Monarquías Europeas del Siglo XVII y Guerras de Religión: Un Análisis Histórico
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La Monarquía en la Europa del Siglo XVII
La Europa del siglo XVII se caracterizaba por la presencia de **monarquías compuestas**.
La mayoría de los estados se encontraban bajo la soberanía de un gobernante.
La monarquía era vulnerable a los caprichos de la suerte, la personalidad del monarca, la incertidumbre en la sucesión y la muerte.
**María e Isabel de Inglaterra** y **María, reina de Escocia**, enfrentaron obstáculos debido a su género.
La Francia de **Catalina de Médicis** estaba compuesta por los Borbones, los Guisa y los Montmorency-Chatillon.
El gobernante utilizaba sus reservas de patronazgo y poder para moderar la rivalidad entre facciones opuestas.
España desarrolló la más elaborada maquinaria de gobierno.
El gobierno necesitaba funcionarios discretos y de confianza.
El funcionario debía proteger los intereses de la corona contra particulares y evitar el descontento de la nobleza.
Guerras de Religión en el Siglo XVI
La década de 1560 fue un período de revueltas.
Todos los conflictos estaban conectados con los descontentos religiosos.
Las guerras de la segunda mitad del siglo XVI fueron, en gran medida, guerras de religión.
El siglo XVI (el siglo de Nostradamus) fue una era de profecías.
Los profetas predecían la segunda venida de Cristo y el fin del mundo.
Por lo tanto, las guerras de religión ya se libraban en la imaginación de la gente antes de los enfrentamientos reales.
A comienzos de la década de 1560, cuando Francia y los Países Bajos estaban cayendo presas de la herejía, la Iglesia Romana no se encontraba preparada para defenderse.
Las nuevas órdenes religiosas ya habían comenzado a mostrar su distinción, y en particular los jesuitas se habían convertido en una fuerza poderosa.
Durante los meses del invierno de 1562, la posición del papado llegó a ser crítica.
La Iglesia Romana se vio enfrentada a dos enemigos importantes: el protestantismo y el paganismo.
El protestantismo atacaba los dogmas más queridos de la Iglesia y mostraba su odio contra las cosas que eran objeto de veneración católica en los asaltos iconoclastas que estaban dejando desnudas las iglesias de Escocia, los Países Bajos y Francia.
El paganismo, aunque constituía un oponente no menos definido, era en ciertos aspectos más sutil.
El Concilio de Trento había insistido en la necesidad de la predicación para combatir la herejía.
Los herejes rechazaban el sacramento de la penitencia y negaban la confesión tal como se practicaba.
En la pintura religiosa se produjo un cambio, desde la década de 1560, hacia la simplicidad y hacia un mayor grado de piedad.
Tradicionalmente se cree que fueron los jesuitas los que establecieron el barroco como estilo escogido por la Iglesia de la Contrarreforma.
Las grandes iglesias de la Contrarreforma fueron proyectadas como reflejo humano de la belleza celestial.
Todo el desarrollo artístico de la Iglesia Romana, a través de un manierismo depurado y refinado, hacia las afirmaciones espectaculares del barroco, señalaba cómo la reforma católica era mucho más que una mera reacción defensiva contra las fuerzas del protestantismo y del paganismo.
En la segunda mitad del siglo, la lucha se extendió por toda Europa, tanto por parte de los católicos como por la de los protestantes.
Se extendió, por ejemplo, a España, donde escritores e intelectuales, enfrentados a una oposición rígidamente conservadora, lucharon para aplicar los métodos de la erudición renacentista a la teología tradicional.
En el sentido más amplio, el arte y la cultura de la Contrarreforma eran el arte y la cultura de una reforma católica.