Amadeo de Saboya).

En definitiva, hay muchos paralelismos con Italia, pero también grandes diferencias (primero se forma una idea en torno a Prusia, después el nacionalismo acaba subordinando a las ideologías que tienen que ver con liberalismo y democracia y en su lugar potencia otras vinculadas a la violencia y la guerra para terminar con la proclamación del Imperio). El primer emperador fue Guillermo I y el resultado de este II Reich fue muy diferente al italiano: nace como una formidable máquina militar (ya el ejército prusiano servía de modelo, pues fue capaz de derrotar a Austria y Francia), así como una economía en acelerado y puntero despegue industrial (salvando el retraso que llevaba con respecto a Francia o Gran Bretaña, llevando a cabo una industrialización acelerada y centrada en sectores punteros y nuevas tecnologías, así como un Estado que apuesta por la educación pública). Todo esto permite que las dos décadas en las que Bismarck lidere la cancillería de Alemania (1870-1890) se denominen Europa de Bismarck (Alemania ejerció el arbitraje y la hegemonía política en el continente, si bien con la llegada de Guillermo II la situación cambiará sustancialmente).

Las lecciones que extraemos del siglo XIX son: la incapacidad de una humanidad que se cree cada vez más culta y de mayor progreso, pero no es capaz de resolver problemas si no es con las armas (sigue presente); así como de compatibilizar la industrialización y el avance tecnológico con el respeto por el medio ambiente (ante un sistema económico que demanda crecimiento de forma continua). Por último, otro aspecto que llama la atención es la ineptitud de las democracias de convertirse en un modelo a seguir (cada vez es mayor el analfabetismo político y hay un gran número de personas que votan a individuos que hacen afirmaciones que hace 30-40 años serían totalmente inadmisibles).

Como balance final, el mundo contemporáneo y el siglo XIX puede entenderse claramente como heredero de la Ilustración, que tiene tres “hijos”: el liberalismo/democracia, el socialismo y, en el XX, un hijo bastardo que se acabará manifestando contra la misma (fascismo). En la actualidad, vivimos en la búsqueda de un “cuarto hijo”, pero sin alternativas (todos somos capaces de criticar las deficiencias e insuficiencias políticas y económicas del sistema, pero de momento no existe ninguna posibilidad mejor que la economía de mercado).

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